jueves, 27 de diciembre de 2007

La soledad de América Latina


(Gabriel García Márquez) (Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo) Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

martes, 11 de diciembre de 2007

Cómo crear una lógica comunicacional contrahegemónica

(Orlando Villalobos Finol[1])

Para comenzar
El rollo con la elaboración de políticas públicas en materia de comunicación es complejo, porque en condiciones normales se le obvia, parece que fuera algo desechable, prescindible.
Pero en las horas terribles del inventario de las actividades, cuando el apuro pasa y se requieren de explicaciones el tema reaparece, irremediablemente.
En ocasiones se le utiliza como expediente fácil, para intentar mostrar excusas por el objetivo que no se ha alcanzado. Cuando las metas políticas no resultan afirmativas, queda el recurso de hacer recaer la responsabilidad en lo que se hizo y se dejó de hacer en comunicación.
Por lo visto, el tema resulta ineludible, sobre todo cuando se piensa en generar una cultura política que se sustente en la idea de que la comunicación requiere de planes, programas y proyectos, de objetivos y de estrategias, de mensajes y de contenidos, en fin, la comunicación es una materia delicada, a tener en cuenta y a la mano, para articular discursos y símbolos, que resulten favorables para una política de cambio revolucionario.
Hay diversas maneras de encarar el reto. Están quienes “tocan de oído” y están quienes aprenden a “leer la partitura”. Lo recomendable es hacerlo de esta última forma, aunque exige un intento sistemático, laborioso y lleva tiempo y estudio.


La mirada crítica
Ahora con motivo de los resultados del referendo constitucional, del 2 de diciembre, nuevamente surgen evaluaciones acerca del tema comunicacional, es decir, se detiene la mirada crítica en la actuación del sistema de medios del Estado y desde luego, del aparato mediático privado.
Si obviamos este episodio, encontramos las observaciones del presidente de la República, Hugo Chávez, en distintas ocasiones, a las acciones y políticas comunicacionales que se promueven desde el propio gobierno bolivariano.
La insistencia de Chávez no puede extrañar porque su gobierno debe hacer frente al ataque concertado y programado de un aparato mediático, con capacidad técnica, alcance y tradición; con intereses creados y consciente de que sirve de ariete de un amplio plan opositor e incluso insurreccional, como se demostró en abril de 2002. Eso hace que de manera permanente el Gobierno sea juzgado y retado, y colocado en trance de tener que aclarar, responder y cuidarse de no actuar sólo de manera reactiva o defensiva.

La comunicación como prácticas y saberes
El punto de partida del debate sobre comunicación remite al asunto nada irrelevante acerca de ¿qué entendemos por comunicación?
La comunicación humana no puede limitarse a la actuación e influencia que ejercen los medios masivos, como algunas veces se pretende. Se trata de un asunto más complejo, en el que intervienen otras variables. Resulta obvio, por ejemplo, que la noción de comunicación tiene su origen en la trama de las interrelaciones personales y grupales, es decir, las que ocurren en la familia, con los vecinos, en los centros de estudio y de trabajo, en una palabra, en la relación con el otro.
Algunas veces se asumen o se admiten conceptos reduccionistas o simplificadores en materia de comunicación. Paradójicamente, una trama compleja y rodeada de nudos conflictivos se pretende reducir a esquemas dóciles, de fácil manipulación. Es muy conocido el esquema funcionalista, que todavía ingenuamente se repite, que reduce la acción comunicativa a la fórmula: fuente-emisor-mensaje-receptor-destinatario, dejando de lado la riqueza de matices humanos y sociales.
Luce más apropiado y riguroso partir de premisas no instrumentalistas de la comunicación y buscar aproximaciones teóricas que permitan un reconocimiento más amplio del contexto, que se quiere comprender y explicar. En ese sentido, conviene observar que la comunicación incluye “una pluralidad de prácticas que hacen coherente la convivencia grupal, y también, al mundo de significaciones e imaginarios en torno a lo que daría consistencia y sentido a los vínculos de una comunidad humana determinada” (Entel, 1996: 26)
Más allá de las determinaciones instrumentalistas y de enfoques mecanicistas, y simplificadores, para comprender el valor efectivo de la comunicación se requiere de una visión que incorpore lo social, busque dilucidar la trama de relaciones que hacen posible la convivencia humana y se recupere la perspectiva que presente la comunicación como una acción dialógica, en la que participan sujetos activos, críticos, específicos, con intereses propios.
Martín Barbero (1997) ha abogado en esa dirección de revalorización del sujeto que participa en el acto comunicacional y en la lectura compleja de lo social.
Entender la comunicación desde una perspectiva de complejidad, interesada en contribuir a ofrecer una explicación crítica, amplia, diversa, solvente y menos apegada a rígidas conceptualizaciones conduce a examinar cómo se constituye el tejido social y se produce el ejercicio de la ciudadanía.
Una idea que debe subrayarse es que cuando se hace referencia a la comunicación se incluye a los medios masivos, pero se trasciende a éstos. Es decir, “la comunicación sobrepasa los medios de comunicación masivos para ser prácticas, saberes, relaciones y producciones sociales de múltiples sentidos, donde la técnica y lo tecnológico constituye sólo una parte” (Díaz Larrañaga, 1998) Esto no implica subestimar los medios en los procesos sociales, sino más bien incluirlos en un debate aún mayor.
En síntesis, la lectura y revelado fotográfico de lo comunicacional es complejo y tiene planos diversos: unos circulan por vía de los medios masivos y otros por vía de lo grupal e interpersonal (el rumor, el miedo, el prejuicio, lo informal). Una política revolucionaria no se puede saltar estos planos, a riesgo de cometer errores graves.
El aparato mediático privado
Aunque el tópico no es nuevo, conviene volver las características del aparato mediático venezolano, para ubicar de qué estamos hablando, de qué se trata el asunto.
En Venezuela el aparato mediático privado actúa como factor de cohesión de las acciones de poderosos intereses económicos y políticos. Eso ha quedado evidenciado en las acciones insurreccionales de abril de 2002, el paro petrolero de diciembre de 2002, las permanentes iniciativas desestabilizadoras, y en cada nueva oportunidad que se presenta.
Como consecuencia, los medios masivos se han colocado en el centro o epicentro del conflicto político venezolano. Desde los medios, y desde luego, en programas específicos, se postulan ideas y contenidos de clara militancia o interés político. Durante un buen tiempo el usuario de los medios ha presenciado cómo se ha hecho algo común que se imponga un enfoque sesgado a la hora de informar; cómo algunos moderadores de programas de TV capitalizan el protagonismo del debate y opinan de principio a fin, con un marcado interés político, dejando de lado la ponderación y el equilibrio.
En ese comportamiento de los medios hay más de un problema de fondo, porque los parámetros éticos y profesionales del periodismo se han dejado de lado. En nombre de un propósito político se busca justificar la utilización arbitraria del poderío de la tribuna mediática. De tal manera que se ha impuesto una jerigonza antiperiodística que olvida o deja lado definiciones clásicas del periodismo.
Resumiremos varias de esas manifestaciones.
1. Se ha impuesto lo que el periodista inglés Gideon Lichfield (2002) denomina la declarocracia, con eso quiere decir que, “las noticias no son lo que hay de nuevo, sino lo que haya dicho alguien importante, aunque esa persona o cualquier otra ya lo hubiera dicho, sin importar, realmente, si es verdad o no”.
2. Como consecuencia de lo anterior, se hace un uso irregular de las fuentes (Antillano, 2002). Se le da validación automática a la fuentes coincidentes y se dejan de lado las otras, las que disienten. Así mismo, no se verifican los datos o informaciones obtenidos y, en consecuencia, se le da paso al chisme interesado o al vulgar rumor.
3. Se confunde, deliberadamente, opinión con información.
4. Se aplica un concepto de objetividad que está ligado a la interpretación interesada de la noticia. Esa noción de objetividad resulta acomodaticia y dúctil por cuanto a ese periodismo “no le interesan los hechos, le interesa tener razón” (Antillano, 2002).
Un comportamiento con las características antes señaladas ha derivado hacia un resultado poco halagador: los medios abandonaron el medio, dejaron de ser fuentes de mediación, y se han instalado en el centro del conflicto político. Dicho de otro modo, los medios son parte del conflicto. Desde la tribuna mediática se juzga y se sanciona, se fabrican medias verdades, se atiza la rivalidad, se condiciona la agenda pública. Para proceder de este modo se emplea la excusa de que los medios son atacados, es decir, simplemente actúan en defensa propia. Con ese alegato se ha pretendido justificar el comportamiento, por lo menos discutible, de actuar en muchos casos, en cadena nacional para la transmisión de mensajes de dudoso contenido democrático, como por ejemplo, colocar en pantalla, en horario estelar, a un representante militar llamando a la movilización de los cuarteles –como ocurrió cuando el caso de los militares que se fueron a la plaza Altamira, en Caracas-.
La idea no es proponer que los medios actúen de manera neutral, aséptica. Eso seguramente no es posible hoy en Venezuela, ni en ningún otro lugar. Lo que se sugiere es que se asuma la comunicación masiva como la posibilidad de expresión y desarrollo de voces plurales, diversas y democráticas.
Eso no es posible en Venezuela. El periodismo está severamente lesionado. Sus propósitos y contenidos han sido saqueados por el aparato mediático privado, que actúa como plataforma comunicacional de la derecha reaccionaria. El periodismo ha sido vaciado de contenido. Los periodistas que laboran para esos medios se saltan la ética y acomodan la verdad a las orientaciones de políticas editoriales que buscan imponer versiones interesadas. Se miente abiertamente. Ya sabemos por San Agustín, que “mentir es decir lo contrario de lo que se piensa, con la intención de engañar” (citado por Etkin, 284). Los medios y el periodismo saben de eso.

