domingo, 5 de octubre de 2008

Mate amargo

(Orlando Villalobos)

I
La presidenta Cristina Kirchner consiguió una amplia victoria parlamentaria con su propuesta de reestatizar Aerolíneas Argentinas, empresa aérea bandera. Sumó a pequeños grupos parlamentarios que se habían distanciado, entre ellos Proyecto Sur en el que participa el cineasta Fernando “Pino” Solanas.
Con este paso, de alguna manera recupera la iniciativa política, que había resultado aporreada con aquella derrota, también en el Congreso, de fijar un incremento de los impuestos a los empresarios del campo. En Argentina la concentración de la tierra es brutal. Hay 4000 propietarios dueños de 84 millones de hectáreas, niveles similares a los que había a principios del siglo pasado. El gobierno de Cristina intentó mover algo de ese entramado agrícola pero no supo, ni pudo.
Lo de Aerolíneas fue una movida que le permite a Cristina recuperar el espíritu justiciero de su gobierno. En los 90 del arrase neoliberal había sido privatizada y 16 años después constituye una evidencia del monumental fracaso de las privatizaciones. La empresa está literalmente quebrada, con una deuda que fue acumulando después de haber pasado por varias manos: primero Iberia, luego American Airlines y por último el grupo Marsans. Moraleja a la carta: es rotundamente falso que la empresa privada sale siempre victoriosa, y que por tanto, es mejor siempre que cualquier empresa esté en manos de privados que del Estado.
El gobierno de los Kichner tiene otro mérito: apoya la revisión de la historia reciente argentina y propone el enjuiciamiento de torturadores y sátrapas, que pisotearon los derechos humanos en los tiempos no muy lejanos de la dictadura militar de los 70. Varios ya han sido enjuiciados.
Visto desde la distancia venezolana, lo que de verdad levanta sus puntos políticos es haberle devuelto aires de confianza a la ciudadanía argentina, después de la quiebra económica, política y ética que había resultado de los tiempos de los desmanes de los militares y del neoliberalismo salvaje de Menem en los 90.
¿Es este un gobierno reformista? Acudo en auxilio de la mirada de Atilio Borón[1] para anotar que “bajo ningún criterio mínimamente riguroso estamos en presencia de un gobierno reformista. Es un gobierno “democrático burgués” (con todas las salvedades que suscita esta engañosa expresión), pero donde el componente “burgués” gravita mucho más que el “democrático” y en donde el reformismo sólo existe en el discurso, no en los hechos”.
Dice el profesor Borón que “es asombroso escuchar, como ha ocurrido reiteradamente en los últimos años, las invocaciones de los distintos ocupantes de la Casa Rosada exhortando a los argentinos a redistribuir el ingreso y a repartir de modo más equitativo la riqueza. En fechas recientes la Presidenta volvió a insistir sobre el tema, a propósito del paro agrario. Pero, si no lo hace el Gobierno, ¿quién lo puede hacer? ¿Qué esperan?”.
Hay un dato que para Venezuela resulta de interés. Néstor Kirchner acompañó al presidente Chávez en su crítica contra el ALCA y luego Cristina se mantiene en la onda del acercamiento con los gobiernos de Lula, Evo y Chávez y de participación del esfuerzo por la integración suramericana, expresada en la Unión Suramericana y en un Mercosur corregido y mejorado.
Hay avances, pero mucho falta para levantar a una Argentina con justicia, con ciudadanía plena, con equilibrio social.


II
Si este país llamado Argentina se hubiera propuesto construir un perfil propio, que resaltara su personalidad, quizás no lo hubiera logrado tanto. Es demasiado el arrebato particular, típico, independiente, para pasar inadvertido.
El tango es una danza sensual, difícil, que no admite intentos noveles. El atrevimiento se paga con el ridículo. También es el relato dramático que se expone a los cuatro vientos. El mate es el sorbo preferido de cualquier hora. La milonga es la crónica que registra la vida dura, fiera, con su tragedia escondida en cada esquina. El gaucho es el emblema del afán permanente, que ha echado las bases de la patria, con un empuje sorprendente. El gaucho es trabajo de la tierra, siembra fértil y un salvador asado.
La afición por el fútbol es incomparable, tanto como la de los brasileños. Los equipos tienen historia de barrio. Los hinchas se desbordan por una pasión que tiene una raíz popular y genuina. Boca Junior es el ejemplo más vivo, aunque el negocio mercantil lo haya despegado de la gente. Es el equipo de los predios de Caminito, Caballito y de los vecinos del puerto. San Lorenzo es de Almagro. Arsenal de Sarandí. Lanús del sur de Buenos Aires. Estudiantes y Gimnasia y Esgrima vienen de La Plata, Rosario Central y Newell’s Old Boys de Rosario. River Plate e Independiente son parte de la leyenda y por tanto no admiten explicaciones simples.
En el siglo XXI la argentinidad se define a partir del fútbol, aunque suene extraño. Los pibes en las villas se parten el pecho desde temprano para ganarse un espacio en ese mundo de pequeños dioses. La creación de valores y símbolos ciudadanos desde la escuela ahora tiene una competencia inesperada. El ascenso social pasa por El Monumental de Núñez o por la Bombonera y no por la escuela. Cecilia Tosoni[2] recuerda que las banderas se multiplican después de un partido de la selección, pero no en las fechas patrias.

