Orlando Villalobos
Finol (del libro: Crónicas del discurso callejero, 2023)
Si fuimos lejos como
un horizonte
si aquí quedaron árboles
y cielo
si cada noche siempre
era una ausencia
y cada despertar un
desencuentro
usted preguntará por
qué cantamos.
Cantamos porque el
grito no es bastante
y no es bastante el
llanto ni la bronca
y porque venceremos la
derrota. (Mario Benedetti-Alberto Favero).
I
Desde el
techo de la Facultad de Ingeniería tenía una visual de lo que sucedía en la
avenida 16, en la vía hacia Ziruma.
Temprano
llegó el rumor como un cimbronazo eléctrico. En cualquier momento puede
producirse un allanamiento de facto, no anunciado, ejecutado por policías
disfrazados de civiles y otras personas contratadas para la ocasión, según la
costumbre al uso de las fuerzas represivas. Ilegal pero peor de peligroso. Ella
y un grupo de compañeros, en medio de la tensión echaron mano de un plan B o C,
refugiarse en aquella cubierta inmensa, desde donde se podían observar los
alrededores, descansar e incluso dormir si el momento lo recomendaba. Ya lo
había hecho, como parte de una suerte de entrenamiento que estaba en el
supuesto de una militancia de combate.
A las 5 de
la tarde, la canícula amainaba y era fácil conseguir alguna sombra. En un techo
que no era llano, porque las vigas sobresalían casi 30 centímetros, para
caminar hay que saber hacerlo y acostumbrarse a esos obstáculos.
La tensión
estaba controlada en el grupo de estudiantes. Abajo era evidente el movimiento
de infiltrados policiales; muchos rostros extraños se iban sumando, de uno en
uno. La policía estaba en su plan. Los estudiantes, en el suyo. En medio de ese
ir y venir, unos llegaban y otros se iban. Era costumbre ese tránsito
estudiantil. En los pasillos, debajo de los árboles, en la entrada del centro
de estudios, acostados frente al auditorio, lectores atentos y parejas, miraban
y marcaban el terreno. Cada dato nuevo, alguna información sobre extraños que
circulaban, se enviaba con una mirada o con una palabra que se decía al pasar.
Quizás
venga más tarde la acción represiva, pero la sorpresa se perdió.
II
-¿Qué
podemos hacer? ¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar aquí?- preguntó Ana.
-Si esto
sigue, aquí dormiremos.
Buscó
acomodarse en aquella techumbre en un lugar más limpio. De su mochila empezó a
sacar libros, Queremos tanto a Glenda de Cortázar, Pekín Informa, un boletín
chino que circulaba con profusión; un Correo de la Resistencia, del MIR de
Chile; y Votar para qué, de Juan Luna, un pseudónimo de un autor venezolano.
“Con eso
tienes para tres días de resistencia aquí”, le dijeron, pero ella no escuchó.
Siguió en su monólogo y aprovechó el poco tiempo de luz que quedaba para echar
una mirada al razonamiento interminable de Votar para qué, un documento en
formato libro que recomendaba no votar por ningún candidato, en las elecciones
de 1973, pero tampoco abstenerse. ¿Qué hacer entonces? Votar nulo y a partir de
allí construir un movimiento político. Con eso tendría para bajar la
incertidumbre del momento. Era un largo ensayo que tenía un par de bondades,
analizaba y proponía un horizonte. También tenía su dificultad, estaba escrito
casi como un informe, un lenguaje ladrilloso, sin encanto.
Ana leyó
desde que tuvo noción de palabra escrita, libros o algo parecido. Cuando
terminó el bachillerato se leyó cuanto le recomendaron los maestros. Si llegó a
Ingeniería es porque también mostró apetito por los números, el cálculo y la resolución
de problemas y acertijos matemáticos. No lo pensó mucho, ni tuvo muchas
opciones. Ingeniería estaba bien. Era una profesión aplaudida.
Afuera en
la calle seguía la tensión, cada vez con menos circulación. Es claro que al
caer la noche el riesgo crece. Van quedando menos estudiantes y se hace más
difícil responder a un ataque. También se puede leer como que resulta más obvia
la presencia de extraños, que pueden ser identificados, interpelados o
ignorados, según recomiende la ocasión.