¿Una política comunicacional?
Hagamos esta precisión: los hilos de la comunicación son invisibles para quien no los quiera ver. En este campo no se puede andar a tientas. Lo recomendable es prestar atención a la influencia de los medios, ponderar el fenómeno de comunicación social que constituyen los medios masivos y elaborar y desarrollar políticas de comunicación, para alcanzar las metas deseadas.
¿Qué es una política comunicacional (PC)? Son las acciones que se emprenden para alcanzar los objetivos propuestos. Son las iniciativas, las pautas, el método. La PC es algo que se planifica y no se puede dejar a la deriva.
Lo recomendable es que las organizaciones gubernamentales o no gubernamentales –organizaciones comunitarias- piensen, planifiquen, su política comunicacional para evitar la improvisación.
En el caso del Gobierno bolivariano luce que en este terreno de la política comunicacional se requiere de mayor elaboración, más acciones concertadas, una visión más integral del problema comunicacional.
En buena parte, el asunto se deja a la deriva, porque una PC no son dos o tres acciones desarrolladas por aquí y por allá. Son planes o no son. Hay estrategias o no hay. Se corresponde con una política revolucionaria o es la respuesta defensiva, improvisada y reactiva, incluso desesperada.

El sistema de medios públicos
Si devolvemos la mirada a 1998, cuando se produce el triunfo electoral del presidente Chávez, encontramos que para los medios del Estado la situación es incomparable con el inventario que puede hacerse en la actualidad.
La respuesta gubernamental se ha traducido en el incremento de la capacidad comunicacional del Estado, que está en sus manos. Desde el punto de vista técnico se ha fortalecido la señal del canal del Estado, Venezolana de Televisión; se han creado nuevos canales: Vive, con tendencia a mostrar la labor comunitaria, el canal de la Asamblea Nacional, Telesur, con alcance internacional; y TVES, que nace con la pretensión de convertirse en un canal de servicio público; la ampliación de la cobertura de Radio Nacional de Venezuela y la constitución del circuito YVKE Mundial, con cuatro emisoras; la agencia de noticias Agencia Bolivariana de Venezuela (ABN), antigua Venpres; las páginas web de los órganos y medios de gobierno: Minci, Vive TV, VTV, Telesur, RNV; en el área de telecomunicaciones, se tiene previsto colocar en órbita un satélite venezolano para 2008; se ha creado la empresa de telecomunicaciones CVG-Telecom y se ha nacionalizado CANTV, la antigua telefónica estatal que había sido privatizada en 1991.
De tal modo que la capacidad actual de respuesta del gobierno es incomparable con la situación de finales de la década de los 90.

Ese es el balance desde el punto de vista de los recursos. Queda por evaluar lo que ocurre con el discurso y los contenidos. ¿Hasta qué punto son suficientes, coherentes y se articulan con políticas revolucionarias? La potencia técnica de los recursos del Estado no son suficientes.
Recientemente ha habido una experiencia digna de ser evaluada con motivo del referendo constitucional. En medio de la campaña, la propaganda de la contrarreforma consiguió la ofensiva y convenció, probablemente, a muchos electores. Desde el gobierno, luego se hicieron mensajes reactivos y defensivos, aclarando y explicando. La derecha consiguió la ofensiva e impuso la agenda mediática, por primera vez en mucho tiempo. De allí los resultados adversos.
Una lección está a la vista. Desde el punto de vista del soporte técnico se ha producido una recuperación de los recursos al alcance del Estado. Una recuperación notoria. Pero hasta allí es una respuesta instrumental. Faltan los contenidos, el mensaje, el propósito revolucionario. La conjunción y complementación de los medios públicos. Falta el salto cualitativo.

El discurso comunicacional contrahegemónico
a. La respuesta comunicacional va más allá de lo que pueda considerarse el soporte técnico. Por tanto, resulta torpe conformarse con lo conseguido en ese terreno; y no puede afirmarse una labor de comunicación, que se corresponda con políticas revolucionarias, basándose solo en la capacidad operativa. Con eso no alcanza, ni se construyen políticas alternativas.
La clave o problema está en construir un discurso y un contenido contrahegemónico, contra la lógica del capital, de la sociedad de consumo; en contra de las políticas imperiales; incluso, en contra del sentido común liberal o neoliberal. Se trata de configurar una respuesta de resistencia cultural y simbólica. Es una falacia pensar que la revolución venezolana pueda construir una supuesta hegemonía comunicacional, porque para que eso pueda crearse se requieren condiciones internacionales. ¿O acaso puede obviarse que además de Globovisión, Venevisión y RCTV también hay que entenderse con las campañas de CNN, El País de España, O Globo de Brasil, en fin?.
b. Aquí faltan respuestas desde el punto de vista del discurso, entendido como la argumentación, sólida y coherente, frente a las demandas, profundas y estructurales de la sociedad venezolana. Eso significa no conformarse con responderle a Globovisión, sino algo más exigente, construir de manera coherente la opción socialista y revolucionaria para la sociedad venezolana. Debatir la política y los planes del gobierno revolucionario; atreverse a revisarse; a admitir los errores, las omisiones y las inconsecuencias de las políticas.
c. El lenguaje es la vía directa para transmitir el pensamiento, tanto es así que algunos especialistas, psicólogos y lingüistas, sostienen que el subconsciente, la parte no consciente, está estructurada en forma de lenguaje.
Si se admite esa premisa, tendría que reconocerse que una de las llaves para abrir y dar paso a un proceso de educación popular y de transformación política requiere de un lenguaje diferente, de nuevas formas para leer y revelar la fotografía de la realidad.
Crear otro mundo, distinto a la mercantilización de todo, como ocurre en el capitalismo, necesita de nuevas palabras, modos, formas y de otro lenguaje, valga la insistencia. Si el pensamiento es el lenguaje interior, cuando hablamos y nos comunicamos mostramos el mundo interior.
En la política importa el discurso, lo que se dice, cómo se dice, la palabra con la que se dice, y desde luego, importa el comportamiento y el compromiso práctico, vital y existencial. En el caso de los medios ocurre otro tanto, no se puede construir una alternativa comunicacional en televisión, buscando responder con los modos, formas y palabras de la televisión ramplona y chata que se corresponde, justamente, con el mundo que queremos cambiar.
Competir con la telebasura no es posible y no debería ser el objetivo. Pero los medios televisivos alternativos y que se correspondan con una política gubernamental revolucionaria están llamados a proponer nuevas formas, para entender y ejercer la política; para cantar, reír y bailar; mostrando el mundo de la gente sencilla, proponiendo otros valores, otros símbolos y otros imaginarios. En resumidas palabras, el reto está en crear una contracultura y el sistema de medios públicos está llamado a hacer un aporte sustancial para ganar ese propósito.
d. Hay un tema ligado al debate sobre el discurso: el problema de los voceros. Algunas veces se insiste en mostrar sólo, a través de los medios del Estado, voceros que coinciden con las políticas gubernamentales, se deja de lado la posibilidad de la crítica, y lo que es más rotundamente equivocado, se desaprovecha la capacidad de elaboración crítica de intelectuales, universitarios, dirigentes populares, en fin, voces que pueden hacer aportes sustanciales en diversos campos, y que constituyen una reserva política para un proceso de cambio social.
Es decir, no se muestran las voces divergentes o disidentes. Craso error separar la realidad en blanco y negro. Se obvia que la revolución y las políticas revolucionarias son obras humanas, que se construyen a partir del aporte colectivo. Los críticos son necesarios y hacen falta. Advierten, informan, cuestionan, muestran desaciertos. Sobre todo hacen falta los críticos honestos, que toman distancia de la derecha.
e. En los medios del Estado hacen falta programas y proyectos para educar, formar y entretener. ¿Por qué TVES rellena sus espacios con programas importados? ¿Por qué no tomar las cámaras y mostrar el país inmenso que somos, su música, el voseo de los maracuchos, las empanadas de los margariteños, y los campesinos violinistas de la montaña merideña? ¿Por qué VTV reitera a sus invitados convirtiéndolos en “todólogos” entusiastas y predicadores de cualquier cosa? El cambio es exigentemente integral: ético y estético.
La política de Vive llena un vacío en lo comunitario, pero ¿por qué esa estructura de programas planos y ausentes de debate?

