sábado, 28 de mayo de 2016

La señal comunitaria

(Orlando Villalobos Finol)

Militamos como respiramos(En texto de Sofía Castañón y Francis Pérez)
I
Una comunicación para la comunión
¿Cuál es el papel de los medios comunitarios? ¿Qué se le tiene que exigir a este tipo de medio? Estos medios están llamados actuar con los pies –y el corazón- puestos en la comunidad –barrio, esquina, calle, organización social-.
Es una definición simple, pero al mismo tiempo sustancial. No es el medio del partido, el Estado o la iglesia, con lo que nos tropezamos con frecuencia. No es el medio para la propaganda, el asistencialismo, ni la salida providencial.
Del libro Reinventar la comunicación”, de mi autoría, anoto (pág. 125): “Si se habla de proponer la organización popular y colectiva se debe pensar en una comunicación en la que haya lugar para la crítica, la diferencia, el disenso; se tiene que pensar en una comunicación que abra las posibilidades de debate y diálogo; se tiene que militar en una comunicación en la que el otro es el otro, ‘un ser al que puedes acompañar en el aprendizaje, con el cual puedes vivir, compartir experiencias (…) el otro como tú y no como un instrumento para’ (Prieto Castillo, 1998: 181).
Pero esa comunicación no se puede agotar en el debate argumentativo y en la lógica del afán por convencer. El tema, el asunto o el reto, como nos gusta decir, está en la comunión y el encuentro que podamos generar. Insistimos mucho en la diferencia y dejamos de lado todo lo común que nos reúne; la historia pequeña que compartimos, la comida de nuestros gustos y las costumbres que somos; las canciones que están en el adn cultural o en el fondo musical de nuestra cotidianidad.
Comunicación comunitaria es aquella que construye comunidad, sentido de pertenencia y destino común. Lo otro es la reiteración de la comunicación tradicional que conocemos.
II
Todo este debate sobre una comunicación comunitaria y popular se inscribe en una orientación de construcción de poder popular o alternativo, y por tanto de creación de un tejido social solidario, que ensaye formas de convivencia distintas a lo ya conocido, es decir, la competencia inhumana, agresiva, infeliz, a la que hemos visto el rostro en estos últimos meses, trasmutada en “bachaqueo” y en esa suerte de sálvese quien pueda, con el que tropezamos por ahí.
Ese tejido social es el encuentro que generan las organizaciones sociales, llámense consejos comunales, comunas, grupos culturales o como cada quien pueda o quiera.
Son estas organizaciones necesarias, pequeñas y en permanente constitución las que nos permiten reconocernos y juntarnos para construir los proyectos que hacen falta en la comunidad.

III
La mesa tiene tres patas. El Estado, el mercado y la organización social o popular.
La metáfora convertida en consigna de “vamos a tomar el cielo por asalto” no se limita a ejercer influencia en el Estado o a dirigir el Estado, como ha ocurrido en los tiempos de la revolución bolivariana. Faltan otros ingredientes claves. La organización popular, por ejemplo. Solo cuando alguien se organiza adquiere sentido de pertenecer a lo común y colectivo, tiene cultura colectiva, y se convierte en un ciudadano organizado y no simplemente en un consumidor de lo que el capitalismo le ofrece.
Si hacemos una traducción mediática de esta mesa nos conseguimos con los medios públicos o estatales, los medios comerciales y mercantiles, y los medios comunitarios.
Los medios estatales vienen de la orfandad. De ser casi inexistentes o declaradamente obsolescentes, en equipos y programas; ganaron terreno desde 1998 cuando surgieron los gobiernos populares en Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador. Ahora están sometidos a los vaivenes que genera la restauración conservadora, ya consumada en Argentina con el triunfo del neoliberal Mauricio Macri.
En esta última etapa, un dato presente ha sido la resistencia de los grandes conglomerados mediáticos a revisar las condiciones en las que ejercen el dominio del mercado comunicacional. Se han opuesto a las leyes aprobados y se han convertido en los epicentros de vastas campañas contrarrevolucionarias. Allí está O Globo contra Dilma Roussef, Clarín, la Nación y todo lo demás contra el peronismo de izquierda en Argentina. Y Así sucesivamente, siempre teniendo a los conglomerados internacionales como aliados incondicionales. CNN, los canales españoles y El País de España son solo parte de la muestra.    
Es en este contexto donde resulta relevante que la organización popular se exprese con capacidad para la comunicación, el periodismo y la cultura. De allí deviene la importancia de los medios comunitarios, porque esa tarea es primordialmente del movimiento ciudadano organizado. Creer que eso lo puede hacer el Estado es iluso o peor, transitar por el camino equivocado.
 
