Orlando
Villalobos Finol*
Antes
leíamos de corrido. Había tiempo entre una y otra edición del periódico. La
tinta y el papel reinaron por demasiado rato, desde el siglo XIV hasta el XX.
El papel impreso era sinónimo de conocimiento, cultura y liderazgo. El que leía, sabía.
El papel
impreso siguió hasta mediados del siglo pasado hasta que poco a poco se fue
encontrando con otras alternativas, que le restaron fuerzas y van minimizando su
presencia: la radio, el cine, la televisión y finalmente el omnipotente ecosistema
digital.
Algo ha
cambiado. Ahora se lee en modo teléfono, esto es, a cada rato y a trompicones,
con mensajes que van y vienen. Se lee distinto. Pero también se escribe de otra
manera. Un escritor de radionovelas decía, con pretensión, que intentaba llegar
“al corazón de las mujeres”. En este momento, por muy artesano de las letras y
las palabras que seas tomas en cuenta el algoritmo. O lo tomas en cuenta o no
sirve, o te hacen creer que no sirve. Es el mundo Google, que está hecho para
que trabajes, te conectes, te enteres de las criptomonedas, no necesariamente
para que seas tú mismo y seas feliz.
El
algoritmo es el que le permite a Google distinguir unos textos de otros, mediante una serie de operaciones matemáticas.
Siendo así tenemos que explorar e intentar que cuando alguien ponga palabras en
un buscador, nuestros textos y miradas tengan la opción de ser seleccionados.
De allí las recomendaciones actuales vía SEO, el optimizador de buscadores, en
esta traducción casera.
Alguien que
haya “emborronado cuartillas”, según la antigua frase, sabe que el gran relato,
el que se queda tatuado en la piel, es aquel que es verdadero, inteligente,
propone un diálogo, y nos aproxima y emociona, porque permite apreciar una
pequeña historia, en medio de un contexto, que lo rodea y le da significado; en
medio del conflicto por sobrevivir, aunque debí usar otra palabra: vivir. Todo
eso en una, cien o tres mil líneas, con sus respectivos caracteres o golpes de
teclado.
Así es como
se nos revela la historia que consigue amores, amigos, espíritus rebeldes y
aventureros, que nos acompañan, no porque comparten todo lo que escribimos y
posteamos, sino porque saben que están ante una palabra artesana que se ha
sembrado y ha crecido a “golpes de sol y de agua”, como aquella hierba de la que
nos habla la canción de Serrat, que permite que se nos haga “más corto el
camino aquel”.
*Periodista/
profesor emérito de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia
No hay comentarios:
Publicar un comentario