Por Benito Díaz Díaz*
El niño José Ramón Díaz, nació en La Asunción, municipio Arismendi de
Nueva Esparta, en la hermosa isla de Margarita, el 30 de enero del año 1910. En
aquel entonces y todavía hoy en la isla, a mucha gente se le cambiaba el
nombre. Es una costumbre isleña tan extendida, que por ejemplo, se dice que si el Niño Jesús hubiera nacido
en Margarita lo llamarían Chuíto el de
María. Por eso José Ramón se convirtió en Moncho.
Cuando Moncho nació, el gobierno nacional de esa época, presidido por
el General Juan Vicente Gómez, había querido celebrar modestamente los primeros
100 años del 19 de abril de 1810,
confiado en que su alianza con las recién llegadas empresas petroleras traería
oportunidades para vivir mejor a todos los ciudadanos de este país, en toda su
extensa geografía. Comenzó a crecer esa creencia cuando, en medio de las
celebraciones del centenario del 5 de julio de 1811, día oficial de la independencia
de Venezuela, el gobierno nacional pagó las deudas adquiridas por la república
para financiar la guerra por la independencia un siglo antes. Pronto se vería
que esas oportunidades de progreso y movilidad social serían más probables de
encontrar en la capital Caracas y en los lugares donde estaban concentrándose
las operaciones para extraer petróleo, en el Zulia, en Falcón y en lugares del
oriente del país.
En la Margarita donde pasó su infancia, Moncho era un niño querido y
cuidado en el amor de su familia, quienes se dedicaban básicamente a las
actividades de la agricultura, entre las faldas de la montaña de Matasiete y el
valle de Atamo. Le gustaba ir a las fiestas patronales de La Asunción.
Disfrutaba el aroma del pan Asuntino y la dulzura de las frutas locales, comió
muchos mangos briteños, mameyes, pandelaños, catuches, cocos, cañas, pomalacas,
jobos, nísperos. Comió mangos cosechados
en las faldas del Matasiete y con esos aromas frutales se imaginaba los
esfuerzos de las pasadas generaciones que habían sembrado y que también habían
luchado siguiendo ideales de libertad en la gloriosa Batalla de Matasiete
el 31 de julio de 1817, derrotando al ejército español dirigido por el
mismísimo General Pablo Morillo, enviado por el rey a pacificar América.
Aprendió a leer, escribir y a sacar cuentas, las destrezas básicas en
ese mundo. También, uno de sus hermanos mayores, Teodoro, conocido como Choro Luna o Choro Picapelotas, le
enseñó el arte de cuidar y curar los animales que eran el principal medio de
transporte de la época, los burros y caballos. Choro toda su vida usó estos
animales como medio de transporte. También lo contagió de la pasión por la cría
y entrenamiento de gallos de pelea, saberes y pasiones que lo acompañarían toda
la vida. Un hermano mayor, de nombre José Jesús, pero conocido como Chucho, le
había dicho que pensaba ir a pescar perlas, o a buscar trabajo en Curazao,
donde estaban buscando obreros y pagaban mejores sueldos, pero aún no se había
decidido. Sin embargo, eso le amplió su horizonte de sueño de aventuras de
empleo a Moncho.
El 3 de mayo, día del Cristo de Pampatar, con sus 18 años cumplidos,
había decidido marcharse de la isla, por lo que antes se fue caminando desde la
Asunción hasta Pampatar, donde acudió a la iglesia del Cristo del Buen Viaje, frente
al Castillo de San Carlos Borromeo, para meditar y encomendarse al Cristo en el
viaje que iba a emprender para cambiar de vida, sin saber cuándo volvería a la
isla. Se quedó viendo el mar desde el castillo, imaginando los espacios y
gentes diversas que vivían más allá del horizonte marino y soñando con la
libertad de elegir un mundo mejor. Se quedó allí hasta la puesta del sol y
luego se incorporó a la procesión del Cristo, pero antes compró dulces de
suspiros y suficientes empanadas dulces que le alcanzaran para comer en el
camino de regreso a su casa.
