(Autor:
Mario Fernández)
Tenemos
muchos años proponiendo el uso de nuestros patios y solares para la siembra,
mucho antes que en nuestro país se hablara de agricultura urbana y periurbana.
Claro está, también es cierto que no he sido el único, no se trata de competir
entre quiénes serían los pioneros, pero en esto he sido persistente incluso
necio.
Muy
pocos han atendido el llamado que hemos hecho, tal vez por no haber encontrado
una didáctica convincente y adecuada de nuestra parte.
A
ver si los convenzo esta vez: la agricultura no solo sirve –sobre todo la que
podemos realizar en nuestras casas- para producir alimentos para nuestra
bioquímica humana, reponiendo las proteínas, vitaminas, minerales, etc., que
hemos consumido, sino y también, para nuestro estado de ánimo y nuestro espíritu
provocando un necesario equilibrio dentro del agite citadino y cotidiano. La
llamada agricultura familiar lo es porque participan todos los moradores de la
casa, entonces aumenta el calor afectivo de sus miembros adquiriendo la
categoría de hogar.
A
través de la agricultura podemos revisar la historia de la humanidad en
términos globales, civilizatorios, locales, comunales, entre otros. Recordemos
que cultivo es cultura, por lo tanto la escritura que el ser humano ha impreso
sobre la tierra para producir sus necesidades primarias es una enorme
enciclopedia con datos acerca de nuestro pasado en espera que la revisemos una
y mil veces.
La
práctica agrícola funciona como un ejercicio físico con doble resultado: nos
libramos de toxinas y generamos alimentos. Ambas derivaciones son frutos en el
sentido estricto del término, ya que fruto es equivalente a producto (del latín
productus) como aquello que proviene del trabajo y el esfuerzo.
Atender
los cultivos en forma grupal nos lleva a tertulias y conversas no solo sobre lo
agrícola sino sobre cualquier otro tema, así que una buena excusa para la
reflexión colectiva puede ser aprovechar este tipo de labores. En solitario,
nos abre enormes posibilidades para disquisiciones filosóficas y
trascendentales.
La
paciencia como uno de los valores humanos, bien puede desarrollarse a través de
la práctica agrícola, entendiendo que ésta se da por etapa: siembra de la
semilla y espera de su germinación; crecimiento de la planta y expectación por
las primeras flores; gestación de las flores y surgimiento de los frutos;
aguardar por la cosecha.
Los
colores y olores que surgen de todas las partes de las plantas; las mariposas y
otros insectos que atrae; las aves que se acercan con su trinar; la
satisfacción por consumir alimentos producidos por uno mismo; la frescura y
estética de nuestros patios agrícolas; entre otras miradas, crean un verdadero
marco terapéutico tan necesario para los seres humanos, sobre todo quienes
vivimos en las urbes bombardeadas por todo tipo de contaminación.
¡Alguien
me escuchó! Gratamente debo resaltar que un buen amigo decidió emprender la
agricultura en su solar, atendiendo todo lo anteriormente expuesto. Se trata
del profesor José Larez joselarezve@hotmail.com que junto a su esposa y sus
tres hijos menores (un niño y dos niñas) están viviendo la experiencia de la
horticultura.
Sigamos
el ejemplo del amigo citado y hagamos palpable aquellos versos de Rafael
Rodríguez: “Volvamos al campo amigo mío/volvamos a su esplendor/vamos a beber
agua del río/y a ver como sale el sol/olvidemos el petróleo/que es un mundo de
ilusión/de a poco se va gastando/como un viejo corazón/volvamos al campo amigo
mío/volvamos a su esplendor…” (Rodríguez Rafael. Compositor zuliano, autor de
gaitas como “Orinoco”, “Alguien Canta”, “Gaita Entre Ruinas”, etc.)
Más
abajo, una imagen donde estamos en casa de José Larez, ubicada en el barrio
“Brisas del Sur” de la parroquia Manuel Dagnino en el municipio Maracaibo
(estado Zulia, Venezuela -para quienes no conozcan al país-):