El camino andado: Los aciertos
En materia comunicacional el gobierno bolivariano tiene visibles aciertos:
a. La aprobación de la Ley de Responsabilidad Social de Radio y TV, que se convierte en buena parte de la normativa de la política comunicacional.
b. Los avances en el cuerpo de normas que regulan la industria cultural en Venezuela: la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, la Ley de Telecomunicaciones, el Reglamento de Radio y TV comunitarias, el anteproyecto de Ley de Datos y Habeas Data y la Ley de Delitos Informáticos.
c. La recuperación de la imagen de Venezolana de Televisión.
d. La recuperación de Radio Nacional: por primera vez se escucha en muchas regiones.
e. La creación de Telesur.
f. La creación de Vive.
g. La explosión de los medios comunitarios.
h. El debate sobre el uso del espacio radioeléctrico.

¿Cuáles son las debilidades?
a. El insuficiente respaldo a los medios comunitarios que deberían ser una prioridad del Ministerio de Comunicación e Información (Minci). Falta más apoyo técnico y principalmente, respaldo en la formación. Hay una paradoja, después de la actuación decisiva de los medios comunitarios en contra del golpe de Estado de abril de 2002 ha habido más apertura hacia los medios comunitarios, pero todavía es insuficiente. Es recomendable insistir en proyectos para la formación política.
b. Falta de continuidad y coherencia en las políticas.
c. Reiteración de programas defensivos en los espacios televisivos de los medios gubernamentales. La política no se puede confeccionar sólo a partir de la defensa y la emergencia (cuando se insiste en contestar y no desarmar los videos de los canales privados).
d. Algunos programas televisivos se mueven dentro de la vertiente defensiva y se inscriben en la lógica polarizada de medios privados de oposición recalcitrante. No dejan lugar para los matices. No se deja margen para amplias capas de la población que quieren participar de acciones que propicien el cambio y la revolución, desde opciones democráticas. El discurso polarizado descalifica y ve sólo enemigos.
e. Débil presencia de programas para la formación y educación política. ¿Qué falta? Más debate político sobre la democracia y el socialismo, sobre las leyes que se discuten y aprueban. ¿Para qué sirve el socialismo del siglo XXI? Obviamente, faltó debate sobre la reforma.


Las sugerencias
a. Hacer seguimiento a las actuaciones de los medios masivos que actúan como ejecutores de las políticas de los grupos opositores obsesivos y responder de manera rápida, oportuna y contundente a cada una de sus “jugadas”.
b. Desde las instancias del Gobierno bolivariano dar apoyo decidido al periodismo comunitario, sin condicionamientos. Respaldar a las organizaciones comunitarias que desarrollan iniciativas propias y defienden ideas revolucionarias. Admitir que en muchos casos defienden proyectos e ideas que no coinciden con programas oficiales. Por ejemplo, se oponen decididamente a la explotación de carbón.
c. Atención, mantener una política de formación y de debate con los comunicadores y periodistas de los medios e instituciones del Estado. Con talleres y seminarios. En muchos casos aplican esquemas tradicionales y copian lo que comúnmente hacen los medios. El reto es complicado: hay mucho que desaprender y mucho que aprender.
d. Corregir la tendencia a concentrar los contenidos y la programación audiovisual en espacios defensivos, de lo que hacen los grupos opositores y contrarrevolucionarios.
e. Aprovechar los medios de comunicación gubernamentales para insistir en la formación y educación política, sobre el socialismo, la democracia, la participación protagónica y las bases del gobierno bolivariano.
f. Mostrar una mayor diversidad de voceros a través de los medios gubernamentales: dirigentes políticos, líderes comunitarios, intelectuales, dirigentes sindicales.
g. Incluir como una de las prioridades de la Misión Ciencia el estudio de la actuación y el comportamiento de los medios masivos.


Referencias
ANTILLANO, Pablo (2002) “Entre el arsénico y la cicuta”. Diario El Nacional, papel literario. 6.07.2002. p. 1.

DÍAZ LARRAÑAGA, Nancy (1998). El relato de una vida: apuntes teóricos-metodológicos en comunicación. En
www.ull.es/publicaciones/latina Consultado el 20-06-2000.

ENTEL, Alicia (1996) La ciudad bajo sospecha. Comunicación y protesta urbana. Buenos Aires: Paidós.

Etkin, Jorge (1994). La doble moral de las organizaciones. España: McGraw Hill

LICHFIELD, Gideon (2002). “La noticia convertida en registro de lo que dicen los poderosos”. Diario El Nacional, 3.09.

MARTIN BARBERO, Jesús (1997) “De los medios a las culturas”, en MARTIN BARBERO J. y SILVA, A. (Comp.) Proyectar la comunicación. Colombia: Tercer Mundo Editores


Maracaibo, diciembre 2007

[1] Periodista. Militante de medios comunitarios. Doctor en Ciencias Humanas. Magíster en Ciencias de la Comunicación. Investigador de la comunicación (PPI-2). Profesor en la Escuela de Comunicación Social – Universidad del Zulia

