(Orlando Villalobos Finol)
El
maestro Prieto Figueroa defendía la educación pública, gratuita, y hacía la
exigencia de una intervención más decidida del Estado en defensa de lo público.
En una ocasión participaba en un foro y una estudiante de la Universidad Santa
María, institución privada y prejuiciosa, le salió con el cuento de siempre en
su contra, que lo acusaba de ser populista y hasta comunista. Prieto Figueroa,
veterano de mil debates, la dejó sin aliento: “Por la pinta, la niña, es de la
Santa María”.
La mujer que le rezaba a la virgen
Una
mujer muy creyente le rezaba a la virgen, todos los días, y le pedía trabajo,
comida para sus hijos y una casa. Era persistente en sus oraciones.
Un día,
al fin, la virgen escuchó sus ruegos, se le apareció y le habló. Le dijo una
sola palabra: “Organízate”.
Marx en la UCAB
Un
profesor hace su ponencia en la Universidad Católica Andrés Bello, UCAB,
institución donde el neopositivismo es una religión; y donde se pregona la
restauración conservadora como otra religión. En su disertación, sin más, hace
una cita de Carlos Marx.
Un
estudiante lo refuta y le pregunta qué tiene que ver Marx con el tema de su
ponencia. El profesor le dice: la cita no tiene ninguna relación con el tema
pero no me iba a perder esta oportunidad de nombrar a Marx acá en la UCAB.
Los medios son menos importantes de lo que
parecen
Durante
el primer gobierno de Perón había una censura férrea. Se apoderó de casi todos
los medios. Cuando regresó después de aquella larga estancia en España, cuando
las circunstancias –correlación de fuerzas- se lo permitieron, dijo Perón que
los medios son menos importantes de lo que parecen. “En 1946, cuando gané las
primeras elecciones teníamos todos los medios en contra y ganamos; en 1955,
teníamos todos los medios a favor y nos sacaron. En 1973, teníamos todos los
medios en contra y ganamos de nuevo las elecciones”, declaró.
La de
Perón no es una teoría científica pero lo que dijo ayuda a relativizar el valor
de los medios masivos.
El muerto que vivió un día más por decisión de un
diario
Hará
unos 20 años, un periodista prestigioso de uno de los dos diarios hegemónicos
de la Argentina (hoy en aprietos) está por dar la orden de cerrar la edición
del día. Se le acerca corriendo un colaborador. Le informa que se acaba de
morir un famoso, querido cantante de tangos.
—¿Qué
hacemos? —le pregunta preocupado—. No podemos salir sin dar
la
noticia.
El jefe
de redacción se recuesta en su silla, se hamaca un poco mientras
lo
piensa. Súbito y contrariado, dice:
—Pero,
che, carajo, tengo la edición casi lista. Ya cerraba.
—Pero
se trata de «Fulano» —le insiste el otro—. Hay que decir algo.
El jefe
de redacción sonríe casi piadosamente. Dice:
—Mirá,
hagamos algo. Cerrá la edición como está. Lo anunciamos en la
de
mañana. Dejémoslo vivir un día más.
Tan
profunda es esta pequeña historia, tanto dice del poder de los
medios,
que (cuando me la contó un amigo al que se la agradezco) quedé
atónito.
«Dejémoslo vivir un día más». ¿Y si decide no dar nunca la noticia?
Podría
decir: «Aquí, en este diario, Fulano nunca murió». Si no salís
en los
diarios, ni morirte podés. Pero hay otro toque, además del poder del
medio,
y es el toque de la ternura, de la generosidad: «Dejá, no te apurés.
Cerrá
tranquilo la edición de hoy. Todavía no se murió. Por la magia de
este
arte que manejamos, lo bendecimos con un día más de vida. Además,
se lo
merecía. Era un buen tipo» (Extraído de José Pablo Feinman, Filosofía política del poder mediático,
Ciudad autónoma de Buenos Aires, edit. Planeta, 2013, p. 218)
Algo tiene que costarle
a uno
En una
época se criticaba permanentemente a Rómulo Gallegos, después del golpe de
Estado en su contra. Cuando le preguntaron sobre el asunto, Gallegos declaró:
“Naturalmente eso lo tomo como se lo merece, pues algo tiene que costarle a uno
el aprecio de la gente verdaderamente estimable” (Extraído de Elena
Poniatowska, Utopías en movimiento, Caracas, Colección Argumentos, p. 221).
Invocando al espíritu
Una vez, caminando por Tacuarembó –en el centro de
mi país, Uruguay–
me encontré con un maravilloso pensador que me
invitó a su casa.