Ahora era
militante, aficionada al debate político. Estaba en tránsito de la intuición al
discurso convencido. Con mucha curiosidad leía y revisaba lo que caía en sus
manos. Venía de un hogar con limitaciones económicas. En ella prendió la idea
de estudiar y seguir adelante, pensar en otros horizontes. Quizás por eso en el
liceo no fue ajena a cuanto ocurría, a los días de marchas, conflictos, gases
lacrimógenos y ostentación de fuerza de los cuerpos de represión. Cuando le
preguntaron que si era socialista, no lo dudó. Le atrajo la palabra.
-En un rato
nos reuniremos para revisar lo que está pasando- anunció Abelardo.
-Vos
pensáis que si nos pueden atacar.
-No lo
pienso, lo veo venir. Quieren asustarnos. Se quieren aprovechar de que esta
mañana después de la marcha hubo un grupo que quemó un carro del gobierno.
Creen que fuimos los de Ingeniería y vienen por nosotros.
-¿Qué
seguridad tenemos estando aquí arriba, en el techo de la facultad?-preguntó
Ana.
III
No había tiempo que perder. La meta
es “tomar el cielo por asalto”, ahora que “la vida es hoy y no después”, además
está “prohibido prohibir”.
No por casualidad en tiempos
recientes se venía de tres acontecimientos que conmovieron y encontraron eco:
el mayo francés de 1968, la epopeya del Che Guevara en la guerrilla boliviana,
que encuentra su final el 9 de octubre de 1967; y la masacre de los estudiantes
en Tlatelolco, en la plaza de Las Tres Culturas, en México, el 2 de octubre de
1968. Los hilos de la imaginación habían sido tocados. Había motivos para
activarse.
Entrada la
noche, Ana y todo el grupo asumen el trance del encuentro. ¿Qué hacer en caso
de un ataque? ¿Hay alguna manera de defenderse? ¿Cómo preservar este
territorio? El momento era difícil, así que no había lugar para diferencias. En
el ambiente había más hermandad que en otros días. Cada uno puso su sonrisa y
su mejor disposición.
Ana y otros
tres compañeros organizaron la cena, improvisada y nerviosa, pero con sabor a
cariño compartido. Para cada uno hubo agua, pan y mortadela.
Esa noche
había que estar atento a los movimientos externos e internos de la facultad.
Quienes hacían sus labores en los pasillos caminaban como distraídos. Arriba se
hablaba en voz baja, con mucho gesto y toda la capacidad para entender. Pocas
palabras. Capacidad de concentración.
El reloj se
movía con más lentitud que de costumbre. Ana y Abelardo se apartaron y
recordaron sus inicios en la militancia.
-Yo comencé
haciendo grafitis en cada marcha a la que iba- dijo Abelardo.
-Qué tipo
de grafitis.
-De lo que
me dijeran. Teníamos un clásico: libertad para los presos políticos. También
llegué a escribir: Hagamos el amor y no la guerra, y otras pendejadas. Lo mío
era poner los cojones y hacer las pintas.
Hubo un
silencio. A lo lejos se veía el reflejo de las luces cercanas. Era una ocasión
para lo íntimo; bajar la voz al máximo. Ana contó su historia intransferible:
“La primera vez que estuve en una marcha en el liceo fui por pura casualidad.
Fui por acompañar a mi mejor amiga. No sabía de revoluciones. Iba temerosa pero
acompañé, llegué hasta el final. Ese día me aparecí tarde en mi casa por
primera vez, con la excusa de que no conseguía transporte. Cuando empecé a
caminar por la facultad, al principio, me llamaba la atención que frente a la
librería del pasillo B muchas veces estaban pintando pancartas y escuchaban
canciones que yo nunca había oído. Busqué la manera de acercarme, vi a
compañeros que ya conocía de coincidir en las materias. Empecé pintando
pancartas hasta que por fin me hicieron la propuesta que yo estaba esperando.
Me invitaron a una reunión. Poco a poco me fui enterando, leyendo. Escuché
hablar de formación sociopolítica, me pasaron libros. Me fui enterando. Fui más
allá de la ilusión”.
En la
oscuridad la conversación alcanza tonos de confesión. Ellos se conocían pero
sin llegar a este relato que sabe a historia personal. Ana prosigue: “El grupo
me hizo mejor. Ahora sé lo que quiero y sé para dónde voy. Lo revolucionario ha
sido para mi un despertar en todo, en la idea que tengo de los estudios, la
universidad, lo social y el tipo de pareja que quiero ser y tener”.