En ese mes de mayo, tomó sus escasos ahorros, le dijo adiós y le pidió
su bendición a la Virgen del Valle y se embarcó en una balandra que lo llevaría
navegando desde Porlamar rumbo hacia La Guaira, la puerta de entrada de
Caracas. La embarcación estaba llena de hombres jóvenes, en edad productiva,
que también estaban saliendo con la ilusión de encontrar un mundo mejor, nuevas
oportunidades y una mejor remuneración por el esfuerzo de su trabajo. En el
grupo distinguió a Manuel, amigo residente en La Asunción quien desde que
descubrió las bicicletas no volvió a usar otro medio de transporte y ganaba
siempre las competencias de ciclismo en los velorios y fiestas patronales, en
las cuales Moncho ganaba las competencias de corridas de flores y pañuelos a
caballo. Moncho quiso irse a buscar oportunidades en Caracas, la capital que se
estaba modernizando y conteniendo las tensiones de la modernidad entre los
grupos sociales de la sociedad petrolera en la decadencia de la Venezuela
agraria. Todo el mundo tenía la imagen de Venezuela como un mundo rural con
grandes yacimientos de petróleo que ofrecían oportunidades, desde el famoso
reventón del pozo Barroso II en Cabimas, en diciembre de 1922, que lanzó al
aire un millón de barriles de petróleo por diez días y sólo pudo contenerse el
chorro del hidrocarburo cuando los obreros y los feligreses pudieron sacar en
procesión a San Benito con tambores, pidiendo que controlara el pozo.
Moncho
encontró a Caracas alborotada, porque acababa de ocurrir la primera Semana de
la Juventud, en la cual se habían revelado los discursos, talentos y liderazgos
del movimiento que se conocería como la juventud de 1928. De los
líderes estudiantiles de la Universidad Central que celebraron y protestaron,
varios fueron detenidos y enviados a prisión, o a trabajar en la construcción
de carreteras. Uno de esos líderes estudiantiles que se encontró en Caracas,
fue su paisano Jóvito Villalba, a quien vio como se lo llevaba preso la
dictadura, mientras que a Moncho lo atrapaba la recluta. En el medio de esas protestas donde
participaban los hijos de las clases medias, la dictadura endureció la recluta
para el servicio militar.
Pagó su servicio militar por seis años corridos, haciendo lo mismo en
el mismo lugar. Estuvo los primeros tres años dedicado a cuidar y amansar los
caballos del General Juan Vicente Gómez, en la ciudad de Maracay, donde solía
residir ese Dictador. En ese tiempo también recibió entrenamiento físico que
fortaleció su cuerpo y disciplinó su personalidad. Entre la camaradería de los
cuidadores de caballo del ejército, aprendió a usar la “vara” del Tamunangue. Era
una rama lisa, delgada, de menos de un metro de largo, muy liviana, de madera
resistente. Le dijeron, esto sirve para dos cosas: Una es para pelear en
batalla como arte marcial, y otra, es para bailar y enamorar a su pareja de baile.
Aprendió a usar la vara sin imaginar para qué o cuando la tendría que usar.
Moncho cuidaba y amansaba los caballos para el General Gómez. A Gómez
le gustaban los caballos porque su papá había participado en la guerra de
independencia y le había contado historias de las batallas y campañas que se
habían ganado con el apoyo de los caballos. “Este animalito es tan importante
que hasta está metido en el escudo nacional”, decía el General cuando venía a
mirar sus caballos, y tenía los más bonitos cerca de su casa.
Hacía figuras cabalgando los corceles; podía recoger un pañuelo del
piso mientras jineteaba. Agarraba los potrillos y los entrenaba para que
aprendieran a obedecer y andar al paso, al trote y al galope. Hizo tan bien su
trabajo, que al terminar su tiempo de servicio, le dijeron que tenía que
cumplir de nuevo el servicio militar. Pero al concluir los seis años de
servicio militar en las caballerizas del General Gómez, ante el ofrecimiento de
renovar su servicio por tercera vez, solicitó hablar con el Benemérito General
Gómez, a quien pidió ser dado de baja por haber cumplido doble el servicio
militar, lo cual se le concedió.
Saliendo del servicio militar, se fue a Caracas a probar suerte, a
conocer la ciudad con casas de techos rojos que estaba modernizándose. En la
tercera semana de estar en la ciudad, cuando iba a una reunión en casa de unos
amigos en el vecindario de Catia, se
encontró al voltear la casa vecina, con la mirada de una joven y agraciada
mujer que lo estremeció en ese momento, mientras sonaba la música de la canción
“Claveles de Galipán”. Entendió que ella era princesa del Principado de
Pampanito, cerca de Trujillo, en el occidente del país. A él le pareció que era
un ángel, una mujer de otro mundo; delgada, pequeña, hermosa, sonriente, con un
gran sentido del humor y una sonrisa contagiosa, que era la mujer de su vida.
