sábado, 25 de febrero de 2017

El barrio convive y crece

(Orlando Villalobos)

A pesar de los problemas, el barrio muestra su fuerza y día tras día va haciendo su propia vida. Se sobrepone a las dificultades y sigue adelante.
Eso es posible porque aquí está la vida, están los padres, los hijos y las hijas, los vecinos, y los amigos. Aquí nos hacemos fuertes porque sabemos que están los nuestros, los que nos acompañan siempre, en las buenas y en las malas.
Entre nosotros surgen sólidos lazos de convivencia, que significa hacer la vida juntos con los demás, participando en todas las horas en la resolución de los problemas.
Así se va uniendo y tejiendo la comunidad, lo que es común, lo que es de nosotros, porque nos ayuda o porque nos perjudica. Por eso decimos, el barrio con-vive, anda junto, y se va tejiendo.
En la medida en que vamos creando esa convivencia y esa comunidad, nos vamos dando la oportunidad para crecer y fortalecernos, y para hacer frente a los males.
Crecemos cuando derrotamos el mal, la droga, la inseguridad, el embarazo en adolescentes; cuando superamos las enfermedades. Crecemos cuando somos más; cuando nos organizamos para reír, cantar y luchar.
Crecemos cuando sembramos en nuestros patios; cuando ayudamos al amigo y al vecino; cuando vemos al otro como un hermano y no como un extraño.


jueves, 23 de febrero de 2017

La amenaza de la convivencia

La amenaza de la convivencia en los días actuales

Autor: Leonardo Boff
La ola de odio que crece en el mundo, y claramente en Brasil, las discriminaciones contra afro-descendientes, nordestinos, indígenas, mujeres, LGBT y miembros del PT, sin hablar de los refugiados e inmigrantes rechazados en Europa ni de las medidas autoritarias del presidente Donald Trump contra inmigrantes musulmanes, están destrozando el tejido social de la convivencia humana a nivel nacional e internacional.

La convivencia es un dato esencial de nuestra naturaleza como humanos, pues nosotros no existimos, coexistimos; no vivimos, convivimos. Cuando las relaciones de convivencia se desgarran algo de inhumano y violento sucede en la sociedad y en general en nuestra civilización, en franca decadencia.

La cultura del capital hoy globalizada no ofrece incentivos para que cultivemos el “nosotros” de la convivencia, sino que enfatiza el “yo” del individualismo en todos los campos. La expresión mayor de este individualismo colectivo es la palabra de Trump: “en primer lugar (first) USA”, que bien interpretada es “sólo (only) USA”.

Necesitamos rescatar la convivencia de todos con todos los que habitamos una misma Casa Común, pues tenemos un origen y un destino comunes. Divididos y discriminados recorreremos un camino que podrá ser trágico para nosotros y para la vida en la Tierra.

Es bien sabido que la palabra “convivencia”, como reconocen investigadores extranjeros (por ejemplo un académico alemán, T. Sundermeier, Konvivenz und Differenz, 1995), tiene su nacimiento en dos fuentes brasileras: la pedagogía de Paulo Freire y las Comunidades Eclesiales de Base.

Paulo Freire parte de la convicción de que la división maestro/alumno no es originaria. Originaria es la comunidad aprendiente, donde todos se relacionan con todos y todos aprenden unos de otros, conviviendo e intercambiando saberes. En las CEBs es esencial el espíritu comunitario y la convivencia igualitaria de todos los participantes. Incluso el obispo y los curas se sientan juntos alrededor de la mesa y todos hablan y deciden. No siempre el obispo tiene la última palabra.

¿Qué es la convivencia? La propia palabra contiene en sí su significado: deriva de convivir, que significa conducir la vida junto con otros, participando dinámicamente de la vida de ellos, de sus luchas, avances y retrocesos. En esa convivencia se da el aprendizaje real como construcción colectiva del saber, de la visión del mundo, de los valores que orientan la vida y de las utopías que mantienen abierto el futuro.

La convivencia no anula las diferencias. Al contrario, es la capacidad de acogerlas, dejarlas ser diferentes y así y todo vivir con ellas y no a pesar de ellas. Sólo relativizando las diferencias y favoreciendo los puntos en común surge la convergencia necesaria, base concreta para una convivencia pacífica, aunque haya siempre niveles de tensión, por causa de las legítimas diferencias.

Veamos algunos pasos hacia la convivencia:

En primer lugar, superar la extrañeza porque alguien no es de nuestro mundo. Pronto preguntamos: ¿de dónde viene? ¿qué ha venido a hacer? No debemos crear dificultades, ni encuadrar al extraño sino acogerlo cordialmente.

En segundo lugar, evitar hacernos rápidamente una imagen del otro y dar lugar a algún prejuicio (si es negro, musulmán, pobre). Es difícil pero es necesario para la convivencia. Bien decía Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que sacar un prejuicio de la cabeza de alguien”. Pero se puede sacar.

En tercer lugar, procurar construir un puente con el diferente mediante el diálogo y la comprensión de su situación.

En cuarto lugar, es fundamental conocer su lengua o rudimentos de ella. Si no es posible, prestar atención a los símbolos pues revelan generalmente más que las palabras. Ellos hablan de lo profundo de él y de nosotros.

Por último, esforzarnos para hacer del extraño un compañero (con quien se comparte el pan) de quien se procura conocer su historia y sus sueños. Ayudarlo a sentirse incluido y no excluido. Lo ideal es hacerlo un aliado en la caminada del pueblo y de la tierra que lo ha acogido, por el trabajo y la convivencia.

Hay que añadir que no se debe restringir la convivencia solamente a la dimensión humana. Ella posee una dimensión terrenal y cósmica. Se trata de convivir con la naturaleza y sus ritmos y darnos cuenta de que somos parte del universo y de sus energías que pasan por nosotros en cada momento.


La convivencia podrá hacer de la geo-sociedad, menos centrada sobre sí misma y más abierta hacia arriba y hacia delante, menos materialista y más humanizada, un espacio social en el cual sea menos difícil la convivencia y la alegría de convivir.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Villa-lobos



(Orlando Villalobos) Cuando Heitor Villa-lobos llegó a París en 1922, al ser consultado acerca de sus proyectos respondió, con cierta arrogancia o quizás dejando escapar sus aires de seguridad: “No vengo a estudiar con ninguno. Tal vez, venga a enseñar”. En ese momento este brasileño nacido en Río de Janeiro frisaba los 35 años y era dueño de una alentadora producción no suficientemente apreciada, pero que le permitía disponerse a alcanzar lo que declaraba; tenía madera para enseñar y mostrar, de modo que no se asomaba por tierras europeas para que le dijeran dónde comenzaba el camino. La anécdota habla del ímpetu de este nombre que América Latina le regala al catálogo de la música.
En 1953 el maestro estuvo en Caracas, y en conversación con Alejo Carpentier, para el diario El Nacional, dejó este mensaje para los compositores venezolanos: “Dígales que estudien el folklor de su país; que lean los trabajos de Juan Liscano, que oigan las grabaciones de los cantos populares de Isabel Aretz y Ramón y Rivera… que se empapen de su música popular… mas no para hacer “folklor”. ¡No!... no para copiar los temas o los ritmos… lo que deben hacer es encontrar su propia personalidad a través de la música nacional”.

Sus palabras, pero sobre todo su música, constituyen una referencia básica, indispensable, para esta América Latina urgida de canciones, razones e inspiraciones para ponerle alas a los sueños y para que la esperanza no le falte, ni le falle.