(Orlando
Villalobos Finol)
I
Una comunicación para
la comunión
¿Cuál es el papel de los medios comunitarios? ¿Qué se le tiene que
exigir a este tipo de medio? Estos medios están llamados actuar con los pies –y
el corazón- puestos en la comunidad –barrio, esquina, calle, organización
social-.
Es una definición simple, pero al mismo tiempo sustancial. No es
el medio del partido, el Estado o la iglesia, con lo que nos tropezamos con
frecuencia. No es el medio para la propaganda, el asistencialismo, ni la salida
providencial.
Del libro Reinventar la comunicación”, de mi autoría, anoto (pág.
125): “Si se habla de proponer la organización popular y colectiva se debe
pensar en una comunicación en la que haya lugar para la crítica, la diferencia,
el disenso; se tiene que pensar en una comunicación que abra las posibilidades
de debate y diálogo; se tiene que militar en una comunicación en la que el otro
es el otro, ‘un ser al que puedes acompañar en el aprendizaje, con el cual
puedes vivir, compartir experiencias (…) el otro como tú y no como un
instrumento para’ (Prieto Castillo, 1998: 181).
Pero esa comunicación no se puede agotar en el debate
argumentativo y en la lógica del afán por convencer. El tema, el asunto o el
reto, como nos gusta decir, está en la comunión y el encuentro que podamos
generar. Insistimos mucho en la diferencia y dejamos de lado todo lo común que
nos reúne; la historia pequeña que compartimos, la comida de nuestros gustos y
las costumbres que somos; las canciones que están en el adn cultural o en el
fondo musical de nuestra cotidianidad.
Comunicación comunitaria es aquella que construye comunidad,
sentido de pertenencia y destino común. Lo otro es la reiteración de la
comunicación tradicional que conocemos.
II
Todo este debate sobre una comunicación comunitaria y popular se
inscribe en una orientación de construcción de poder popular o alternativo, y
por tanto de creación de un tejido social solidario, que ensaye formas de
convivencia distintas a lo ya conocido, es decir, la competencia inhumana,
agresiva, infeliz, a la que hemos visto el rostro en estos últimos meses,
trasmutada en “bachaqueo” y en esa suerte de sálvese quien pueda, con el que
tropezamos por ahí.
Ese tejido social es el encuentro que generan las organizaciones
sociales, llámense consejos comunales, comunas, grupos culturales o como cada
quien pueda o quiera.
Son estas organizaciones necesarias, pequeñas y en permanente
constitución las que nos permiten reconocernos y juntarnos para construir los
proyectos que hacen falta en la comunidad.
III
La mesa tiene tres
patas. El Estado, el mercado y la organización social o popular.
La metáfora convertida en consigna de “vamos a tomar el cielo por
asalto” no se limita a ejercer influencia en el Estado o a dirigir el Estado,
como ha ocurrido en los tiempos de la revolución bolivariana. Faltan otros
ingredientes claves. La organización popular, por ejemplo. Solo cuando alguien
se organiza adquiere sentido de pertenecer a lo común y colectivo, tiene
cultura colectiva, y se convierte en un ciudadano organizado y no simplemente
en un consumidor de lo que el capitalismo le ofrece.
Si hacemos una traducción mediática de esta mesa nos conseguimos
con los medios públicos o estatales, los medios comerciales y mercantiles, y los
medios comunitarios.
Los medios estatales vienen de la orfandad. De ser casi
inexistentes o declaradamente obsolescentes, en equipos y programas; ganaron
terreno desde 1998 cuando surgieron los gobiernos populares en Venezuela,
Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador. Ahora están sometidos a los vaivenes que
genera la restauración conservadora, ya consumada en Argentina con el triunfo
del neoliberal Mauricio Macri.
