martes, 23 de octubre de 2018

Ciudadanía maracucha



(Orlando Villalobos)
La recuperación del centro histórico de Maracaibo, que ya comenzó, tiene un impacto benefactor para el resto de la ciudad. Hay que solo imaginar lo que representa un centro ordenado, limpio y reluciente que se pueda visitar, recorrer y disfrutar; que se pueda aprovechar para explicar a propios y extraños nuestra historia, arquitectura y tradiciones. Explicar, por ejemplo, lo que significan el Teatro Baralt, la Casa de Morales, la Casa de Gobierno o de la Gobernación, el edificio del antiguo mercado, hoy convertido en el Centro de Arte Lía Bermúdez, la relación directa entre el lago y la ciudad, el valor de los monumentos religiosos que forman parte del patrimonio histórico de Maracaibo: la iglesia Santa Ana, el convento de San Francisco, la catedral de Maracaibo y otros. Estamos hablando de que buena parte de ese patrimonio histórico, cultural y ambiental del estado Zulia están en ese centro histórico.
En una palabra revalorizar. Lo que no se conoce no se cuida, ni se quiere, ni se defiende.
En sentido estricto, cabe la aplicación de las tres R: recuperar, rehabilitar y revalorizar, todo eso es necesario porque no se trata sólo de lo físico, sino también de recuperar las prácticas sociales y ciudadanas.
Tengamos en cuenta que con el deterioro y pérdida del centro, de su marginalización, se disolvió el tejido social y todo eso se convirtió en un espacio de negación de la ciudadanía. El centro se veía como algo peligroso y además desaconsejable. Allí imperaba la cultura del “sálvese quien pueda”, o aquello de que si no te lo hacían a la entrada, te lo hacían a la salida. Los valores históricos, patrimoniales y arquitectónicos terminaron tapiados por los tarantines improvisados y el caos convertido en forma de vida.
Por eso, ahora, hay que volver a lo ciudadano, no como algo que se decreta, sino porque se construye, “golpe a golpe y verso a verso”.
Ciudadanía significa que nos reconocemos en lo que somos y en lo que hacemos; que acudimos a un mercado no como vulgares consumidores, o como parte del necesario intercambio de bienes. Es mucho más. Es hacer uso de un territorio indispensable para la convivencia, el reencuentro y la comunicación, en el sentido de juntar lo que tenemos en común.
La idea de ciudadanía la asociamos a la posibilidad de sentirnos como parte de una comunidad y estar incluidos. Esa es la sensación que sentimos cuando volvemos al barrio o pueblo, en donde nacimos y crecimos. Allí nos reencontramos con los otros pero también con lo que somos. Sin decirlo, sentimos que allí comenzó todo. Cerca estaba la escuela, el juego, la casa paterna, los abuelos, las primeras andanzas. Cuando eso lo vamos dejando atrás o lo perdemos nos vamos excluyendo de la comunidad. Eso que nos sucede como personas lo podemos llevar al plano colectivo.
La identificación del pueblo maracaibero con el centro histórico se fue perdiendo a través de un proceso de distorsión que llevó décadas. No fue que las mafias transnacionales llegaron y fueron copando los espacios. Hubo dejadez, complicidad y abandono.
Muchas de las voces plañideras que ahora dicen redescubrir el centro histórico ocuparon posiciones de poder y nada hicieron o fueron cómplices de una destrucción sistemática que, sin querer queriendo, favoreció la penetración de prácticas perversas. Eso sucedió con los gobiernos de los Rosales, verbigracia. Recuperar ese centro histórico para el ejercicio ciudadano y comunitario requiere, principalmente, de políticas claras y precisas y de una voluntad de gestión definida y compartida. Solo así.
Para que ese centro histórico renazca para la ciudadanía se requieren de circuitos culturales, de la recuperación del mercado, del uso del malecón para la recreación, de estímulo al turismo, eso y mucho más, pero fundamentalmente de una voluntad política de cambio como la que se ha comenzado a poner de manifiesto (Orlando Villalobos).