 IV
        La crítica a las comunitarias.
Los medios comunitarios no pueden eludir la crítica, ni la evaluación, ni la autoevaluación.
Desde la mirada conservadora son “medios paraestatales”, sin merecimientos.
En muchos casos son tratados como apéndices de la línea oficialista, que los reduce a ser voceros de lo que se repite en los medios estatales.
Demasiadas veces repiten el modelo comunicacional hegemónico; repiten el mundo conocido y no van más allá. Demasiadas veces sobreviven en condiciones difíciles, sin fuerza para reponer los equipos técnicos, con menos apoyo estatal que el pregonado. Con frecuencia apagan la señal, no reciben la habilitación –autorización- de Conatel y se aíslan de la propia comunidad a la que pertenecen. Se convierten en la emisora del grupo que la hace y poco se identifican con la organización social a la que deberían rendir cuentas, responder y actuar de manera conjunta.
Allí está el reto. Levantar la voz, la palabra y la señal, para que este proyecto necesario se transforme en esperanza y espante los malos espíritus.
Ese es un reto de quienes están en ese campo de la militancia política y de todos aquellos que valoramos la organización social y popular como vía para el cambio social.

       V
En la sociedad compleja que transitamos, en palabras de Edgar Morin, la comunicación alternativa y comunitaria no se limita a las radios y a algún intento televisivo. Mucho menos a aquellos intentos en el que tanto sudamos y derrochamos riesgo, en publicar periódicos impresos en empresas y barrios.
Ahora estamos sumergidos en una profunda transformación tecnológica, que modifica el soporte, la forma y el fondo de la comunicación. La onda digital se expande con una potencia exagerada. Se amplifican y diversifican los canales.
¿Cómo hacemos? La nueva realidad comunicacional requiere de nuevas destrezas, nuevas habilidades, nuevas competencias para poder aprovechar los beneficios de los medios actuales, a la vez que evitar sus peligros.

Seguimos en la radio, reuniéndonos en conversatorios, video-foros, con ponencias en jornadas, pero sin desdeñar la potencia virtual, en un mundo –y en un país- donde ya hay más celulares que gente y donde se dedican más horas a Internet que a la televisión. 

VI
El análisis y estudio de la situación no puede limitarse a lo que ocurre desde el Estado. La experiencia nuestra, y de un poco más allá, está señalando que para modificar la correlación de fuerzas y avanzar en políticas populares se requiere de la presencia viva, organizada y audaz del pueblo. Es la manera de detener e impedir que la ofensiva del capital, de los grupos económicos monopólicos, de las grandes corporaciones mediáticas y del aparato de inteligencia de Estados Unidos logren su cometido.
Faltan políticas públicas diferentes y un Estado con una orientación distinta, pero sobretodo falta hacer realidad, y no mera consigna, la idea de un poder popular que actúe e intervenga. De eso es que hablamos cuando nombramos a las organizaciones sociales y al mundo de la comunicación comunitaria, con sus medios y sus reales dificultades.


La crónica de la bahía

(Orlando Villalobos Finol)

Fernández, Alexis (2012). La crónica de la bahía. Memorias de Manuel Trujillo Durán, editorial Kuruvinda, Maracaibo, Venezuela.