En esta última etapa, un dato presente ha sido la resistencia de
los grandes conglomerados mediáticos a revisar las condiciones en las que
ejercen el dominio del mercado comunicacional. Se han opuesto a las leyes
aprobados y se han convertido en los epicentros de vastas campañas
contrarrevolucionarias. Allí está O Globo contra Dilma Roussef, Clarín, la
Nación y todo lo demás contra el peronismo de izquierda en Argentina. Y Así
sucesivamente, siempre teniendo a los conglomerados internacionales como
aliados incondicionales. CNN, los canales españoles y El País de España son
solo parte de la muestra.
Es en este contexto donde resulta relevante que la organización
popular se exprese con capacidad para la comunicación, el periodismo y la
cultura. De allí deviene la importancia de los medios comunitarios, porque esa
tarea es primordialmente del movimiento ciudadano organizado. Creer que eso lo
puede hacer el Estado es iluso o peor, transitar por el camino equivocado.
IV
La crítica a las comunitarias.
Los medios comunitarios no pueden eludir la crítica, ni la
evaluación, ni la autoevaluación.
Desde la mirada conservadora son “medios paraestatales”, sin
merecimientos.
En muchos casos son tratados como apéndices de la línea
oficialista, que los reduce a ser voceros de lo que se repite en los medios
estatales.
Demasiadas veces repiten el modelo comunicacional hegemónico;
repiten el mundo conocido y no van más allá. Demasiadas veces sobreviven en
condiciones difíciles, sin fuerza para reponer los equipos técnicos, con menos
apoyo estatal que el pregonado. Con frecuencia apagan la señal, no reciben la
habilitación –autorización- de Conatel y se aíslan de la propia comunidad a la
que pertenecen. Se convierten en la emisora del grupo que la hace y poco se
identifican con la organización social a la que deberían rendir cuentas,
responder y actuar de manera conjunta.
Allí está el reto. Levantar la voz, la palabra y la señal, para
que este proyecto necesario se transforme en esperanza y espante los malos
espíritus.
Ese es un reto de quienes están en ese campo de la militancia
política y de todos aquellos que valoramos la organización social y popular
como vía para el cambio social.
V
En la
sociedad compleja que transitamos, en palabras de Edgar Morin, la comunicación
alternativa y comunitaria no se limita a las radios y a algún intento televisivo.
Mucho menos a aquellos intentos en el que tanto sudamos y derrochamos riesgo,
en publicar periódicos impresos en empresas y barrios.
Ahora
estamos sumergidos en una profunda transformación tecnológica, que modifica el
soporte, la forma y el fondo de la comunicación. La onda digital se expande con
una potencia exagerada. Se amplifican y diversifican los canales.
¿Cómo
hacemos? La nueva realidad comunicacional
requiere de nuevas destrezas, nuevas habilidades, nuevas competencias para
poder aprovechar los beneficios de los medios actuales, a la vez que evitar sus
peligros.
Seguimos en
la radio, reuniéndonos en conversatorios, video-foros, con ponencias en
jornadas, pero sin desdeñar la potencia virtual, en un mundo –y en un país-
donde ya hay más celulares que gente y donde se dedican más horas a Internet
que a la televisión.
VI
El análisis
y estudio de la situación no puede limitarse a lo que ocurre desde el Estado.
La experiencia nuestra, y de un poco más allá, está señalando que para modificar
la correlación de fuerzas y avanzar en políticas populares se requiere de la
presencia viva, organizada y audaz del pueblo. Es la manera de detener e
impedir que la ofensiva del capital, de los grupos económicos monopólicos, de
las grandes corporaciones mediáticas y del aparato de inteligencia de Estados
Unidos logren su cometido.
Faltan
políticas públicas diferentes y un Estado con una orientación distinta, pero
sobretodo falta hacer realidad, y no mera consigna, la idea de un poder popular
que actúe e intervenga. De eso es que hablamos cuando nombramos a las
organizaciones sociales y al mundo de la comunicación comunitaria, con sus
medios y sus reales dificultades.