Pero él que había sido toda la vida tan conversador, ante la presencia de ella,
se quedó sin palabras; se sintió extraño, emocionado, y hasta le temblaron las
piernas. Cuando pudo hablar le preguntó su nombre y la respuesta que recibió le
pareció un símbolo de gloria: “Me llamo Victoria, ese es mi nombre”, y se
sonrió. Entonces se dedicó a conocerla para enamorarla. Pero era una mujer tan
sencilla que se enamoraron de una vez; y se casaron a los dos meses de ese
primer encuentro.
Pero, viendo la elevada cuantía de recursos requeridos para organizar
un hogar y fundar familia, decidieron irse a buscar oportunidades trabajando en
las petroleras en el Zulia. Los salarios que pagaban en Caracas eran mayores
que los que se recibían en Margarita, pero los que ofrecían las petroleras en
los campos eran el triple de altos, aunque no se sabían cuáles eran las
condiciones de vida en esos lugares, como los campamentos petroleros que se
estaban organizando en la costa oriental del lago de Maracaibo. El Zulia estaba
alborotado. En Maracaibo estaban disfrutando de alumbrado público antes que el
resto de Venezuela y en sus calles había tranvías, pero con la noticia de que
había petróleo todos se contagiaban con una incertidumbre positiva; no se sabía
cómo, pero con el petróleo se viviría mejor. Por eso empezó a llegar al Zulia
gente de todas partes del país, con la esperanza de vivir mejor.
Había noticias de que en Lagunillas estaban buscando gente para
trabajar en las petroleras. Así fue como Moncho y Victoria llegaron al pueblo
de Lagunillas de Agua, el pueblo de palafitos que concentraba la demanda de
mano de obra para la actividad petrolera. El pueblo de Lagunillas de Agua era
de palafitos, de casas sembradas en el agua del lago, pero también le habían
construido unas especies de calles de madera, que llamaban planchadas, para
facilitar el paso a los transeúntes. Se estaban realizando obras de infraestructura
que se debían ejecutar con hombres fuertes y de agilidad superior al promedio,
para lo cual buscaban jóvenes que no tuvieran miedo al riesgo de trabajar en el
lago. “Ese mismo soy yo”, dijo Moncho cuando vio las condiciones de empleo. Fue
contratado y comenzó de una vez a trabajar como obrero en la construcción del
muro o dique costanero de contención que permitiría desarrollar actividades y
plantear obras de urbanismo bajo el nivel del lago, para el desarrollo de la
sociedad petrolera.
Su trabajo era en la construcción del dique costanero de 48 kilómetros
de longitud, cuya construcción fue iniciada el 28 de octubre de 1926 por la
empresa anglo-holandesa que luego se llamaría Shell. Ese es el dique que hasta
el presente contiene las aguas del lago entre las comunidades de Bachaquero,
Lagunillas, Ciudad Ojeda y Tía Juana, y permite que se desarrollen actividades
en estas comunidades establecidas bajo el nivel de las aguas del lago de
Maracaibo en su costa oriental. Ese dique era tan importante que en algunos
lugares, como Lagunillas, las comunidades quedaban protegidas hasta siete
metros bajo el nivel de las aguas del lago. Para establecer a las familias de
sus trabajadores, las empresas petroleras construyeron los conjuntos
residenciales con obras de urbanismo y de drenaje con potentes bombas para
protección en caso de que se rompiera el dique. Entre esos urbanismos, llamados
los campos petroleros, estaba Campo Rojo, el cual estaba totalmente rodeado por
obras de extensión del dique. Otros campos eran Campo Alegría, Campo Rancho
Grande, todos esos eran para los obreros y trabajadores manuales, mientras que
los empleados con cargos de dirección y supervisión, vivían en campos
separados, pero siempre compartiendo la protección del dique costanero y tenían
amplios jardines.
El trabajo de Moncho se llamaba hincar pilotes para hacer un
tablestacado en la orilla del lago y consistía en montarse sobre un pilote de
madera que había sido clavado y desde allí golpear con una mandarria sobre otro
pilote de madera hasta enterrarlo firmemente. Seguidamente debía montarse sobre
ese madero recién enterrado para golpear otro madero y enterrarlo montado sobre
ese madero y seguir avanzando en la construcción de las bases del muro, madero
tras madero, sembrando pilote tras pilote haciendo el tablestacado. Esa jornada
duraba todo el día de labor diurna y tenía media hora para comer y descansar,
comenzando a las 7 de la mañana en el sitio de la orilla del lago. Se requería
golpear con fuerza la mandarria y mantener el equilibrio para no caerse. Entre
los obreros habían ocurrido accidentes y varios habían caído al agua, lo cual
ponía en riesgo la vida, si no sabían nadar.