La inventiva de Alexis Fernández nos permite asomarnos, con ojos de admiración y curiosidad, al mundo de aquella ciudad marabina de finales del siglo XIX y principios del XX.
Los hilos extraviados de lo que fuimos, como pueblo y como urbe, antecedente indispensable para saber quiénes somos y dónde estamos, desfilan en este libro “La casa de la bahía. Memorias de Manuel Trujillo Durán”. Uno a uno van apareciendo en la medida en que los retazos de ficción, de recuerdos, de fotografías y de realidad se cruzan en los caminos de ese formidable personaje llamado Manuel Trujillo Durán, genio creador pero sobretodo emprendedor, que tuvo la tenacidad y el coraje de abrirle espacio a la fotografía, a las primeras películas de cine, proyectadas en estas costas, y al periodismo que fundió en el periódico Gutenberg; tuvo el empeño y la poesía, porque ya sabemos que no todo se logra con el solo interés de querer alcanzar algo. El genio necesita de una buena dosis de intuición y de pasión.
Nos cuenta el libro que Trujillo Durán era un estudioso. Revisaba y reproducía los experimentos de Joseph Niepce, reponía los trabajos de Daguerre, recorría las enciclopedias de ciencias, de astronomía, de gramática y de filosofía.
Cuando recibió el vitascopio que le trajo Luis Manuel Méndez de Nueva York dijo: “Todos los artefactos que han caído en mis manos, los he potenciado, en algún sentido, los he mejorado, quizás los haya idealizado” (p. 91)
Este no sería la excepción. Hay que pensar la enorme expectativa que debió constituir la llegada a estas tierras de la revolución de la imagen, con sus vistas animadas. Era el principio del cine. Cuando por primera vez se anuncia la muestra del espectáculo en el Teatro Baralt, grita Aniceto Eusebio Serrano Durán a los cuatro vientos: “Llega ¡Señoras y señores! El único, el novedoso ¡vitascopio! ¡El vitascopio edisoniano! ¡Operado por el mismísimo Manuel Trujillo Durán! (…) ¡Perspectiva, sombra y movimiento! Todo en un mismo artefacto: la vida ante nuestros ojos (…) bosques, paisajes, perspectivas variadas, bailes caprichosos y fantásticos idilios, y en fin, cuanto pueda abarcar la imaginación, con la novedad de que todo aparecerá lleno de vida, de animación y con movimiento natural y continuo” (p. 93).
Toda una novedad. Los periódicos marabinos de la época El Cronista, El Avisador, La Conciencia Pública, El Tipógrafo, El Fonógrafo y Los Ecos del Zulia reseñaron la presentación en el teatro, que ocurrió el sábado 11 de julio de 1896. Esa noche, refiere Alexis Fernández, “el cielo luce despejado, Maracaibo estrena maravillosa luna nueva, los cirros semejan barcas en el puerto. Los palcos, la galería y la gallera están copados” (p. 95).
Aquella ciudad que era un gran carrusel, que tenía como eje de desplazamiento el boulevard Baralt, testimonió el nacimiento de Gutenberg, el sábado 26 de noviembre de 1910, en la imprenta de los hermanos Trujillo Durán, Manuel y Guillermo, en la calle Venezuela, Nº 6, frente al Teatro Baralt. Tenía una periodicidad diaria. El lector recibía cuatro páginas.
Estábamos ante un periódico en gran formato, que se definía como “tienda de combate desde las prensa” (p. 254). Este impreso que dejará su huella de tinta conjugaba información oportuna, buen criterio y novedosas ilustraciones, ya sea en grabados como en fotograbados, retratos, postales y viñetas. Circulaba en la ciudad, en otras ciudades venezolanas y en el extranjero. En su contenido encontramos literatura, ciencias, artes, crónicas de tribunales de comercio, del culto católico, de modas, de teatro y de salones, como se decía entonces.