jueves, 6 de diciembre de 2007

Si hay gente hay esperanza

I
(Orlando Villalobos Finol) Resulta indispensable comentar y ponderar los resultados del referendo del domingo 2 de diciembre. Para participar del aprendizaje de la experiencia, como estudiantes y como maestros, porque sólo es negativo lo que no se usa para sacar lecciones y aprender de la maestra vida.
Para empezar hay que decir que en medio del resultado adverso para las fuerzas del cambio social, de la derrota que significa no haber conseguido el objetivo de aprobar la reforma de la Constitución, hay que anotar una serie de conquistas alcanzadas en la jornada del domingo.
Primero, la Constitución ha sido relegitimada. Muchos que la habían rechazado cuando se aprobó en 1999, ahora salieron a defenderla.
Segundo, el Consejo Nacional Electoral (CNE) gana credibilidad porque dio los resultados con transparencia. La leyenda de que era un instrumento para la trampa electoral se desvanece ante la fuerza de la realidad. Después de las sucesivas jornadas electorales la gente sabe valorar, cuidar y defender su voto.
Tercero, después de los resultados el país respira paz y se asoma a nuevos momentos y escenarios. La consulta del referendo sirvió para que el ejercicio democrático permita debatir, discutir y decidir en paz, de manera pacífica. Esa es una ganancia que hay que ponerla sobre la mesa y hacerla visible. La paz es algo que se construye y en ese camino andamos.
En cuarto lugar, aunque a muchos les cuesta admitirlo, el presidente Chávez sale bien librado del lance; demostró sentido de la prudencia y aceptó inmediatamente los resultados adversos; reconoció al adversario, todo eso en contra de la leyenda de que es un tirano autoritario. Una vez más cuando se plantó frente a las cámaras transmitió verdad.
Y en quinto lugar, para cerrar esta primera parte, las fuerzas del cambio, demostraron la fortaleza de ser la mitad del electorado. Fue una derrota por la mínima diferencia. La fuerza que pierde tiene la mitad. Es un asunto matemático y político.
Lo voy a decir con palabras del escritor mexicano Juan Rulfo: “Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza”. Lo repito con Juan Rulfo, si hay gente, hay esperanza. Y la fuerza bolivariana es un río de gente, a veces desorganizado, a veces confundido, pero hay un país que quiere cambiar, un país que no se resigna ante la injusticia.
II
Muchas preguntas están reclamando respuestas en relación con lo sucedido el domingo. Un dato es que la derecha logró reagruparse. Se produjo una nítida alineación de corrientes conservadoras y reaccionarias: medios privados como Globovisión y RCTV, que actúan como plataforma comunicacional de la derecha, los grupos corporativos nacionales y transnacionales, la jerarquía eclesiástica y el movimiento juvenil procapitalista, defensor de la propiedad privada a cualquier precio. Todos esos factores se juntaron y mostraron iniciativa. De allí el impacto electoral que obtuvieron.
Hubo un plan concertado que se tradujo en desabastecimiento de alimentos, marchas estudiantiles que buscaban hacer aparecer al gobierno como un aparato que ahoga las libertades y unos medios privados que permanentemente desinformaron y mintieron de manera deliberada. Hubo un guión que se cumplió.
Ese guión da una idea de lo que tenemos por delante. Si alguien alguna vez lo subestimó ya sabe lo que le espera y lo que nos espera. Fíjense como los obispos y muchos curas se opusieron a la reforma con declaraciones agresivas, cómo se valieron del púlpito y de su influencia en los feligreses. Es decir, la derecha política no juega limpio.
Ya se han dado explicaciones acerca de por qué esta vez la propuesta de cambio, en este caso representada por la reforma, no triunfó. Habrá que seguir estudiando lo ocurrido.
Hagamos un resumen de las flaquezas de la propuesta. Todo apunta en la dirección de que no fue comprendida. Era una propuesta difícil que sumó 69 artículos. Demasiados temas y tópicos. Si contamos los días que mediaron entre la entrega del documento final por parte de la Asamblea Nacional y el 2 de diciembre constataremos que hubo poco tiempo para la explicación del contenido de la reforma.
Esa circunstancia fue aprovechada por la derecha conservadora para satanizar la reforma. Allí ganó ofensiva. Eso no había ocurrido antes. Una virtud de la fuerza bolivariana es que siempre ha propuesto y desarrollado una agenda propia de temas y no ha estado a la defensiva. Esta vez hubo que explicar que no era verdad lo que se decía. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con la cuña que decía que el gobierno se iba a apropiar de las carnicerías.
La campaña del miedo surtió su efecto. Sobre todo, entre los estratos más pobres de las ciudades con mayor concentración urbana: Maracaibo, Caracas, Puerto la Cruz, Barquisimeto. Este fue otro factor.
También falta analizar las razones que llevaron a la abstención, particularmente de esos tres millones de votos menos que obtuvo la fuerza bolivariana o chavista. ¿Qué dice ese silencio? ¿Hasta qué punto se está reclamando una acción de gobierno más efectiva? ¿hasta qué punto se está tomando distancia de quienes en funciones de gobierno hacen ostentación de bienes materiales?
Después de nueve años de gobierno bolivariano el burocratismo, la corrupción y la ineficiencia aparecen como trabas notorias. La queja sorda se expresa con recurrencia y los correctivos no aparecen. Desde instancias del Estado se desarrollan políticas neoliberales que ocasionan daño al ambiente, es el caso de la explotación de carbón en Zulia. Muchos productos destinados a Mercal se ofrecen en mercados paralelos. Se multiplican las políticas clientelares en las comunidades y no se trabaja en la dirección en la formación política, lo cual resta la fuerza transformadora de las misiones, porque algunos están por recibir algún simple beneficio y no empezar a sembrar nuevos valores.
La revolución está por construirse. Implica acciones políticas y acciones sociales y económicas. Para lograrlo hay que vencer las fallas que se instalan en las instituciones. Es hora de reconocer errores y corregirlos, sin pérdida de tiempo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Con ardiente paciencia

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su guía. Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las "ies" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en si mismo. Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar. Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Muere lentamente, quien abandonando un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar. Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.
Pablo Neruda

viernes, 9 de noviembre de 2007

El conflicto mediático

(Orlando Villalobos) En los últimos años, los medios masivos –periódicos, canales de TV y emisoras de radio- se han colocado en el centro o epicentro del conflicto político venezolano. Desde los medios, y desde luego en programas específicos, se postulan ideas y contenidos de clara militancia o interés político. Durante un buen tiempo el usuario de los medios ha presenciado como se ha hecho algo común que se imponga un enfoque sesgado a la hora de informar, como algunos moderadores de programas de TV actúan con impunidad y exagerada discrecionalidad en la interpretación de la noticia. Acomodan los hechos a sus particulares deseos, dejando de lado la ponderación y el equilibrio.
El hecho más grave que se conoce en Venezuela ha sido la desinformación a la que el país fue sometido desde los sucesos del jueves 11 de abril de 2002, en la tarde, que se usaron como justificación para desconocer la Constitución, hasta la madrugada del domingo 13 de abril. Se produjo un apagón mediático.
Como una justificación del golpe de Estado de abril se convirtieron en juez y parte; se desbocaron. Guardaron un silencio inaudito en un momento crucial y “construyeron” su propia verdad mediática y la impusieron, aunque sea por un rato.
Una evidencia de lo deliberado del comportamiento de los medios se encuentra en el editorial de uno de sus más excelsos voceros, El Nacional. Este diario, el 13 de abril de 2002, validó el golpe de Estado, que en ese momento estaba en marcha: “Ha hecho bien el nuevo presidente Pedro Carmona Estanga en prescindir, de un plumazo, de estos esperpentos institucionales, devaluados ética y moralmente por la escasa gallardía con que sus representantes ejercieron el cargo”.
En ese comportamiento de los medios hay más de un problema de fondo, porque los parámetros éticos y profesionales del periodismo se han dejado de lado. En nombre de un propósito político se busca justificar la utilización arbitraria del poderío de la tribuna mediática. De tal manera que se ha impuesto una jerigonza antiperiodística que olvida o deja lado definiciones clásicas del periodismo.
Resumiremos varias de esas manifestaciones.
1. Se ha impuesto lo que el periodista inglés Gideon Lichfield (2002) denomina la declarocracia, con eso quiere decir que, “las noticias no son lo que hay de nuevo, sino lo que haya dicho alguien importante, aunque esa persona o cualquier otra ya lo hubiera dicho, sin importar, realmente, si es verdad o no”. En el contexto venezolano eso significa que si lo dice el presidente del organismo empresarial –Fedecámaras- es noticia, no importa que sea verdad o no, que haya ocurrido lo que dice o que simplemente sea una opinión propia.
2. Se hace un uso irregular de las fuentes (Antillano, 2002). Se le da validación automática a la fuentes coincidentes y se dejan de lado las otras, las que disienten. No se verifican los datos o informaciones obtenidas, y en consecuencia se le da paso al chisme interesado o al vulgar rumor.
3. Se confunde, deliberadamente, opinión con información. Como esos campos se yuxtaponen, entonces se incurre en excesos de opinión en la información que se presenta. La noticia que se entrega es un editorial.
4. Aplicación de un concepto de objetividad que está ligado a la interpretación interesada de la noticia. Esa noción de objetividad resulta acomodaticia, por cuanto a ese periodismo “no le interesan los hechos, le interesa tener razón” (Antillano, 2002).
Interesadamente se busca refugio en una visión que hace una separación mecánica entre sujeto y objeto, entre objetividad y subjetividad; favorece un punto de vista parcial, dicotómico, en cierto sentido insuficiente, porque no toma en cuenta la complejidad, ni las distintas variables que forman parte de un hecho o fenómeno. Simplemente hace una reducción de cada problema, buena o mala, afirmativa o negativa, pro o contra.
Para superar tanta chatura, y parcialidad interesada, se requiere asumir el periodismo y la comunicación, como un ejercicio complejo, que puede aportar en la búsqueda de la verdad. Eso no tiene nada que ver con maniqueísmos, posiciones preestablecidas y verdades que se buscan imponer de antemano para favorecer una visión de los hechos. Eso no tiene nada que ver con el acostumbrado programa televisivo, mañanero o noctámbulo, donde un perdonavidas de ocasión, juez y parte, atrincherado en su reducto de simplismos, moralina y frases hechas, sin rubor deja colar su intención y preferencia, muestra sus prejuicios y fanatismos.
Un comportamiento con las características antes señaladas ha derivado hacia un resultado poco halagador: los medios abandonaron el medio, dejaron de ser fuentes de mediación, y se han instalado en el centro del conflicto político, dicho de otro modo los medios son parte del conflicto. Desde la tribuna mediática se juzga y se sanciona, se fabrican medias verdades, se atiza la rivalidad, se condiciona la agenda pública. Para proceder de este modo se emplea la excusa de que los medios son atacados, es decir, simplemente actúan en defensa propia. Con ese alegato se ha pretendido justificar el comportamiento por lo menos discutible de actuar en muchos casos en cadena nacional para la transmisión de mensajes de dudoso contenido democrático, como por ejemplo, colocar en pantalla, en horario estelar, a un representante militar llamando a la movilización de los cuarteles.
La idea no es proponer que los medios actúen de manera neutral, aséptica. Eso seguramente no es posible hoy en Venezuela, ni en ningún otro lugar. Lo que se sugiere es que se asuma la comunicación masiva como la posibilidad de expresión y desarrollo de voces plurales, diversas y democráticas. Los medios tienen consagrada la opción de mostrar sus perspectivas editoriales, e incluso de mostrarse partidarios de posturas políticas, pero al mismo tiempo pueden y deben favorecer la expresión de una cultura política que propicie la diversidad, la democracia y la cultura de paz.