En ese lugar lo primero que le impresionó fue el agua del lago, dulce
y fresca, bien distinta a la salada mar de Margarita. Pero más le impactó ver
que el agua cristalina que permitía ver transparente el fondo del lago, a
medida que se acercaba a los lugares de actividad petrolera, se iba viendo
tornasolada con los aceites del petróleo que flotaban en la costa.
A la semana de estar trabajando, le preguntó a su supervisor si podían
concederse mejores condiciones para laborar, en equipos de seguridad
industrial, con guantes, salvavidas, zapatos, y proveer agua fría para
refrescarse en medio del calor del sol tropical. Además preguntó por
incrementos en la remuneración salarial. El costo de la vida era alto en esa
región y se tragaba la remuneración que percibían los trabajadores petroleros.
No había sindicatos, ni se permitían organizaciones de trabajadores en el país.
Mr Danger, que así se llamaba su supervisor, le respondió gritándole que el
trabajo era así y que las petroleras pagaban mejor que en la agricultura, y que
si no le gustaba, que se regresara para el lugar de donde vino. A Monchó no le
gustó la respuesta, ni el tono que le dio, pero se quedó quieto, aunque a él no
le gustaba que otro hombre le gritara.
El trabajo de Moncho enterrando maderos como pilotes en el lago era
tan llamativo, por su destreza y agilidad, que varios se acercaban a verlo en
acción. Así relató Chucho, el hermano mayor de Moncho quien también había ido a
Lagunillas a buscar trabajo, que el día que él llegó, se acercó a la orilla del
lago y sintió admiración por ver el difícil trabajo de sembrar los pilotes en
el lago. Se quedó en el sitio esperando para saludar a ese trabajador y
felicitarlo por su agilidad y fortaleza, cuando retornara a tierra al final de
la jornada. Chucho se quedó asombrado al ver que ese trabajador que enterraba
pilotes con destreza era su hermano Moncho. Se abrazaron como hermanos el
verse. Moncho le dijo a Chucho que podría laborar enterrando pilotes. Pero
Chucho respondió que era mucho riesgo y eso le daba miedo. Entonces, le
recomendó que buscara trabajo construyendo las casas en campamentos que estaban
haciendo las petroleras para los obreros, para que pudieran traer sus mujeres y
niños; porque hasta ese momento la mayoría de la población eran hombres y las
empresas estaban interesadas en que se establecieran comunidades porque vieron
que el petróleo era tan buen negocio que duraría más de cien años.
Chucho, consiguió trabajo para laborar en tierra, porque le dio miedo
laborar en el lago como Moncho. Primero trabajó en levantar un rancho grande,
un gran galpón para refugiarse los trabajadores y guardar materiales. Dormían
en chinchorros y hamacas como literas, hasta tres, uno encima de otros. Estaban
expuestos a varias enfermedades tropicales, y cuando hubo casos de epidemia de
malaria, a quienes amanecían muertos les cortaban las cuerdas del chinchorro
para enterrarlos envueltos en el mismo chinchorro. A Chucho, todo ese ambiente
le parecía menos riesgoso que el trabajo que hacía Moncho sembrando pilotes en
el lago.
En ese tiempo el ambiente general del país comenzó a alborotarse al
conocerse rumores de la muerte del Dictador Juan Vicente Gómez en Diciembre de
1935. La gente empezó a sentir la necesidad de transgredir las normas para
peticionar derechos y presentar propuestas. Se empezó a hablar de sindicatos,
cuando esa palabra había estado prohibida, para organizarse y pelear derechos
de los ciudadanos en general, y de los trabajadores en particular. Comenzaron a
aparecer asociaciones civiles de mutuo auxilio que se ocupaban de temas de
interés en el campo de la cultura local y de fiestas patronales de la
religiosidad popular de los margariteños en las localidades petroleras de la
región del estado Zulia.
Las autoridades del gobierno toleraban las reuniones de trabajadores
en esas asociaciones, donde se suponía que se hablaba de la Virgen del Valle y
de formas de ayudar a los familiares que se habían quedado en la isla. Por
ejemplo, una de las primeras asociaciones de auxilio mutuo fue la Sociedad Pro
La Guardia, fundada en el pueblo de Lagunillas de Agua, el 19 de abril de 1936.
Luego vendrían la Sociedad Pro San Juan y la Sociedad Pro Arismendi. Todas esas
asociaciones tendrían en el futuro amplio impacto en las respectivas
comunidades isleñas en el campo de la educación, cultura y gestión de servicios
públicos. Pero en esas reuniones se hablaba también de los problemas de los
trabajadores petroleros, de los problemas de los riesgos en la seguridad
industrial y los accidentes, de los bajos salarios en relación al enorme valor
agregado a la industria por el esfuerzo manual de los obreros. Una queja común
era tener que laborar en ambientes con calor tropical sin disponer de agua fría
para refrescarse o hidratarse.