La empresa era acompañada por los poetas José Ramón Yépez y Rafael Yépez Serrano. También figuran como redactores Aniceto Serrano y Octavio Hernández.
Su presencia le daba alas a Maracaibo, permitía que circulara el pensamiento y las ilusiones, la crítica y la propuesta. Estábamos en los inicios de un nuevo siglo y la palabra escrita explicaba las horas de la ciudad.
Como muestra el libro, Manuel Trujillo Durán no se conformaba con poco. Era oficioso de la carpintería, aunque sólo se reconocía como un aprendiz; fue un apasionado de la fotografía y tuvo su estudio fotográfico, frente al Teatro Baralt.  Sus trabajos fotográficos engalanan las páginas de las revistas  El Zulia Ilustrado, de Maracaibo, y El  Cojo Ilustrado, de Caracas, grandes publicaciones de su época.
Junto al pintor Julio Arraga creó el salón fotográfico Trujillo y Arraga, donde el arte fotográfico y la creación artística se dieron la mano.
Si todo lo anterior fuera poco, ya se sabe que las primeras películas realizadas en Venezuela, “Célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa”, y “Muchachas bañándose en la laguna de Maracaibo”, estrenadas el 28 de enero de 1897 en el Teatro Baralt de Maracaibo, son de Trujillo Durán.
Fue empresario trashumante de espectáculos en Maracaibo y en otras partes. Estuvo en La Guaira, Caracas, Puerto Cabello y Valencia, Barquisimeto, San Cristóbal y Mérida, y llegó hasta Cúcuta y Bucaramanga, con sus imágenes a cuestas. Fue mucho más. Periodista, pintor y aprendiz de todo lo humano.
“La casa de la bahía” nos permite una aproximación al tráfago de la ciudad-puerto, que le tocó vivir a Manuel Trujillo Durán. Y viceversa, a través del personaje conocer de dónde venimos.
A lo largo de la obra reconocemos el protagonismo de la ciudad, y lo más importante, apreciamos a Maracaibo como escenario propicio para la puesta en escena de los inconformes y los utópicos.
Dicen que no por casualidad los primeros españoles que llegaron dijeron: “Este es el sitio, aquí se queda Maracaibo”, siguiendo la senda ya trazada por la población indígena que estaba en el lugar, justo entre el lago y la montaña, entre el Caribe y Los Andes. El lago era la vía natural que urgían para ir y venir y adentrarse en tierra firme, hacia el norte y hacia el sur.
Esta condición convirtió a la ciudad en un punto estratégico, para el tránsito del transporte desde los tiempos de la colonia; un punto de fácil acceso a las Antillas, el Caribe y a este pedazo del mundo. A finales del siglo XIX el cálculo había rendido sus frutos. El puerto de Maracaibo se había ganado un lugar en el mundo. Desde sus muelles salía la producción que bajaba de las sabanas de Carora y toda la producción agrícola y ganadera de las tierras ribereñas. Por aquí pasaban los productos que venían de Pamplona y de los campos y ciudades más cercanos a la cuenca del lago.
La ciudad que vive y experimenta Manuel Trujillo Durán, de finales del XIX y principios del XX, dependía del puerto para moverse. El intercambio comercial portuario constituía su base económica, condicionado por la facilidad del transporte más accesible: el lacustre. La vida gravitaba alrededor del puerto, de la producción agrícola que allí descargaban las piraguas y del mercado que creció a sus alrededores. Esto permitió que el suelo marabino y zuliano se distinguiera del resto de las otras Venezuelas de la época. Aquí había una sostenida actividad de exportación y de importación; los productos iban y venían, y con ellos los libros, las ideas, la prensa que llegaba de Europa y las tecnologías más recientes, como  el daguerrotipo y el vitascopio.

