(Orlando Villalobos Finol*) Cuando uno se asoma en Maracaibo a una panadería, abasto, tienda, mercado, mercadito, supermercado, supermarket, bazar o quiosco, se tropieza con harina de maíz, en distintos empaques, que te recuerdan que lo mejor es que te lleves uno, porque nunca se sabe.
Hubo una época
en la que una sola marca mandaba en los estantes. Las otras ocupaban espacios marginales.
Pero la tierra gira, el piso político se mueve y el monopolio tiembla. Pasamos
de una etiqueta a unas cuantas, más de 50. Además de la de Pan están Doña
Emilia, que financia al Portuguesa Fútbol Club; Juana, Maiskel, trujillana;
Lucharepa, de Los Teques; Doñarepa, Oriental, Mazorca, Maizabrosa, Doña Goya,
Harina Casa, Demasa, Fina, Doña Rosa, Ricarepa, Venezuela, Promasa. Nombro solo
algunas de muchas. El Silbón, Mia Chepa, Don Quijote, Las Tres Vírgenes, Deli
Arepa, Páez, Don Nicola, Doña María, Doña Celina, Celia, La Palma, Doña
Yolanda, Doña Arminda, Alimet, Solmia, San Jorge, El Valle, El Maizal, Doña
Belén, Luccia, Don Mauro, Budare Harina, La Nieve, La Pueblerina, D’Casta, Don
Eloy, Micaela. Sigue la lista (revolucionando.blogspot.com), porque se suman
las importadas. La crisis lleva a que resurja la producción o a que se
diversifique. Algo hay que hacer.
Tantas
etiquetas hacen recordar la fábula del chiripero que Alí Primera nombra en su
canción.
Siempre
fuimos comedores de arepa. Cuando los europeos llegaron a estas costas, con sus
planes imperiales y de dominación, tropezaron con la realidad de un mundo que
se alimentaba de maíz. Los descubiertos fueron ellos.
Ya estaba
dicho por el Popol Vuh: “De maíz amarillo y maíz blanco se hizo su carne; de
masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Unicamente masa
de maíz entró en la carne de nuestros padres” (Popol Vuh. Las antiguas historias
del Quiché. México, Fondo de Cultura Económica, 1952, 4ª. Ed, p. 103-104). En
Hombres de Maíz, Miguel Angel Asturias, (Buenos Aires, editorial Losada, 1957,
p. 21-23) explica que “las mujeres comían unas como manzanasrrosas de masa de
maíz sin endurecer (…) en tazas de bola servían el atol de suero de queso y
maíz”.
En lo que
llamamos América, el maíz, junto a los frijoles y auyamas –calabazas-, cubrían
las necesidades básicas nutricionales.
Cito esa
biblia maracaibera que es la edición especial del diario El Fonógrafo, del 19
de abril de 1910, y encuentro la publicidad de la molienda de granos de F.E.
Schémel ofreciendo harina de maíz, blanca y amarilla.
Allí la
tienes, dice el aviso, en el teléfono N° 51, “elaborada con maíz escogido,
completamente degerminado por medio de aparatos especiales, limpia, pura,
fresca. No tiene afrecho. No se pone agria. Rendidora, nutritiva, sana, propia
para convalecientes, económica, conveniente”. ¿Pa’ qué más! Lo lees y te dan
ganas de salir a comprarla, en alguna de sus modalidades: sacos de 100, 50 y 25
libras netas y en paquetes de 5, 1 y ½ libras.
Hasta hace
poco, en términos generacionales, el maíz todavía estaba en el centro de la
vida cotidiana, porque se cultivaba de manera directa, en fundos, conucos,
huertas, y luego pasaba al fogón o cocina de cada casa.
La harina
precocida o refinada no se había masificado, en cambio la tradición o costumbre
era que casi todos los ritos se cumplían en el acto de reunir a abuelos,
padres, hermanos, niños y niñas alrededor del maíz. Había que hervirlo y luego
cada quien se iba turnando en la faena de molerlo, preparar la masa, hacer las
arepas y ponerla a la parrilla, la plancha o budare y asarlas. Ya a media tarde
comenzaba ese trajín que convocaba al grupo familiar, sin exepciones, para que quien
le pusiera ganas a la tarea.
Así
anduvimos por mucho tiempo hasta que se fueron imponiendo otros hábitos en el
venezolano promedio. El rentismo petrolero asumido como cultura nos fue
llevando, como sociedad, a darle la espalda al maíz y a la producción agrícola.
“Todo lo compro hecho”, era el leitmotiv repetido. El caldo de cultivo estaba
preparado para lo que vino enseguida, el alejamiento de la tierra, de la
relación fluida y natural con el campo, y el desarrollo del capitalismo de los
monopolios y de la marcas que te dicen qué puedes comer y dónde tienes que ir a
comprarlo, “hecho”, “ya listo para comer”, no importa si eso te alimenta de
verdad.
Ha sido
ahora, en esta época rara de pandemia e implacable cerco económico contra el
país, con las sanciones económicas unilaterales, que se ha empezado a despertar
del letargo y a reencontrarnos, para volver a mirar a nuestros ancestros.
Muchos se preguntan, ¿Y cómo era antes? ¿Cómo hicieron nuestros abuelos y
abuelas, padres y madres? para no rendirse en tiempos de escasez, sequía,
gripes y otras pandemias.
De nuevo se
está empezando a volver a la tierra, los cultivos y las máquinas artesanales,
prodigiosas, caseras y domésticas de moler el maíz, para tener a la mano la
posibilidad de preparar las infaltables arepas, cachapas, guapitos, empanadas y
mandocas que siempre nos dieron la vida y el afán de aventura.
+La pintura
es del artista plástico Guillermo Ojeda Jayariyu.
*Periodista/
profesor emérito de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia.
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