En esas reuniones de sociedades benéficas se preparaban reclamos
laborales particulares, que se presentaban en el sitio de trabajo ante los
jefes de labor inmediatos. En ese contexto las empresas crearon un “comité
inter compañías” donde se reunían a ver los reclamos, y principalmente a ver
quiénes estaban reclamando, para despedirlos e impedir que se reincorporaran a
la industria petrolera. Pero también en reuniones casi secretas de esas
sociedades se hablaba de la necesidad de organizar la defensa de los derechos
de los trabajadores, por lo cual se realizó la fundación del Sindicato de
Trabajadores Petroleros de Lagunillas en 1936.
En esas reuniones participaba Moncho, quien sabía leer, escribir y
tenía el don de la palabra. Entonces fue visualizado como un líder local por
los trabajadores. También empezó a participar en peticiones de causas para los
trabajadores, por lo cual pronto fue identificado como un líder potencial.
Las empresas se habían organizado para contrarrestar los reclamos de
los trabajadores y crearon unas “listas negras”, para despedir a los trabajadores
rebeldes y compartir información que no le permitiría conseguir trabajo a
quienes ingresaban a esa lista. Moncho fue injustamente despedido y su nombre
ingresó en esa lista negra del “comité inter compañías”. Se puso entonces a
buscar a quién lo había metido en esa lista, para que lo sacara. Se enteró que
había sido Mr Danger, su supervisor en la empresa donde Moncho trabajó clavando
pilotes en el lago. Mr Danger sabía que Moncho era muy buen trabajador, pero también
pensaba que era un peligro porque podía alborotar a los obreros. Por eso metió
a Moncho en la “lista negra” y un día viernes cuando Moncho fue a cobrar su
salario, le dijeron que su contrato se había terminado.
Estuvo peregrinando buscando empleo y en ninguna parte le dieron
empleo. Se gastó sus ahorros durante el tiempo que estuvo sin trabajar. Así que
salió a buscar a Mr Danger para resolver el problema “person to person”. Y eso
ocurrió una tarde al caer el sol a la orilla del lago. Se estuvo esperando en
la parte baja del muro en la sección que él había ayudado a construir. El sabía
que Mr Danger solía caminar por la parte de arriba del muro y por eso quería
aprovechar el factor sorpresa cuando se le abalanzara para confrontarlo.
Mr Danger era alto y
corpulento, rubio y curtido por el sol. Medía un metro y noventa centímetros de
alto, calzaba zapatos anchos talla 44 y pesaba 110 kilos. Eso contrastaba con
las dimensiones físicas de Moncho, con un metro y setenta centímetros de alto y
70 kilos de peso, según decía su libreta de servicio militar. Mr Danger no
hablaba bien el español y usaba una especie de espanglish que la gente debía
entenderle.
De repente Moncho sintió susto. Le dio miedo la incertidumbre de no
ganar la pelea. Tenía que ganarle esa pelea. Si perdía Moncho quedaría preso o
muerto, y eso no podía permitirlo la protección del Cristo de Pampatar, ni la
fuerza del amor de Victoria, ni todo su entrenamiento. Si Mr Danger no le
concedía su petición, lo sembraría en el lago como los pilotes de madera que
eran la base del muro. Decidió usar una pequeña vara de bailar Tamunangue como
arma de combate.
Al acercarse Mr Danger, Moncho se le abalanzó y cayó delante de él con
un salto magistral. Volvió a sentir susto al verse en esa posición, pero
recordó lo que había aprendido, que el miedo está repartido por igual, si uno
tiene miedo el otro también debe tener. Moncho le enseñó la vara y le gritó: “Usted
me metió en la “lista negra” y por eso no tengo trabajo; si no me saca me lo va
a pagar”. Mr Danger se cuadró en posición de pelea de boxeo y le respondió: “Uo
no saber de eso; déjese de Bolchevique”. Moncho insistió: “¿Me va a dejar
trabajar, si o no?” Mr Danger respondió: “No saber de eso. Déjese de sindicato”;
y Moncho le dijo: “Vamos a hacer un sindicato y vamos a hacer una huelga
petrolera hasta que nos den lo que pedimos, ¡carajo! Mira gringo del carajo, si
tú no quisiste arreglar por la buena, tu sangre va a llegar al lago desde aquí,
cuando termine contigo; me debes los gritos que me has pegado”.