“La casa de la bahía” de Alexis Fernández es una obra necesaria para entender ese contexto; es valiosa porque nos permite saber de Maracaibo y de uno de sus grandes personajes, a quien no se le ha hecho suficiente justicia; es vital porque nos muestra el relato de la ciudad que no desmaya y no se rinde ante el atrevimiento del obstáculo; es recomendable su lectura y estudio, para que las nuevas generaciones, de jóvenes y de no tan jóvenes, revaloricen y sepan de nuestras andanzas pasadas y nuestros anhelos presentes.

Edgar Petit, los signos del arte rebelde

(Orlado Villalobos Finol)
I
Dice Edgar Morin que somos seres complejos y multidimensionales. No se puede separar una parte del todo que somos. Complejo o complexus significa que todo va tejido junto.
Esta previsión o postulado se cumple en Edgar Petit, en toda la extensión de la palabra. Fue un artista de todas las horas. Vivió y actuó en diversas dimensiones. Fue artista plástico, poeta, escritor, editor, investigador de la historia del arte y atento intérprete del mundo que le tocó vivir.
Fue un creador de siempre. Nunca dejó de pintar, esculpir, escribir, revelar sus certezas y dudas a sus estudiantes; pensar y reflexionar sobre la época venezolana que nos tocó vivir. Según la circunstancia, fue militante, crítico, maestro, estudiante, curioso, colega e irreverente.
Participó de los grupos rebeldes que proclamaban el advenimiento de un cambio de época y de otros reinos.
Aquí conviene recordar lo que Víctor Valera Mora dice de los Beatles: “Se salvaron porque le hablaron largamente de algo parecido a la caída de un reino”.
Edgar Petit participó en los grupos Bajareque, Liberación por asalto, Guillo, Taller de Telémaco y el Movimiento de los Poderes Creadores del Pueblo Aquiles Nazoa. Fue coeditor-fundador de las revistas literarias “Bajareque” y “Por asalto”; fue el editor de “El ojo de la mano”, una revista de reflexión sobre las artes visuales.
Publicó un libro de poesía: “Aspero sueño”.
Su obra plástica ha sido expuesta en Francia, Mónaco, Rumania, Bulgaria y en los museos nacionales, en algunos de los cuales está representado. Se hizo presente en numerosas exposiciones colectivas. Algunas de sus exposiciones individuales son “Signos de los reinos”, de 2012; “AzeUxis” de 2007; y “Forestal” de 2003.