ANTILLANO, Pablo (2002) “Entre el arsénico y la cicuta”. Diario El Nacional, papel literario. 6.07.2002. p. 1.

LICHFIELD, Gideon (2002). “La noticia convertida en registro de lo que dicen los poderosos”. Diario El Nacional, 3.09.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Del estilo y otras pasiones terrenales

(Orlando Villalobos) Se aprende haciendo. Conozco la receta. Cuando nadie me había facultado como periodista, ni me había pasado por la cabeza que un día terminaría emborronando cuartillas hasta desfallecer, y que ese sería mi pane lucrando, me aparecí en la sala de redacción de un periódico, preguntando por la persona que pudiera decidir publicar mis primeras letras.
La sala era pequeña. Se escribía en pesadas máquinas de escribir y habría a lo sumo dos o tres redactores y un ocupadísimo jefe de redacción, el inefable Cruz Echenique, quien apenas mostró cortesía para recibir mi osadía. No me miró a la cara, pero cuatro o cinco días después, mi nombre se inflamó de tinta, a 14 puntos, en las letras más hermosas que alguna vez haya visto. Recorrí hasta el cansancio, con profunda emoción, aquellas líneas, como si se tratara de la noticia de una herencia.
Entendí la publicación como una declaración pública de amor. Me di por aludido y desde entonces casi semanalmente, con regularidad de artesano, acudía a la cita. Me presentaba a la redacción con un texto. Nadie me esperaba, pero aquello era para mi un compromiso impostergable, una palabra empeñada. Me publicaron varias docenas de artículos, pero produje muchos más. Una buena dosis completó las papeleras, seguramente, sin que nadie se apiadara de las horas que había dedicado a juntar oraciones. Cuando abría las páginas del periódico y allí estaba el escrito, ¡aleluya! era como si hubiera metido un gol, pero demasiadas veces me tocó esperar en vano. Los días se sucedían y nada, el milagro no llegaba. Ahora que hago memoria de aquellos afortunados días, me planteo un balance y el resultado es favorable.
Así, como por arte de magia, la opinión empezó a fluir y un día Echenique rompió con su indiferencia y me obsequió un verdadero regalo. Dijo: “es buena tu prosa” o algo por el estilo. De puro escucharlo quedé paralizado. Sus palabras me resultaron divinas. ¿Acaso se podía escuchar tanto? ¿Había lugar para la infinita bondad?
Mi empeño terco nunca se asustó, ni siquiera cuando no hubo tiempo para atender el tesoro que consideraba llevaba en mis alforjas.
Años después, cuando el rumbo de los días me llevó a las aguas procelosas del periodismo, ya me sabía la lección. Mis ilusiones periodísticas cabalgaban sobre una base empírica cierta. Casi era un experimentado. De tanto probar suerte como articulista, ya sabía ponerle sustantivos y emociones a las palabras.
De modo que cuando alguien me habló del estilo periodístico ya tenía comprado el boleto en ese tren, sin saberlo. Desde luego, la teoría completó el horizonte y le sacó filo a las ambiciones. Hice conciencia de lo que la porfiada ilusión, de escritor novel, me había regalado.
Por eso, cuando oigo hablar del estilo literario o periodístico comprendo que ése es un laberinto, que se aprende a recorrer a fuerza de intentarlo, dejándose seducir por los atributos, de esta tentación terrenal de aprender a moldear el pensamiento en tinta y papel. Ningún maestro, ni ningún libro, puede enseñar lo que el propio interesado devela, con paciencia y corazón, absorto en la soledad de su intento, embelesado en la maravilla de cada palabra que logra hilvanar.
A escribir aprende el que quiere, pero primero tiene que intentarlo, batirse con el demonio de la incertidumbre, y hacerlo armado hasta los dientes con una fuerza de voluntad a toda prueba y esa prueba tiene demasiados nombres: comodidad, indiferencia, desdén, traición, inconsecuencia, en fin.
El estilo no es una propiedad que se transmite, sino un don que se aprende, se moldea, a fuerza de intentarlo y de vivirlo. Si algo, si fuera el caso, se puede agradecer a un maestro es que haya ayudado a develar esa música que uno lleva por dentro, que lo acompaña a todas partes, y que no sabe como hacer para que encuentre su ideal y bendita expresión.
Ese maestro, por cierto, puede ser el más humilde, de repente el menos denso, ese no es el caso, porque su mérito está en que enseñe el método de la búsqueda, confiando en las propias fuerzas y en el talento. Cuando Albert Camus recibió el Nobel de Literatura, en l957, envió una carta a quien fuera su maestro en su infancia, en donde plantea que los esfuerzos del Sr. Germain, “su trabajo, y el corazón generoso que usted puso en ello, todavía vive en uno de sus pequeños alumnos”.
El estilo, en resumidas palabras, es uno mismo. Es esa convicción que nos permite ser auténticos siempre, en cualquier circunstancia, y no dejarnos arrastrar por la tentación, que anda suelta y nace en cualquier rincón.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Ilusión montevideana