Y comenzó la pelea. Mr Danger le lanzó un golpe alto que falló, porque
Moncho lo esquivó y en cambio le asestó el primer golpe con la vara por debajo
de la rodilla, con lo cual lo tumbó al piso. Mr Danger le lanzó el golpe arriba,
a la cabeza, pero Moncho lo sorprendió porque se bajó y lo golpeó debajo de la
rodilla. Moncho le dio la vuelta y por la espalda le gritó, “esto es lo que te
toca por ofender y joder a los obreros venezolanos”, mientras le propinó otro
golpe con vara en la espalda, con lo cual cayó acostado en el piso y al
levantar la cara le dio el golpe final en la frente, que lo dejaría manando profusamente
un hilo de sangre que comenzó a bajar desde la frente de Mr Danger rodando por
la ladera interna del muro. Pero no le dio tiempo a ver si la sangre llegaba al
lago porque pensó que debía huir de una vez. Moncho no quiso seguir golpeando a
Mr Danger; creyó que estaban cobradas las ofensas y que ahora no seguiría
maltratando a los obreros. Pero sabía que a él lo buscarían la policía y el
ejército, así que salió corriendo a buscar refugio.
De Mr Danger sólo quedó la leyenda. Recibió auxilio y se regresó a su
país bien pronto. Pero a Moncho le tocó luchar para sobrevivir. La policía de
seguridad de la compañía petrolera salió a buscar a Moncho. Lo mismo hizo la
policía de la dictadura. Cuando encontraron a Mr Danger empezaron a preguntarse
quién habría sido capaz de retarlo y vencerlo para dejarlo así. Algunos dijeron
que sólo podía hacerlo un hombre como Moncho, a quien nadie vio peleando contra
Mr Danger, pero pensaban que tenía razones y capacidad para hacerlo y ganarle
así.
Salió huyendo veloz hacia el pueblo de Lagunillas de Agua. Al llegar
buscó a sus amigos margariteños, a Miguel Núñez, quien había sido despedido por
“lista negra” y para subsistir estableció una pequeña tienda para vender frutas
a la entrada de Lagunillas de Tierra, y a
Manuel Taborda, quien estaba preparando el plan para organizar el sindicato
y la huelga petrolera. Le aconsejaron que se escondiera rápidamente, mientras ellos
lo ayudaban a preparar el escape hacia otro lugar. Le recomendaron que se
lanzara al lago y se escondiera en Lagunillas de Agua, que tenía más de 300
palafitos, hasta que pudiera escapar. Moncho les pidió que buscaran a Victoria
y se pusieran de acuerdo con ella para salir huyendo a un lugar seguro; que le
dijeran que el punto de encuentro sería la última casa de palafito después de
la calle de la planchada del cine.
Esa noche Moncho durmió escondido en el agua del lago, entre palafitos
en Lagunillas de Agua y al comenzar a salir el sol de la mañana, se acercó
nadando a la última casa de palafito después de la calle de la planchada del
cine, que era de unos amigos de Trujillo. Se llenó de alegría y renovó sus
fuerzas al ver asomarse por la ventana más alta a Victoria, quien estaba en ese
lugar buscando cómo apoyarlo. El corazón de ella palpitó acelerado, tuvo ganas
de gritar y dijo en voz baja: “ayyy no joda!! Moncho, aquí estoy”; y empezó a sonreír.
Bajó en silencio hacia la cocina de esa casa y le entregó un envase con café y,
envuelto en hoja de plátano una arepa con queso; todo lanzado con cuidado desde
la planchada. Victoria le dijo: “Te espero aquí al caer el sol esta tarde; no
te dejes ver, que te están buscando; cuídese Moncho que yo a usted lo quiero
mucho”. Con esas palabras a Moncho se le renovaron las fuerzas y sintió que
podía estar sumergido en el agua por más tiempo. Esa misma noche le dijo Victoria,
mientras le acercaba comida en el palafito: “Todo el mundo en este pueblo está
hablando de ti. Mientras que el gobierno y las compañías te están buscando, toda
la familia, los amigos y la gente que tú has apoyado están haciendo una vaca en
cadena solidaria para ayudar; la gente aporta uno, dos o hasta cinco Bolívares
para ayudar y los del sindicato se comprometieron a aportar un día de salario
cada uno”.
Así estuvieron encontrándose hasta la noche del primer jueves.
Recordaba clarito sus palabras que le volvieron a cambiar el rumbo de la vida.