II
Petit se despidió hace poco pero sigue con nosotros a través de sus obras y de sus páginas. Hoy estamos aquí convocados por las imágenes y las enseñanzas de su libro “Las artes plásticas en Maracaibo 1860-1920”, que dejó en trámites de publicación. En él muestra las huellas del movimiento plástico del Zulia.
Este es un ensayo literario; es un libro histórico, donde se hace un seguimiento cronológico a las artes plásticas del Zulia y de Venezuela; es un libro sociológico, que piensa y analiza una época del movimiento de las artes y la cultura; es un libro imprescindible, por todo lo que nos cuenta, sugiere y propone; es un libro que hacía falta, en ese intento por saber sobre las artes plásticas de Maracaibo, desde sus lejanas raíces en el siglo XIX.
En aquel Maracaibo finisecular la historia registra un dinámico circuito agroexportador que gravitaba alrededor del puerto. Por acá salía la producción agrícola y ganadera que venía de las sabanas de Carora y del occidente venezolano. Por aquí pasaban los productos que venían de Pamplona y de los campos y ciudades más cercanos a la cuenca del lago.
Era una región con vida propia, a despecho de la presión centralista que ejercía el gobierno de Guzmán Blanco, lo cual se tradujo en acciones agresivas como  el cierre de la aduana de Maracaibo en 1874, la imposición de un presidente de Estado enviado desde Caracas, y la fusión en 1881 de los estados Zulia y Falcón, designando a Capatárida como la capital del estado fusionado.
Pero la gente de Maracaibo, su ciudadanía como se dice en las palabras de hoy, no se amilanó; mostró su ímpetu indoblegable y multiplicó la veta intelectual, cultural y política.
En esos años surgen la Sociedad Dramática de Maracaibo y la Sociedad Gimnasio del Progreso. Petit refiere en su obra que “el ambiente artístico en la ciudad tanto a nivel teatral como literario, musical y de artes plásticas, fue creciendo durante ese período” (p. 27). “Las actividades tea­trales eran algo común en la ciudad así como las veladas literarias y musicales; al punto que, tanto el quehacer teatral como el literario, llegaron a tener, inclusive, publicaciones específicas durante la última mitad del siglo XIX” (p. 28)
En 1873 se decidió la edificación de lo que sería el Teatro Baralt. Venancio Pulgar, presidente del estado Zulia decretó la cons­trucción de un teatro “cómodo y aparente en la ciudad de Maracaibo”. Ya en 1859 se había edificado un primer teatro en la ciudad.
Documenta Petit (p. 30) que “en cuanto a las artes plásticas, a partir de 1860 se ubica el paso de varios artistas por la ciudad y algunos de los cuales dictaron clases particulares a la par que ejecutaban su obra de taller. Artistas como los colombianos Luis García Hevia e Ignacio García Beltrán y el venezolano Carmelo Fernández son algunos de los que iniciaron la enseñanza artística en Maracaibo”.
El movimiento artístico de Maracaibo gana verdadero impulso con la creación y el inmediato funcionamiento de la Escuela de Dibujo Natural del Zulia, en 1882.  En el libro se privilegia este acontecimiento y se le dedica un capítulo de los tres de la obra.
Esta escuela fue dirigida, entre 1882 y principios de 1886, por el artista italiano Luis Bicinetti,  luego estuvo bajo la conducción de Manuel Salvador Soto, hasta finales de 1892 cuando fue nombrado Julio Árraga como su tercer y último director.  Se mantuvo hasta 1898 cuando, por decisión del gobierno, el plantel fuera cerrado definitivamente.
Esta escuela se convirtió en un centro artístico que permitió la formación de un considerable grupo de jóvenes artistas, entre los que destacan Julio Árraga y Manuel Puchi Fonseca, quienes serán los artistas fundamentales de la pintura zuliana de finales de siglo XIX y comienzos del siguiente. Por allí pasaron, y se formaron, otros notables artistas marabinos como Armando Troconis, Neptalí Rincón, Manuel Trujillo Durán, quien se convirtió en un reconocido fotógrafo y, conjuntamente con su hermano Guillermo, habrá de ser uno de los iniciadores del cine en Venezuela.
El cierre de la Escuela de Dibujo Natural del Zulia acabó con la labor de esa primera institución para la enseñanza artística en el Zulia.
En 1916 se creó el Círculo Artístico del Zulia, experiencia crucial dentro del ámbito cultural de la región. En la línea de análisis de Petit completa un cuadro  que comienza en la segunda parte del siglo XIX y culmina en 1920.
Después vendrán las transformaciones  económicas, políticas y sociales que se generan con el inicio de la explotación petrolera. Lo que viene es un cambio drástico y dramático. Empezábamos la ruta que permitió el advenimiento de la cultura rentista que nos atrapa hasta hoy y disminuye nuestras opciones como país. Nunca fuimos una tierra próspera en agricultura, pero después de cien años de producción de petróleo, los resultados son dignos de estudio y asombro, importamos buena parte de lo que consumimos. La idea de vivir de una renta, que no producimos, está en la cultura venezolana, que lleva a muchos a presumir y exhibir lo que tienen, y se olviden de lo que son.
Queda esta obra de Edgar Petit como un aporte valioso para conocer nuestros orígenes, para saber de dónde venimos, y para ubicar las posibilidades de cambio verdadero que tenemos ahora, en la cultura, las artes y en el colectivo venezolano que somos.
Su estudio debería ser materia obligada en escuelas y facultades de arte, sociología, historia, comunicación y en ciencias sociales.
III
Edgar Petit nos deja como legado su búsqueda permanente, su utopía y su constancia. Su huella está en el arte y en la literatura. Su pasión queda plasmada en campos diversos que tienen un común denominador, la intención manifiesta de dar cauce a la esperanza artística, cultural y política.
Lo conocimos desde aquellos tiempos del Movimiento de los Poderes Creadores del Pueblo Aquiles Nazoa. Coincidimos en el riesgo en aquel país de más limitaciones, con democracia disminuida y maltratada. Golpe a golpe, verso a verso, vimos crecer su obra artística y humana.
Ahora nos corresponde aprovechar su legado y continuar con su ejemplo, en beneficio de las generaciones actuales y futuras, para que su siembra de la sensibilidad cultural y política siga dando frutos.


viernes, 27 de mayo de 2016

En papel y tinta

Orlando Villalobos Finol


“Los bárbaros, al descubrir que los romanos los tomaban en serio, seguramente intuyeron que el imperio estaba en decadencia y que por increíble que pareciera caería pronto. No sé porque habré pensado esto después de leer en una revista académica una lista de tesis doctorales norteamericanas sobre argentinos y latinoamericanos”, palabra de Adolfo Bioy Casares (2001: 69), en Descanso de Caminantes, Buenos Aires, Editorial Suramericana.