Era una casa de barro, un quincho que él mismo
había levantado.
Por supuesto, inmediatamente se puso a preparar el
mate. Yo me
senté en un banco que había al lado de una mesita
y seguimos conversando.
Él puso, como diríamos en la ciudad, a hinchar la
yerba,
en esa mesita al lado mío, con la bombilla y todo.
Yo creí que me estaba
cebando el primer mate, por lo que hice el gesto
de agarrarlo.
Ahí, por primera vez en toda aquella mañana, el
señor se dio vuelta
y me dijo: “¡Chist!...
El primero es para el espíritu”.
Yo le agradezco a aquel señor, porque me enseñó
que lo que yo
preparo cada mañana no es meramente una infusión
que me levanta
el ánimo para encarar el día. Es una invocación a
un espíritu.
Aunque no tenga convicciones religiosas, yo sí
conozco a ese espíritu,
porque lo he visto toda mi vida: es el espíritu de
esa cosa ávida
y chiquita que se da porque sí. Es una forma de
relacionarse. Es un
juego en el que damos algo sin esperar nada a
cambio, porque es el
derecho del otro que yo se lo dé. Nada más que
eso.
(Extraído de Néstor
Ganduglia (2009). “La comunicación comunitaria: proceso
cultural, social y político”. En Area de Comunicación Comunitaria
(compiladores), Construyendo
comunidades. Reflexiones actuales sobre comunicación comunitaria, (pp.
91-121), Argentina, La Crujía Ediciones.
Se fue con un marciano
Es
Woody Allen, cuya filmografía es desbordante y la mayoría de
sus
títulos excepcionales. En Días de radio (en la que narra su infancia) se detiene —en uno de los tantos relatos
diseminados en el film— en contar la historia de su tía Bea y sus frustrados
amores. Bea es la gran Dianne Wiest. Cierta noche, la encontramos dentro de un
automóvil con un ocasional amigo. Vienen de tomarse unas cuantas cervezas. El
tipo finge que el auto se descompone y frena. El lugar es solitario, la neblina
impide ver nada. Pero Manilus (así se llama el tipo) sabe lo que hace. «Bea,
qué desgracia. Me quedé sin gasolina». «¿Y ahora qué hacemos?». «¿Qué tal si
charlamos un ratito?». La empieza a besar. «Pero, Manilus», dice Bea, «es la
primera vez que salimos». «Mejor, así no perdemos tiempo». De pronto, la dulce,
romántica
música
que emitía la radio se corta bruscamente:
—¡Señoras
y señores, una noticia arrasa todas las emisoras! Es terrible,
pero no
la podemos ocultar. ¡Los marcianos han invadido el planeta! Se
han
adueñado de Nueva York y están tomando posesión del resto del país.
Manilus,
aterrorizado, se baja del auto y empieza a correr como un loco.
Bea se
queda sola, en medio de un camino terroso, con una neblina que no
le
permite ver nada y la radio anunciando catástrofes. De un modo u otro,
consigue
regresar a su casa. A la semana suena el teléfono. Es Manilus.
Pregunta
por Bea. La madre del niño Woody —la también gran Julie
Kavner—
le dice:
—Bea no
está. Se fue de esta casa.
—¿Se
fue?
—Sí, se
casó.
—¿Se
casó?
—¿No
lo sabías, Manilus? Con un marciano.
(Extraído
de José Pablo Feinman, Filosofía
política del poder mediático, Ciudad autónoma de Buenos Aires, edit.
Planeta, 2013, p. 218)
Lo
que está en el inconsciente
Un tipo cree ser un grano de maíz y, por tanto, le llevan al
psicólogo. Tras una terapia titánica, los médicos le convencen de que no es un
grano de maíz, sino un hombre, y le dan el alta, pero el fulano regresa
aterrorizado a los tres minutos: se ha encontrado una gallina en la puerta del
psiquiátrico y tiene miedo de ser engullido. Su médico le tranquiliza: “No se
preocupe, amigo, usted no es un grano de maíz, sino un hombre”. “Ya lo sé”,
responde el paciente, “pero ¿lo sabe la gallina?”. (Tomado de: Slavoj Žižek
(Liubliana, Eslovenia).
He aquí el análisis del doctor Slavoj Zizek sobre este chiste:
“Ése es el auténtico meollo del tratamiento psicoanalítico: no
basta con convencer al paciente de la verdad inconsciente de sus síntomas;
también hay que conseguir que el propio inconsciente asuma esa verdad”.