Epifanía maracucha



Esta historia comenzó con la destrucción del centro histórico por la aplicación de conceptos al uso y la moda, en la década de los 70, durante el gobierno de Rafael Caldera, que buscó una supuesta “renovación” y dejó de lado el valor histórico de ese centro urbano, donde se originó la ciudad. El resultado está a la vista, hay un centro histórico semipoblado y a la deriva, que viene siendo utilizado y explotado por las mafias que cultivan delitos como la prostitución, el tráfico de personas, el lavado de dinero, el ataque contra el Bolívar, en fin. La caída del centro de la ciudad, en manos perversas, resume el conjunto de males que atacan y destruyen el tejido social de una ciudad con identidad, historia, símbolos, valores y orgullo.
Poco a poco ese centro de la ciudad se iba degradando y perdiendo, frente a la inacción cómplice de autoridades, gobernadores y alcaldes. De allí el impacto inmediato que han tenido las políticas públicas, traducidas en decretos que han revolucionado la ciudad. Son los decretos de la Alcaldía Bolivariana de Maracaibo. Son el 35 que declara zona de protección especial el patrimonio histórico y cultural del casco central de Maracaibo y dice que se harán varias intervenciones para el saneamiento y reordenamiento del centro; y el decreto 36, que ordena la intervención  de mercados privados y centros comerciales del municipio Maracaibo, ubicados en la periferia del casco central. Se refiere a los mercados Las Pulgas, Las Playitas, Callejón de los Pobres, y a los centros comerciales La Redoma, Plaza Lago y Bingo Reyna.
Pero más importante que los documentos está la acción emprendida. Apenas ha comenzado la recuperación y ya es visible la diferencia en los videos, fotos y en las visitas que cualquiera puede realizar. La madeja de tarantines, caos y desorden está siendo desplazada y borrada, para que las calles puedan respirar nuevamente y la arquitectura, identidad y símbolos de ese Maracaibo de siempre resurja.
Una de las distorsiones que se ha encontrado, que ha sido denunciada por el alcalde Willy Casanova, es que las edificaciones históricas del casco central y de la fachada de la avenida Libertador están en manos de extranjeros y de las mafias, compradas o adquiridas recientemente con recursos provenientes de las prácticas del “bachaqueo” de alimentos, combustible y de medicamentos, “y convertidas en hostales improvisados o en grandes almacenes que le servían a la economía de “Las Pulgas””. Este solo dato muestra la dimensión compleja de la acción emprendida y de sus múltiples implicaciones.
Todo está por realizarse. Pero ya comenzó esta epifanía o renacimiento de Maracaibo. Hace unos días, acostumbrados como estamos a la parsimonia, la burocracia y la complicidad, eso parecía imposible. Era público y notorio que desde el mercado “Las Pulgas” se jugaba con los precios, se especulaba y se sembraba el miedo con el aquí “manda Colombia”, de las mafias transnacionales. La anomia se realimentaba y nada parecía detenerla.
Maracaibo no se explica a partir de un único relato, pero no cabe duda que esta acción, emprendida por la alcaldía y la gobernación, modifica la situación.
Lo que viene –¡toco madera!- o mejor dicho, lo que falta, es proseguir con estas políticas públicas que hagan posible la recuperación de Maracaibo, empezando por el centro.
Estas políticas se exponen y manifiestan a través de distintos lenguajes. El poético, entendido como la forma que asumen la identidad, la memoria y las historias de las calles, esquinas y espacios del centro; la ciudad como escenificación, como posibilidad de espacio para vivir, hacer, caminar, jugar; y lo político, asumido como espacio de acción comunal y comunitaria, como lugar de encuentro, de intercambio y de experiencias de vida. Cito al filósofo francés Olivier Mongin (La condición urbana, 2006) quien explica que la experiencia de la ciudad es multidimensional, cumple un cometido poético, desarrolla un espacio escénico y crea espacio político.
Todo al mismo tiempo porque se trata de recuperar una forma de vida que tiene raíces en ese territorio urbano y crucial al que pertenecemos. (Orlando Villalobos)