(Orlando
Villalobos)
La
recuperación del centro histórico de Maracaibo, que ya comenzó, tiene un
impacto benefactor para el resto de la ciudad. Hay que solo imaginar lo que
representa un centro ordenado, limpio y reluciente que se pueda visitar,
recorrer y disfrutar; que se pueda aprovechar para explicar a propios y
extraños nuestra historia, arquitectura y tradiciones. Explicar, por ejemplo,
lo que significan el Teatro Baralt, la Casa de Morales, la Casa de Gobierno o
de la Gobernación, el edificio del antiguo mercado, hoy convertido en el Centro
de Arte Lía Bermúdez, la relación directa entre el lago y la ciudad, el valor
de los monumentos religiosos que forman parte del patrimonio histórico de
Maracaibo: la iglesia Santa Ana, el convento de San Francisco, la catedral de
Maracaibo y otros. Estamos hablando de que buena parte de ese patrimonio
histórico, cultural y ambiental del estado Zulia están en ese centro histórico.
En una palabra revalorizar. Lo que
no se conoce no se cuida, ni se quiere, ni se defiende.
En sentido estricto, cabe la
aplicación de las tres R: recuperar, rehabilitar y revalorizar, todo eso es
necesario porque no se trata sólo de lo físico, sino también de recuperar las
prácticas sociales y ciudadanas.
Tengamos en cuenta que con el
deterioro y pérdida del centro, de su marginalización, se disolvió el tejido
social y todo eso se convirtió en un espacio de negación de la ciudadanía. El
centro se veía como algo peligroso y además desaconsejable. Allí imperaba la cultura
del “sálvese quien pueda”, o aquello de que si no te lo hacían a la entrada, te
lo hacían a la salida. Los valores históricos, patrimoniales y arquitectónicos
terminaron tapiados por los tarantines improvisados y el caos convertido en
forma de vida.
Por eso, ahora, hay que volver a
lo ciudadano, no como algo que se decreta, sino porque se construye, “golpe a
golpe y verso a verso”.
Ciudadanía significa que nos
reconocemos en lo que somos y en lo que hacemos; que acudimos a un mercado no
como vulgares consumidores, o como parte del necesario intercambio de bienes.
Es mucho más. Es hacer uso de un territorio indispensable para la convivencia,
el reencuentro y la comunicación, en el sentido de juntar lo que tenemos en
común.
La idea de ciudadanía la asociamos
a la posibilidad de sentirnos como parte de una comunidad y estar incluidos.
Esa es la sensación que sentimos cuando volvemos al barrio o pueblo, en donde
nacimos y crecimos. Allí nos reencontramos con los otros pero también con lo
que somos. Sin decirlo, sentimos que allí comenzó todo. Cerca estaba la escuela,
el juego, la casa paterna, los abuelos, las primeras andanzas. Cuando eso lo
vamos dejando atrás o lo perdemos nos vamos excluyendo de la comunidad. Eso que
nos sucede como personas lo podemos llevar al plano colectivo.
La identificación del pueblo
maracaibero con el centro histórico se fue perdiendo a través de un proceso de
distorsión que llevó décadas. No fue que las mafias transnacionales llegaron y
fueron copando los espacios. Hubo dejadez, complicidad y abandono.
Muchas de las voces plañideras que
ahora dicen redescubrir el centro histórico ocuparon posiciones de poder y nada
hicieron o fueron cómplices de una destrucción sistemática que, sin querer
queriendo, favoreció la penetración de prácticas perversas. Eso sucedió con los
gobiernos de los Rosales, verbigracia. Recuperar ese centro histórico para el
ejercicio ciudadano y comunitario requiere, principalmente, de políticas claras
y precisas y de una voluntad de gestión definida y compartida. Solo así.
Para que ese centro histórico
renazca para la ciudadanía se requieren de circuitos culturales, de la
recuperación del mercado, del uso del malecón para la recreación, de estímulo
al turismo, eso y mucho más, pero fundamentalmente de una voluntad política de
cambio como la que se ha comenzado a poner de manifiesto (Orlando Villalobos).
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