Victoria le anunció: “Nos vamos en la madrugada. Le traje su ropa y maleta
preparada”. –Cómo es eso?, preguntó Moncho
-Tranquilo, usted saldrá de aquí vestido de mujer, como que fuera mi
abuelita. Tengo el dinero que se recogió en la vaca de solidaridad. Tenemos que
irnos mañana porque el lunes estallará la huelga petrolera y creen que se va a
paralizar todo; todo el mundo dice que apoyará la huelga, los comerciantes, los
estudiantes, los del transporte, y por eso hay que irse porque luego no podrá
salirse hasta que termine la huelga.
Moncho estaba cansado y no entendía bien. Victoria entendió que Moncho
estaba agotado y le dijo: “Salga del agua y duerma conmigo esta noche, que ya
usted tiene resuelto un viaje, un destino y una mujer que lo acompañe y lo
defienda. También le traje su vara, que se la fui a buscar por el muro, cerca
de donde quedó Mr Danger”. No se oyeron más palabras y en la madrugada salieron
caminando las siluetas de Victoria y su abuelita a esperar el transporte que
los sacó de Lagunillas de Agua hacia Lagunillas de Tierra, y desde allí hacia
Valera, desde donde seguirían hacia Caracas.
A la salida de la carretera de Lagunillas hacia Mene Grande, la vía
para escapar del Zulia hacia los Andes, estaban unos guardias armados revisando
los vehículos. Aún no había salido el sol y Moncho se hizo el dormido, en su
personaje de “la abuelita”. El guardia armado le pidió documentos de
identificación a los pasajeros. Todos le mostraron sus documentos, menos
Moncho. Victoria le dijo: “Ella es mi abuelita y está dormida, porque está
enferma”. El guardia preguntó en voz alta, “Y la viejita no tiene documentos?”
Volvió a insistir Victoria, con su voz melodiosa para calmar al guardia: “Mi
abuelita si tiene documentos, pero está dormida y enferma, y la llevo para
Isnotú a pagarle una promesa al Dr. José Gregorio Hernández; por favor no la
despierte”. El guardia le dijo: “Está
bien señorita, pueden seguir viaje, pero la próxima vez traiga los documentos a
la mano”. Siguieron el viaje, y Victoria susurró, “gracias José Gregorio”.
Al llegar a Valera, Moncho se cambió la ropa de abuelita y se vistió
como un hombre. Asumió que era quien estaba viajando con su esposa a Caracas.
Consiguieron pasaje en autobús y llegaron a Caracas. Esa mañana, cuando el bus
venía entrando a Caracas, Moncho se despertó y vio por la ventana a su amigo
Manuel, manejando su bicicleta por el centro de la ciudad. Le gritó “Manuel….”
Y se vino manejando la bicicleta detrás del bus hasta la plaza Bolívar, que era
el centro de la ciudad, donde llegaban los autobuses de todo el país. Al
bajarse del bus se abrazaron y Moncho le dijo: “Ayúdame a ubicarme, necesito
llegar a Catia para buscar establecerme, vine a quedarme tranquilo en Caracas
con Victoria”. Manuel los condujo a un lugar seguro con la familia de una vez,
en su bicicleta.
Vivir en Caracas era otra cosa. Todo era más cómodo y relajado que lo
que había vivido en los campos petroleros. Hasta fue más suave la noticia de
que había estallado la huelga petrolera, que había durado 43 días parada la
industria, y que sólo se había obtenido un bolívar diario de aumento y la
obligación de poner hielo para tener agua fría en el sitio de trabajo.
Frecuentemente seguían recordando las aventuras que tuvieron en el
Zulia. Pero un tiempo después se abrazaron con tristeza al enterarse de la
noticia del incendio de Lagunillas de Agua, donde se quemaron más de 300 casas y
nunca se supo el total de personas que murieron quemadas o ahogadas. No se
investigó seriamente las causas del incendio, que empezó en el pozo propiedad
de la Venezuela Gulf Oil, que derramó el petróleo que supuestamente se incendió
con una lámpara que cayó al agua, una noche cuando el cine estaba lleno porque
estaban estrenando la película “El día que me quieras” con Carlos Gardel. Para
Moncho eso fue provocado por las petroleras que querían sacar a la gente de
allí, y así poder extraer el petróleo directamente en ese lugar. Entendió
Moncho que Mr Danger se habría ido, pero vendrían otros. No podía acabar con
ellos de uno por uno. Hacía falta una organización social que defendiera los
derechos de los trabajadores, hacían falta sindicatos para ayudar a los obreros
en su labor y partidos políticos para poner normas con libertad y democracia
para todos.