Un
compañero pasó como una sombra, con la señal convenida de alerta. Todo indica
que la facultad está agitándose o a punto de hacerlo. El reloj marca las 8 y 15
minutos.
IV
Una nueva
comunicación y si habría que movilizarse. Por ahora, en guardia. Esta noche la
conversa no gira sobre las estrellas y el universo. Esta pareja y los otros que
aguardan, se detienen en los asuntos terrenales.
-Cuando
haya condiciones para hacerlo deberíamos revisar cómo salir al encuentro de la
gente y no quedarnos en esto de ser un grupo de iniciados-atiza Abelardo.
-Es que
cada quien se acostumbra a su condición si no tiene el aliento de los libros o
de los discursos paralelos, distintos, desafiantes, trasnochados. Te quedas en
lo que eres y te jodes -enciende Ana.
Ella se
acuesta sobre un techo que ya va dejando atrás el calor del día y suelta lo que
lleva por dentro: “La política es como la vida. Si no te revisas de verdad te
vas convenciendo de que no alcanzas para más nada. No te abres a otras vidas.
El que es carnicero se queda en eso. El payaso, la enfermera, el guerrillero.
Cada uno se cree el cuento de lo que es y no mira otros horizontes. A estas
colectividades insurgentes les pasa eso”.
-Pero es
que si te abres mucho en política el enemigo te ubica y te cae.
-Eso es lo
que quieren que hagamos, autolimitarnos; que nos quedemos encerrados. Mira esta
vaina, nos reprimen porque primero nos aíslan y nosotros los ayudamos. Somos
tan de vanguardia que nos separamos de los movimientos reales, que sufren y
viven la tierra, la cultura, el deporte y el arte del barrio. Así le
facilitamos el camino. Solo si rompemos con esta burbuja, de ser algo así como
los elegidos, podremos abrir nuevos caminos.
-Vos sois
exagerada. Para un movimiento lo primero es existir y después se va viendo cómo
avanzas.
-Si piensas
así, siempre estarás disminuido y aislado- dice Ana.
-Vos quizás
estáis en lo cierto. Eso debería corregirse. Pero reconoce que somos de
avanzada, con mucha ciencia y consciencia.
-No
exageres. En el verso somos la sal de la vida, en la práctica reproducimos los
males sociales. Fijate tanto machismo que hay. Muchas amigas no participan
tanto porque se las traga la labor doméstica, el cuidado de los hijos, el
mantenimiento de la casa o de las condiciones de existencia. Son demasiadas
vainas. Se replica el viejo truco del padre ausente. Un hombre que tiene
licencia para tener un hijo aquí y otro allá, y poco resuelve en la educación
ni en el apoyo material.
-Ya te
anotaste en la lista de las feministas.
-Vi una
película y me dejó pensando por días. “El proceso de Juana de Arco”. A una
campesina francesa la encarcelan por hereje y le hacen un juicio. Cuando no le
pueden demostrar nada, el tribunal decide quemarla por bruja. Siempre la mujer
como fuente de pecado y maldad. El hombre va por la libre. Todavía no logramos
dar paso a una cultura de igualdad o por lo menos diferente.
V
Ana y
Abelardo se acercaron. Detuvieron la respiración, tensos. Se miraron a los
ojos. Era el momento. Se escuchaban pasos rápidos y ruido. Un disparo asustó en
la noche. Después otros dos.
Sobre la
marcha cuenta el instinto y el ánimo que acompañe a casa quien. Por un momento
esperaron. La duda estaba en el ambiente. Cuando él se enteró ella le había tomado
la mano. Al fin reaccionaron. Corrieron hasta la orilla a mirar qué sucedía. La
policía había intentado ingresar a los predios de la facultad pero había tenido
que retroceder, sin orden. Los estudiantes, que eran más en número, los había
repelido con piedras, gritos y decisión. Los desalojaron del terreno y cerraron
las puertas de acceso al estacionamiento y calles internas.
Había
alegría. Cuando el grupo se volvió a reunir en el techo se decidió seguir,
alertas y atentos. Mantenerse arriba, fijar varios puntos de vigilancia por si
acaso lo intentaban de nuevo y rotarse por guardias. Todavía faltaban horas
para amanecer.
Después de
una noche de sobresalto, lo mejor era descansar. “Después de esta noche tienes
algo mío”, susurró Ana.
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