(Orlando Villalobos) Montevideo. La ciudad es como una novela de Juan Carlos Onneti. Lo cotidiano se mezcla con la memoria histórica y despierta la imaginación. El pasado es una referencia sólida. Artigas, Lavallejas, Benedetti, Galeano, los Tupamaros, Felisberto Hernández, Florencio Sánchez, y su más grande juglar: Alfredo Zitarrosa.
En medio de su trepidante brisa gélida, la avenida 18 de Julio abre sus comercios, cafés y lo más rotundamente curioso: el número sorprendente de librerías que se multiplican de calle en calle. Allí ofrecen las últimas novedades, los libros que redescubren las actas tupamaras y los momentos gloriosos y trágicos del riesgo clandestino en la época de la dictadura militar, que no dejaba respiro; recuperan el brillo de los libros usados, que de nuevo ganan protagonismo; y proponen largas veladas con café, mate y vino, hasta las 22 horas.
La memoria sigue viva de muchas maneras. Es parte del alma montevideana. En esta placa se anuncia que aquí en este boliche se presentaron el dúo Gardel-Razzano; aquella otra, frente a la Universidad de la República, explica que desde allí salió la desafiante juventud universitaria en una marcha contra la dictadura, “una mañana de sol radiante”.
Montevideo es extrañamente urbano y amablemente pobre. Las edificaciones muestran una arquitectura que delata tiempos mejores, ahora la pátina del tiempo no perdona. Falta mantenimiento y pintura, pero sigue en pie todo lo que se levantó a pulso. No en vano ésta fue “la Suiza de América”.
Sin una gota de petróleo, Uruguay llegó a conseguir un índice de desarrollo que dejó atrás a buena parte de América Latina. En 1915 aprobó una legislación del trabajo avanzada, que incluía las ocho horas diarias de labor. En las décadas del 20 y del 30, del siglo XX, había logrado expandir la educación y cultura. La educación secundaria era la meta. Apuntalándose en la ganadería y en una incipiente industrialización, Uruguay se ufanaba del crecimiento de su clase media y de contar con una democracia sólida. A esa grandeza se unieron dos campeonatos mundiales de fútbol (1930 y 1950) y dos campeonatos olímpicos (1924 y 1928).
Pero esa prosperidad sucumbió a partir de la crisis de finales de los años 50. Los cambios en la economía internacional, en especial la formación del Mercado Común Europeo (1957) y la sustitución de la hegemonía británica por la estadounidense, dejó a las producciones exportables uruguayas a la deriva. Su tradicional mercado europeo se cerraba a sus carnes. Comenzaba el estancamiento y la disminución del ingreso.
Después, para completar el círculo de adversidades, llegó ese tenebroso periodo de dictadura militar (1974-1985), que terminó de desbaratar al orgulloso Uruguay.
Por eso hoy el montevideano muestra aquellos aires de grandeza; aunque trata de asimilarlo, todavía muchos no se han dado cuenta del descenso y por eso es demasiadas veces prepotente. Dependen del peso de la tradición y la costumbre. Pero esa prepotencia le impide ver con más claridad el presente de dificultades y todo eso deviene en decepción y pesimismo.
“Aquí no producimos nada”, dice el señor de una tienda que insiste en mostrar ropa made in Argentina. “Esto se mantiene igual y no mejora”. Una señora de unos cincuenta años o menos me explica que en Uruguay la gente de su edad ya no puede aspirar a nada y que la mayoría de los muchachos se van del país tan pronto pueden. En los cafés se habla del “Departamento 20”, para hacer referencia a los casi tres millones de uruguayos que viven en el exterior, número muy cercano a los tres millones de uruguayos que relata el censo oficial.
El contraste es evidente. Esa infraestructura urbana que debería renovar las ganas del orgullo uruguayo se desmaya ante el tamaño del pesimismo que anda suelto por la calle. El liderazgo del presidente Tabaré Vásquez pudiera y debiera ser el comienzo de una historia diferente. Como ha dicho Tabaré, “con la utopía en el corazón y los pies en la tierra”.

Amores y desventuras de Maracaibo


(Orlando Villalobos) La mala noticia saltó de un lado a otro. “El Olonés ya cruzó la boca del lago”, espació el rumor y cada quien salió a ponerse en resguardo del temible pirata francés Francisco Juan Daniel Nau, conocido como L’ Olonnais, o El Olonés a lo maracucho.
Cuenta la leyenda que el aventurero se apareció con siete barcos y 440 hombres, que barrieron literalmente con la mercancía y el vino que encontraron en los almacenes. Luego prosiguieron a Gilbraltar, donde sumaron nuevos saqueos y crueldades, pese a la infructuosa oposición del gobernador de Mérida, quien pagó con su vida el intento de defenderse.
Sucedió de ese modo porque desde sus días de aldea de casas vacilantes, provisorias y perdidas, mucha antes de que don Ambrosio Alfínger y Alonso Pacheco desmontaran de la odisea conquistadora, esta villa, pueblo o ciudad ha tenido su suerte colgando de lo que pasa en el inmenso lago que cabalga sobre sus costas.
No por casualidad los primeros españoles que llegaron dijeron: “este es el sitio, aquí se queda Maracaibo”, siguiendo la senda ya trazada por la población indígena que estaba en el lugar, justo entre el lago y la montaña, entre el Caribe y los Andes.
El lago era la vía natural que urgían para ir y venir y adentrarse en tierra firme hacia el norte y hacia el sur.
Esta condición convirtió a la naciente ciudad en un puerto estratégico, para el tránsito del transporte de la colonia; un punto de fácil acceso a las Antillas, al Caribe y a este pedazo del mundo.
A mediados del siglo XVIII y durante el XIX el cálculo había rendido sus frutos. El puerto de Maracaibo había adquirido protagonismo. Desde sus muelles salía la producción que bajaba de las sabanas de Carora y toda la producción agrícola y ganadera de las tierras ribereñas. Por aquí pasaban los productos que venían de Pamplona y de los campos y ciudades más cercanos a la cuenca del lago.
Hasta bien entrado el siglo XX la página no había terminado de dar la vuelta. Maracaibo continuó siendo una ciudad que dependía del puerto para moverse. El intercambio comercial portuario constituía su base económica, condicionado por la facilidad del transporte más accesible: el lacustre. La vida gravitaba alrededor del puerto, de la producción agrícola que allí descargaban las piraguas, del mercado que creció a sus alrededores y de los ferrys que unían a la costa oriental y occidental del lago.
Esto permitió que el suelo zuliano se distinguiera del resto de las otras Venezuelas de la época. Aquí había una sostenida actividad de exportación y de importación; los productos iban y venían y con ellos los libros, las ideas y la prensa europea.
Pero un buen día llegó la hora triste de la despedida. El lago, el puerto y la ciudad dejaron de aventurar juntos. Maracaibo se extendió por los cuatro costados, pero empezó a hacerlo de espaldas al lago.
El viento cambió de dirección. La ciudad-puerto empezó a desvanecerse cuando Juan Vicente Gómez trazó una estructura de carreteras que enlazaban a los Andes con el centro de Venezuela. El transporte empezó a ser otro. Llegaron la Machiques-Colón y otras vías, y ya las piraguas dejaron de tener el valor de antes. El puerto quedó para las importaciones. En el país se impuso la cultura del supermercado y desaparecieron los mercados tradicionales.
Según la explicación del arquitecto Pedro Romero dos factores resultaron cruciales en el desencuentro de la ciudad y su puerto. Primero, el proceso de renovación urbana de los años 70, donde hubo una definición de políticas de intervención del área central de Maracaibo que trazó otras arterias principales, la avenida Libertador por ejemplo, la cual cortó la integración del caso central con el puerto.
El otro hecho es el Paseo del Lago, aunque suene contradictorio. Este se construyó con el propósito de vincular la ciudad al lago, pero en realidad tuvo un efecto contrario, en lugar de integrar terminó siendo un elemento separador. Se creó para el uso exclusivo de la recreación y entonces para ir para allá hay que tomar esa decisión, hay que apartar un tiempo especial. Antes, en cambio, la costa de El Milagro formaba parte de la vida cotidiana.
Ahora, en estos días de nuevo milenio, una interrogante anda buscando respuesta. ¿Podrá recuperarse el contacto perdido entre la ciudad y el puerto? Si usted tiene una respuesta hágala saber.