En Caracas, el Dios de Moncho y Victoria les concedió hijos fuertes
como Moncho e hijas con ojos bellos y sonrientes como Victoria. Pero Moncho
seguía inquieto por los sucesos que ocurrían en ese periodo de transición entre
el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia. Por eso participó en la
fundación del partido URD, en 1945, bajo el liderazgo de su paisano Jóvito
Villalba. Se involucró en actividades de este partido político la mayor parte
del resto de su vida y volvió al Zulia, como militante político.
De regreso al Zulia se encontró con la división de los trabajadores
petroleros, que los debilitó y redujo su poder negociador ante las compañías
petroleras extranjeras y el estado venezolano. Ahora había varios sindicatos y
federaciones y confederaciones sindicales en el mundo de la industria
petrolera. Había sindicatos que apoyaban al gobierno, mientras que otros
sindicatos apoyaban a la oposición, y muy pocos eran quienes defendían los
intereses propios de los trabajadores. Había dirigentes sindicales que se
vendían a las petroleras y traicionaban a los reclamos de los trabajadores.
Moncho pasó unos años en el Zulia y durante ese tiempo tuvo gallos de pelea en
la gallera de su paisano Cayetano Mata. Con la cría y pelea de gallos se
entretenía, además de compartir en las fiestas familiares.
Deseaba volver a Caracas. Pero lo que más deseaba era ver un verdadero
cambio social en el país. Regresó a Caracas. Empezaba a cansarse. Se enfermó por
tener muchos años fumando cigarrillos. El cáncer lo agarró por la garganta.
Para luchar por su salud, Moncho realizó el recorrido que mandaba la Sociedad
Anticancerosa y el Seguro Social. Cuando hacía las sesiones de quimioterapia,
al regresar a su casa, debía subir a pié las escaleras, porque estaba dañado el
ascensor del edificio donde vivía en el piso 14, y las subía lentamente
mientras seguía pensando en las cosas pendientes.
En esos tiempos, Moncho decía que la guerra de independencia había
sido casi un fraude, porque los esclavos recibieron su libertad casi 40 años
después de que Bolívar lo decretó, porque el Congreso de Angostura no aprobó
los decretos dictados por Simón Bolívar, y la mayoría de la gente seguía en la
miseria gobernada por los mantuanos oligarcas y por los que se habían
atornillado en el estado robando renta petrolera. Los partidos lucharon bien
contra la dictadura, pero en el tiempo de la democracia se dedicaron a obtener
ventajas para los de arriba y se olvidaron de los que estaban abajo en la
pirámide. Los partidos que pactaron después de la dictadura de Pérez Jiménez se
olvidaron de sus principios. Decía: “Yo mismo estoy dispuesto a firmar el Acta
de Disolución del partido que firmé su Acta de Fundación y al que le dediqué
mis años de lucha política”. Victoria lo seguía acompañando y compartía sus
espontáneas sonrisas.
Es verdad que ha habido oportunidades de progreso y ascenso social
para muchos, pero sigue habiendo gente en la miseria, campesinos sin tierras y
la misma estructura de propiedad de la tierra que había desde la época del
General Simón Bolívar. Los partidos controlan todo en las instituciones del
estado y de la sociedad y se reparten todo, en las universidades, en los
gremios y hasta se ponen de acuerdo para nombrar quiénes son los que ascienden
a General y a obispos. Las petroleras extranjeras quemaron a la gente en
Lagunillas de Agua y no pasó nada. Después las petroleras y el gobierno volvieron
salado al lago, con el canal de navegación de la barra, que hizo un gran daño
ecológico, y no pasó nada. Las leyes no son iguales para todos, los que tienen
poder o controlan los cogollos de los partidos siempre son los que mandan y no
les pasa nada.
Una tarde, en víspera de la fecha de la batalla de Carabobo, Moncho
mandó a llamar a sus hijos y sobrinos que estaban cerca en Caracas. Les dijo
que ya se iba a morir, y les pedía que después de su muerte se trataran como
hermanos, que se ayudaran entre todos, que fueran solidarios y cuidaran el
sentido de unión y pertenencia de la familia. Les dijo también aprendan a
bailar y a tratar bien a las damas; piensen bien las cosas antes de decirlas,
para que mantengan su palabra siempre, como los galleros.
Y como Moncho había sido un luchador civil, defensor de los derechos ciudadanos,
eligió morirse en la fecha que quiso, y por eso le acompañamos al cementerio un
día 24 de junio, día de la batalla de Carabobo, porque Moncho quiso que
recordemos que falta seguir luchando por la libertad, por la independencia y
por el derecho a disfrutar las alegrías de la vida digna en paz.
*Sociólogo. Profesor emérito de la Universidad de Los Andes.
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