Salgo de un programa en la televisión de Maracaibo, en el que lanza en ristre presentamos y proponemos el libro Reinventar la Comunicación, y un compañero me pide que le regale un ejemplar. “Caramba, lo ando proponiendo como una manera de mostrar su contenido y también de lograr que circule”, le digo. No me escucha o no parece entender. Quiere un libro pero regalado. Explicarle que no se puede, qué cómo nos cuesta, que es una iniciativa que le cuesta a Editorial Galac que publicó este libro, me lleva unos 15 minutos largos.
Me salgo por la tangente. Acudo a la filosofía. Me apasiono con el discurso. Un libro, como un CD de música, o un cuadro, no es solo un objeto para tenerlo y disfrutarlo, es algo más. Si eso es así, entonces toda persona con gustos culturales tiene el reto de ver cómo hace para tenerlo, porque estamos hablando de objetos que tienen un costo. Lógicamente cabe la pregunta, ¿cómo comprar un libro con lo que ganamos?
 Vuelvo a la punta del hilo. Un libro es un objeto o producto que tiende a ser caro, a menos que el Estado lo imprima y lo regale. Esa sería harina de otro costal, puede verse como un estímulo a la lectura pero también sucede que “lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta”, y no se aprecia. El caso es que este no es el caso.
Un libro como Reinventar la Comunicación tiene que sortear otras celadas. Cumple con lo que dice la sagrada escritura. Intenta darle voz al mudo. Dice, cuenta y no se calla. Se nutre del pensamiento crítico y recela de la comodidad académica.  Predica y le mete el hombro al pronombre nosotros. Es palabra, bisturí y megáfono. No se conforma con los 140 caracteres de gloria que presume regalar Twitter. Defiende la utopía porque aunque no se diga, en cada texto recuerda lo que dejó dicho Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad atraca siempre, partiendo de nuevo hacia una tierra aún mejor».
Asume como propia la recomendación de Boaventura de Sousa Santos, de sumarse a la construcción de un pensamiento alternativo de alternativas, porque si no las alternativas conocidas van a repetir los mismos errores de siempre.
El libro expone que para defendernos de este capitalismo salvaje que se nos vino encima, hay que volver a la cultura de lo colectivo, para lo cual son indispensables las redes sociales; esas donde la gente se ve cara a cara, en una comunidad de intereses, y no simplemente las redes virtuales y las “nubes” electrónicas. Pero no hay redes si no hay el tejedor de la red, ese que es capaz de mirar a su alrededor y salir a buscar a los otros, para compartir y dialogar, para juntar esfuerzos y promover universos posibles e imposibles.
Siendo así hay quienes se interesan en sus páginas, hacen todo lo posible por arrimarse a su luz. Viene a cuento que en esta línea diga que antes de comenzar una clase en la Escuela de Comunicación Social una estudiante me esperó para comprar el libro, le dije con duda el valor del ejemplar, pero ella ya había tomado la decisión y uno a uno fue sumando el valor monetario.
De vez en cuando salta un contradictor a ciegas. No faltaba más. Ese que dice “eso no me interesa” o simplemente no lo dice. Lo ignora y hace todo lo posible para que la ignorancia siga y se confunda comunicación con manipulación.
A veces el viento trae un aire pesimista que no sabe que se equivocó de camino, porque no podrá con tantas corazonadas juntas. Sabemos lo que significa poner en papel y tinta esta palabra que descubre, innova y reinventa. En medio de esta crisis declarada, algo o mucho constituye este acto de poner en la librería la propuesta hecha, en formato libro, de otra comunicación, distinta a tanto “pote de humo” de autoayuda o restaurador del privilegio de los que siempre fueron los dueños de la palabra.

Finalmente, “se supone que estamos hechos de barro, pero yo estoy hecho de viento”, dice la frase conocida de Jean Paul Sartre. La repetimos para seguir adelante aprovechando cada posibilidad para mostrar esta manera de Reinventar la Comunicación y no conformarnos con tener un libro clandestino.

jueves, 26 de mayo de 2016

Notas escolares

Autor: Orlando Villalobos Finol
I
El profesor era muy reaccionario y continuamente soltaba la frase: “Muchacho no es gente”.