Maracaibo, amor y odio


(Orlando Villalobos) Según su majestad Manuel Rosales[1] el Zulia despega como un polo de desarrollo. La Alcaldía de Maracaibo también es muy categórica, ésta es “la primera ciudad de Venezuela”. El marketing político impone lemas y levanta un imaginario de bondades y promesas.
La realidad de la calle, en cambio, muestra las facetas que no se divulgan en los grandes medios masivos, pero que cada quien conoce y padece. Más allá de la publicidad interesada, Maracaibo es una ciudad inconclusa, improvisada e informal.
En medio de la ciudad formal cohabita el mundo informal que apenas asoman las cifras frías, insípidas y anónimas. Hay una ciudad formal que se inmola en el mall y transita por 5 de Julio, Las Delicias y Bella Vista, tiene acceso a la educación, aprovecha la planificación urbana, sueña con volar a Miami y con pudor habla de tú y reserva el uso del vos para las sesiones con los panas.
Al lado de ese arrebato de formalidad se cuela la Maracaibo sin servicios públicos, con ranchos que se asoman por todas partes, con poca o nula infraestructura, con escuelas que no saben de Internet, con camiones y volteos que hacen las veces de “aseo urbano”, con un transporte público en el que se atropella y se humilla la dignidad humana.
Como esta crónica tiene sus líneas contadas, déjeme decirle que el drama es cierto si piensa que lo informal predomina y no es sólo un accidente. La lógica se tuerce si observa que las políticas públicas no calman la sed, ni impiden la multiplicación de los ranchos, ni generan ciudadanía. En lugar de ciudadanos tenemos consumidores, en el mejor de los casos, y carenciados o sobrevivientes.
En esta contemporaneidad marabina de hoy se produce una explosión de lo que con pedantería llamaré “asentamientos urbanos precarios”, que surgen con la misma rapidez con la que se construyen “conjuntos urbanos cerrados”. Hay una explosión de la informalidad laboral y cada día crece el número de vendedores en las esquinas. El vecino tiende a ser un extraño y la inseguridad tiene distintos nombres y amenazas: secuestro express, vacuna, asalto y robo. Nadie en su sano juicio se detiene en un semáforo de noche sin mirar para los lados.
En fin, la ciudad muestra sus cifras en rojo, aunque sean maquilladas a conveniencia, en los programas de TV. El reto que tenemos es inmenso, para levantar verdaderas opciones de cambio y no dejar que nos arrastren los prejucios aprendidos en la escuela y repetidos por las señoras y los políticos de oficio. No es poca cosa lo que tenemos por delante. Nos queda repetir con el mexicano Juan Rulfo: “hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza”.
Notas
[1] Gobernador del estado Zulia

Maracaibo en la tarde


(Orlando Villalobos) A las tres de la tarde Maracaibo expone sus pretensiones al sol. Se bate en medio del sopor canicular. Lucha, palpita, sube y baja, sin pedir ni dar cuartel.
A esa hora cualquiera sueña con encontrarse con Sandra Bullock, justo en la plaza Baralt, para saber que existe y convencerse que no se trata de otro truco de Hollywood. Cualquiera piensa en disfrutar de la oportunidad de invitar a Laura Esquivel a tomarse un agua de coco, por los lados de la plaza de toros, para preguntarle cómo hace para atrapar a tantos lectores, con esa literatura mágica que nos ha regalado. Cualquiera busca la ocasión para escaparse de este trópico, plagado de tentaciones, de la mano de Gal Costa o de María Bethania y de sus canciones, por supuesto.
Quejas aparte, habría que reconocer que esta es tierra liberada para la imaginación. No por casualidad aquí tejieron su obra Ismael Urdaneta y Udón Pérez, encontró inspiración Manuel Trujillo Durán para poner en movimiento las primeras imágenes. Si la referencia no fuera un poquito lejana tendríamos que decir con el poeta Valera Mora, “por aquí pasó Benny Moré y le prendió candela a Los Beatles”.
En realidad, siempre me ha fascinado la pequeña historia de aquellos músicos que en los años 50, 60 y 70 pasaron por Maracaibo, dejando huellas y cenizas ardientes. Ñico Saquito, el de “María Cristina me quiere gobernar”, que vivió como ocho años aquí. “Chocolate” Armenteros, cuando no tenía nombre. Víctor Paz, uno de los trompetistas de la legendaria orquesta de Pérez Prado. Y hasta Ricardo Montaner, cuando simplemente “mataba tigres”. Esa crónica queda pendiente.
Lo cierto es que Maracaibo se presta. Dice la leyenda que aquí Domingo Alberto Rangel dio el discurso de fundación del MIR, en los sesenta. Que Fruto Vivas mostraba sus utopías, cuando le pasaban factura por sus preferencias políticas y hasta su nombre era motivo de disputas. Que Ibrahim López García fascinaba a los alumnos en sus clases, en la Facultad de Ingeniería, disertando sobre trompos, cúpulas y vuelos. Que Alí Primera, en los ochenta, se postuló como candidato a diputado y andaba por Haticos, Corito, San Jacinto y El Bajo buscando oídos receptivos para su relato de pueblo. Que Carlos Fuentes estuvo en Humanidades explicando los motivos de su “Gringo viejo”. Que Juan Luis Guerra juró que no se iba de la ciudad sin saber como eran Las Pulgas y cumplió su palabra.
A pesar de ciertos fundamentalismos de moda, por acá circulan vientos de transición y de muchas maneras suena el discurso que habla de renovar al liderazgo, desde las regiones. Hoy por hoy, este es un buen laboratorio para medir los alcances de esa corriente que busca acercar al elector con el gobernante elegido, por todas las aguas que se han agitado, desde diciembre de l993 a esta parte. Solo que la búsqueda lleva su tiempo, porque se trata de ir probando y de ir observando a quienes se les corre el maquillaje. O dicho entre nosotros, no saben, ni pueden, ir más allá de las consignas.
Desde luego, la crónica sería inconsecuente si no mostrara todas las aristas. Si no dijera que el transporte público exhibe los mejores atuendos tercermundistas. No se respetan paradas. La tarifa es la más cara del país. El usuario es vejado. Y una novedad, en algunas rutas son llevados en camiones de carga. Aquí Steven Spielberg encontraría ideales locaciones si observara como “colectores” y pasajeros van colgando de las ventanas y costados de buses.
Una extraña manía de los marabinos merece reseñarse: el casi nulo interés por la limpieza de los espacios públicos. Los depósitos reservados para los desperdicios prácticamente no se usan. A ningún conductor avisado se le ocurre situarse al lado de los autobuses en marcha, pues desde su interior lanzan conchas, papeles y latas de refresco. La costumbre se extiende hasta los vehículos particulares. Tantos años de educación, por lo visto, no enseñan de ambiente, ecología y temas afines.
De todas maneras, copiando el lenguaje promocional que emplea Corpoturismo, tenemos que decir que Maracaibo es una ciudad para vivir y morir. Para vivir de su voseo particular, inédito y motivo de orgullo; para saborear su desenfado y la capacidad retrechera de su gente; y para morir en una cola, en La Limpia, a las tres de la tarde, con el carro recalentado y con los otros choferes recordándote a tus seres queridos.