III
Desde la distancia Europa aparece como un nombre sólido, muy potente. Si nos dicen Europa pensamos en un mundo, en una historia, en una manera de ser. En cambio, cuando nos dicen que algo es latinoamericano probablemente nos venga a la mente una imagen imprecisa.
Ocurre de ese modo porque cuesta definir un techo común para designar o definir al vasto subcontinente que nos cobija. No es casual que nos asalte la duda y la contradicción. ¿Qué nos aproxima a un gaucho sureño, argentino o brasileño? ¿Qué tenemos de común con un mexicano que prefiere tequila o mezcal y adereza la mesa con chiles y nopales?
Para empezar hay que establecer un presupuesto básico: pertenecemos a una historia inconclusa en la que se suman negros, indígenas, criollos, mestizos, migraciones europeas, africanas y asiáticas. Para colmo más allá de lo que cita el lugar común, muchas veces cuesta conseguir afinidades. Desde Venezuela, el cono sur queda lejos. En Argentina y Brasil el fútbol tiene color de religión. Aquí la pasión se llama béisbol. Los sureños toman mate y aquí café. Allá dicen: “vos tenés”, aquí el pronombre es otro, con excepción de Maracaibo que utiliza la voz diptongada: “vos tenéis”.
Eso explica que haya costado ponerle nombre a este cadáver exquisito. Necesitados de una forma precisa, en España se usa el despectivo “sudaca” o el genérico “latinoamericano”.
Para incluir las raíces indígenas e intentar validar los antecedentes se menciona una “América profunda”. Pedro Henríquez Ureña usó la expresión “América hispánica”. Germán Arciniegas dijo que era una “América indoespañola”. Mariátegui añadió que era “indoamérica”. En Estados Unidos se denomina hispanos o latinos a los 37 millones de hablantes del castellano procedentes de estos pagos.
García Canclini[3] se hace la pregunta de si somos ¿Iberoamericanos, latinoamericanos o panamericanos? Pero estas denominaciones son insuficientes porque se conforman con el criterio geográfico. Iberoamérica se refiere a España, Portugal y América Latina. Lo panamericano incluye a países desde Canadá la Argentina.
Definirnos como América del Sur, de la que deriva Suramérica, tampoco luce apropiada, porque incluye sólo a una parte. En ese caso, ¿cómo queda América del norte?
La expresión América Latina, usada por los franceses, es quizás la que más se ha quedado y más sea válida. La razón es ésa: la más usada. Desde luego, también es insuficiente y se prestaría para un interminable debate. Cuesta conseguir una expresión que sea representativa y nos aleje de las confusiones.

IV
Lo dice la milonga que canta Lidia Borda: “San Telmo es garúa de un tiempo viejo” y no sólo es metáfora. En sus calles son exageradas las manifestaciones de antigüedades. Las hay para todos los gustos, sublimes y ridículas.
Corrientes es, como se sabe, la calle de los teatros. Son tantos que en una noche estelar Buenos Aires puede ofrecer más opciones que París o Nueva Cork. Lo dicen la leyenda y las carteleras. Los hay para el drama, para la comedia y para el humor barato.
En Corrientes están los libros, los cafés, los teatros y la tertulia. Cualquier búsqueda de novedades tiene allí su epicentro. La curiosidad por conocer la ciudad sigue su huella. Paso a paso nos lleva a Florida, un verdadero río humano que ofrece la magia de la calle.
La tradición tiene su refugio en Caminito y Caballito, en el barrio de La Boca, emblemas de la identidad porteña. El dato no es gratuito y no debería pasar inadvertido. Su fuerza está en el encanto de lo sencillo y lo verdadero, en la muestra viva de la arquitectura popular. Su magia convive con la amenaza de la especulación turística, que quiere cobrar por todo, hasta por el saludo.
Puerto Madero es un enclave turístico, para el que tiene y puede. Es un canto a cierta clase media mayamera, que puede pagar y no quiere saber de porteños, ni de la puta calle.
El contraste del paisaje urbano es diverso. Se mueve entre el sabor añejo de San Telmo y la suntuosidad de Puerto Madero. Cabalga entre la estabilidad de la clase media de Recoleta y Palermo Soho y la precisión con lo que los cartoneros salen a “morder” la sobrevivencia.
El reclamo reciente contra la política agrícola de la Presidenta, Cristina Kichner, dejó ver el comportamiento visceral de una clase media, algo fashion y bastante fascista, que cree que se puede defender el éxito individual viviendo en una burbuja y los demás “que se jodan”. Para defender el estado de gracia del que todo o casi todo lo tiene sacaron las cacerolas, como en los viejos tiempos de los militares gorilas.
Los cartoneros son una herida abierta. Al caer la noche salen a buscar el sustento en la basura. Son la herencia nefasta de aquel colapso de 2001, cuando Argentina se vino abajo y el neoliberalismo mostró de manera furiosa su cara miserable. Después, aunque el país se ha recuperado todavía los cartoneros salen por miles a exponer el lado injusto y cabrón de las políticas económicas que no son pensadas, ni ensayadas para la mayoría.


[1] Borón, Atilio (2008). “Burgués sí, pero, ¿reformista?”. Disponible en página 12.com.ar (consulta: 2008, mayo, 2)
[2] Tosoni, María Cecilia. “Entre la escarapela y la camiseta”. Disponible en http://debate-educacion.educ.ar/ley/Tosoni.pdf. (Consulta: 2008, marzo)
[3] García Canclini, Néstor (1995) Consumidores y ciudadanos. México: Edit. Grijalbo