II
El profesor dijo Twitter y un estudiante le enmendó la plana: “tuirer”; luego mencionó a gmail y le replicaron con yimail. Cuando habló de retroalimentación le salieron con feedback, en lugar de seguidores, unfollow; después flashback, googlear, postear, hashtag y community manager, hasta que se refirió a los medios masivos y le acotaron con massmedia. En ese momento dio un giro brusco y radical: “Yo pensé que la clase era en castellano, la seguiré en inglés”.

III
Había una sola persona en el auditorio pero el profesor siempre dio su conferencia. Cuando terminó le dio las gracias al único asistente, quien respondió: “Ahora tiene que escucharme a mí, soy el otro ponente”.

IV
La jerigonza neoliberal inundó el salón de clases. Para lograr su cometido poco a poco se fue apoderando del sentido común y convirtiéndose en lenguaje cotidiano. No hay capitalismo sino economía de mercado, en lugar de imperialismo, globalización; no hay pobres sino perdedores, no hay despedidos sino reajuste de nómina, no hay clases sociales sino estratos y niveles, no hay derechos sociales sino oportunidades, no hay planes ni planificación sino gestión, se habla del norte del plan y se olvida que el sur también existe, según Benedetti; no hay torturas sino apremios ilegales. No hay una industria cultural sino un desarrollo infocomunicacional. Teodoro Adorno y la Escuela de Frankfurt son borrados del mapa. El eufemismo se puso de moda y el neoliberalismo pasa con su contrabando. 


V
Cuando el profesor llegó a dar su conferencia le preguntaron: “Usted trae una ponencia en power point o trae algo que decir”.

VI
Te asomas al salón de clases y hay predominio de las estudiantes. Es la tendencia que se impone en las diferentes carreras. En educación la proporción es nueve mujeres a un estudiante, en periodismo ocho a dos, y en medicina seis a cuatro. No obstante, el paradigma patriarcal sigue siendo la medida universal de lo humano, a pesar de que las renombradas Simone de Beauvoir y Margaret Mead, entre muchas, demostraron –con investigaciones de por medio- que en materia de género predomina lo cultural y no lo biológico. De Beauvoir lo dijo a su modo: “Una no nace sino que se hace mujer”. El lenguaje está impregnado por el patrón cultural machista. Se habla en masculino. Un zorro es un héroe justiciero, una zorra es una puta. Se dice que el hombre hizo esto o aquello cuando en realidad las mujeres están en el centro del imaginario social: ponen el afecto y en más del 50 por ciento de los hogares ponen el pan en la mesa.


VII
El profesor lo explicaba de este modo a sus alumnos, si se copian lo que dice el libro es un plagio, en cambio, si juntan frases de tres o cuatro autores esa es una investigación.

VIII
Confunde cautela con prudencia. Cree que sabe de todo, pero en realidad especula sobre todo. Confunde epistemología con metodología. Archivó la idea de que investigar es proponer una hipótesis o formular una premisa, y ahora a priori busca “vender una idea” y convertirla en estrategia discursiva. Corta y pega metáforas para intentar darle brillo al discurso por encargo. Es un tecnócrata ilustrado y venido a menos.

IX
Dijo don Quijote que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, pero ahora la cultura de copia y pega acaba con esa posibilidad. Cuando el maestro colocó la tarea ya el estudiante sabía que todas las respuestas estaban en monografías.com y en el rincondelvago. com.

X
Hay autores de moda y hay autores proscritos. Alvin Toffler, Peter Drucker y Nicholas Negroponte avanzan con su literatura de autoayuda. Habermas y Gadamer aparecen en el listado de los más exigentes. De Habermas se cita su tesis sobre la construcción del consenso y no su explicación sobre la refeudalización de lo público. Carlos Marx es un escritor alemán difícil de leer. García Canclini, Jesús Martín Barbero y Enrique Dussel son demasiado mestizos y latinoamericanos. Ludovico Silva y Rigoberto Lanz son dialécticos y epistemológicos. Boaventura de Sousa Santos es un extraño.

XI
La era de las tecnologías de la comunicación y la información creó esa biblioteca universal que es internet, pero también trajo la oleada de copiadores y pegadores.

XII
Está en el Manifiesto de Córdova, del 21 de junio de 1918:
“Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia”.