Palo de Brasil

(Orlando Villalobos) El contraste brasileño es desgarrador e inhumano. En Porto Alegre, las empedradas calles del centro son limpias, cuidadas y conservan el regusto por la tradición. El mercado tiene el aroma de la hierba recién cortada. Cerca de allí, en Sao Leopoldo, los estudiantes se refugian en la pradera verde del campo de la universidad para decir: “pra saber tem que viver”.
En las calles de Río de Janeiro, la indigencia pugna por hacerse visible, hasta para el más distraído. Hay la ciudad que suma puntos para el atractivo turístico. Copacabana, el Maracaná, Pan de Azúcar y el Cristo que mira desde el cerro del Corcovado. La otra es la ciudad precaria, desahuciada, improvisada.
El orgullo brasileño de la letra de Chico Buarque, que se nutre de sus raíces paulistas, pernambucanas y bahianas, se fractura ante la postal de favelas de cartón y zinc que rodean al aeropuerto de Guarulhos, en Sao Paulo, y ante el océano de favelas de la periferia paulista.
Desigualdad y urbanismo, pobreza extrema y modernidad se conjugan en el mismo escenario. El albur del azar aproxima las asimetrías y las contracorrientes.
Ser de izquierda en Brasil es tomarse el permiso de mirar ese mundo con ojos de comprensión y de rabia. En palabras de Frei Betto es considerar la desigualdad como una aberración que debe ser erradicada; es actuar por principios y no por intereses.
Por eso desde finales de la década de los 80 el río trae la música de la inconformidad. La primera manifestación visible fue la victoria del Partido de los Trabajadores en Sao Paulo, con Luisa Erundina, en 1989. Como gesto emblemático Luisa le regaló a los paulistas la designación de Paulo Freire, como secretario municipal de educación. Decía Paulo que "la mejor manera de pensar, es pensar en la práctica", por eso insistió en “pedagogizar el mundo” y construir convivencia en medio del conflicto.
Aunque Luisa perdió con la derecha en 1993 mostró formas políticas diferentes. Surgieron el presupuesto participativo, las cooperativas de los recuperadores de materiales reciclables y las cooperativas de vivienda, de los sin techo.
El crecimiento del voto del PT a principios de los 90 explica los resultados que llegaron después para Lula y para la izquierda brasileña. Se respiraba otra posibilidad y el Brasil de los de abajo vio en Lula una opción a la mano.
A partir del triunfo del PT, en 2002, la historia comenzó a moverse pero con exagerada timidez. Lula innovó con los planes sociales: “Pobreza cero”, “Bolsa de familia”, “Luz para todos”, pero se ha cuidado de no escarbar en los privilegios de los privilegiados. Su peor pecado: se desvinculó de los movimientos sociales. Los Sin Tierra lo ven como “uno de los nuestros” que se ha olvidado de la asignatura pendiente: levantar otro Brasil posible.
Leonardo Boff, autor intelectual del cambio, le ha escrito a Lula para recordarle que el poder es la mayor tentación humana, porque crea la sensación de la omnipotencia divina. Por eso, si se queda en el vigor destructivo fracasa. “Sólo la ternura limita el poder, haciendo que él sea benéfico (…) El equilibrio entre ternura y vigor hizo que los grandes fuesen grandes”.
Pero cualquiera se equivoca si piensa que puede descubrir el alma de un país desde las líneas gruesas y recargadas de la política. Para comprender lo brasileño hay que detenerse en la música que se improvisa en Ipanema, en las noches de Campos de Jordao o en el barrio Liberdade de Sao Paulo, a sorbos de caipirinha y de la caña de Campos de Piracicaba.
Lo que no se explica desde el discurso grandilocuente se exprime, gota a gota, desde las letras de Gal Costa, María Rita y Clara Nunes; los clásicos populares, Elis Regina, Gilberto Gil, María Bethania y Caetano Veloso; y el arrebato de Ivete Sangalo y Daniela Mercury.
Lo que no se conoce en la televisión se aprende en las conversaciones con un taxista o con los estudiantes de la Universidad do Vale do Sinos que todo lo explican con la jerga del fútbol. En la versión del Brasil de la religión del fútbol el país se descalabra cuando la selección no puede ganar o la vida gana protagonismo cuando en Porto Alegre Gremio y el Internacional se baten a duelo, en la grama del estadio; o cuando un equipo de Porto Alegre juega contra el Fluminense de los cariocas o contra cualquier equipo de Sao Paulo.
El Brasil de la desigualdad grosera alimenta el morral de sus ilusiones, se sacude el letargo de la injusticia, agita las consignas del cambio social y se abraza a las caderas de la chica de Ipanema, “la cosa más linda/ que yo he visto pasar”.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Maracaibo, un lugar en el mundo


(Orlando Villalobos) Vivimos tiempos de rápidas transiciones. Las anécdotas del pasado, de la ciudad, se asemejan a aquellas escenas fílmicas en las cuales aparece María Félix dejándose convencer por Pedro Almendáriz.
Sin embargo, son fotografías que no se marchitan ni se arrugan. Usted no las tiene siempre presente pero, llegado el momento, las recupera inmediatamente, porque están registradas en la memoria o en el disco duro, para decirlo con términos muy en boga.
Lo malo y criticable del asunto es la facilidad con que dichas imágenes se dejan de lado o simplemente se borran.
En un afán por dejarle el camino libre a la quincalla de las novedades, se pretende pasar por encima de nuestra historia sencilla, cotidiana, “personal e intransferible”, como acuñó Silvio Rodríguez.
El protagonismo se reserva para el fast food. Lo urgente le gana la partida a lo importante. La arquitectura petrolera se queda sin defensores. No queda ni un recuerdo para el hotel Granada. Las casas representantivas de Maracaibo, con sus gárgolas, cornizas, recuadros decorativos y ventanas altas son reproducidas en réplicas artesanales para ofrecérselas a los turistas y visitantes. Abandonadas están: la casa de Pérez Soto, en el Paraíso; las Villas de El Milagro y, en buena parte, la arquitectura del siglo XIX y principios XX del centro de la ciudad. Los cines se transforman en centros religiosos y no en salas de arte y ensayo, como recomienda la más sana lógica.
La restauración del Teatro Baralt y la revalorización del Centro de Arte son sólo la excepción de la regla.
Se pierden los símbolos y se disuelve la memoria. El pasado se oculta entre penas y olvidos. La data de nuestras horas se borra. Este comportamiento termina costando caro, porque transitamos entre “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, como dice el tango. Particularmente, eso es cierto en esta época de globalización, economía de mercado e inmediatez mediática.
El pasado es el prólogo y el mejor crédito para encarar lo que viene. No es cierto que cada día se parta de cero y de que se puede, por lo tanto, “reinventarse” la ciudad. Tampoco es cierto que “nos estamos jugando a Rosalinda” en cada lance electoral, en cada declaración de candidato a diputado o en la próxima cadena nacional del Presidente. Al contrario, ese día a día de primicias y escándalos termina deslumbrándonos e impidiéndonos ver el bosque y no simplemente los árboles. Es decir, saber de dónde venimos, para dónde vamos, en fin, conocer de qué “madera estamos hechos” y por qué a pesar de tanto petróleo, bauxita, hierro y tanto derroche de talento somos este país portátil, que debate sobre pobreza crítica y pobreza extrema, tratando de encontrar una explicación al drama cotidiano de limitaciones y carencias.
Que se sepa, las mejores opciones del presente tienen sus raíces afincadas en el background personal y colectivo.
Encarar los retos de la contemporaneidad y dejar a un lado el barro del que estamos hechos quizás sea sólo un negocio para cierto capitalismo inclemente y salvaje. Como se dice desde la antigüedad: “para llegar y conseguir las metas deseadas hay que tener un lugar en el mundo”. Para ganar y para perder. Para vivir y morir. Para enamorarse y para despecharse. Para dejar atrás esa amenaza que acosa a la ciudad por los cuatro costados.

Entre tapias y memorias

(Orlando Villalobos) Mérida es un chocolate a las nueve de la noche, en el hotel Park. Es brisa mañanera de centro urbano con olor a manzanilla y voces del campo, que andan soltando su fábula con altivez y orgullo, sin ocultar el acento, ni la coma, ni el desenfado.
Es el “Soto Rosas” un domingo a las once de la mañana, con todos los tambores de la montaña metiendo bulla, para que nadie se quede en casa y venga a ver al “ulita de mi vida”, que hoy no tendrá equipo que pueda con su dribling y su pelota escondida.
Es sazón y razón de un intento de restauración que se propone mantener vivo el testimonio. Es Casa Valeri, justo en la esquina. En Casa Paredes y Hacienda La Victoria. El bulevar de los pintores y un café en el Santa Rosa antes del cine.
Son cuatro películas de Kurosawa y una cadena interminable de cine español en el Sjene.
Es una conversación con Fabiola Bautista, sin principio ni fin, sobre las ruinas de Mucuño y el periplo de los primeros españoles que llegaron y se quedaron maravillados con las acequias que encontraron.
Es la imagen rota de la ciudad. El deterioro del casco urbano con valor histórico y el daño ecológico. Sus monumentos históricos: casas, plazas y fachadas que esperan reunir defensores.
Es una proclama de Amalia un 23 de enero en la plaza Bolívar. Un volante convocando a la marcha estudiantil. Una caravana con los últimos graduados de Ingeniería, con la inscripción: “Se instalan bombillos”.
Mérida es una discusión en el parque Beethoven sobre las roscas de la ciudad, la biblioteca de don Tulio Febres Cordero y las intenciones del Gobernador. Es el aliño que nos hizo caminar kilómetros, en medio de la neblina, por el puro gusto del desafío.
Es pan y circo ferial. Rumba del sol y alturas. Es la danza del último de los Girón en la plaza.
Es la cuesta interminable de La Mucuy y sus talladores de vida y esperanza. El barro de Aguas Calientes y la cerámica del Museo de Arte Colonial.
Es una conversa sobre la ocurrencia de tal y cual texto, la página que pudimos llenar a fuerza de fabulación, la fotografía que no apareció y el chiste amargo del día, después de haber tecleado largamente en la redacción.
Mérida es este pedazo de papel que guardaremos para que no sufra el rigor de la pátina del tiempo.