(Orlando
Villalobos Finol)
Comenzaba
la década del 70 y en medio de restricciones y prejuicios, la canción popular
estaba ahí, acorralada, prohibida. “Si es importada es mejor”, era el
leitmotiv.
Sin embargo,
la canción hija del sentimiento y pretensión de movimientos telúricos, sociales
y políticos, pudo insurgir y abrirse paso. No pueden perecer los pequeños seres
de Salvador Garmendia, ni los versos de Víctor Valera Mora, ni el País
Portátil, de Adriano González León; ni las canciones que trajo Alí Primera.
Un día, a
comienzos de 1973, Alí Primera pasó por el auditorio de la Facultad de
Ingeniería, de la Universidad del Zulia, y logró reunir unas 30 personas. Ya
había grabado pero eran sus primeros años y por tanto, era casi clandestino.
Con el tiempo él ganó la partida porque logra llegar y ocupar la radio, con su “Cunaviche
adentro” y todo ese verso rebelde y amoroso. “Dale que la soga se revienta”. Poco
a poco comenzó a forjarse su trascendencia.
En esa
presentación-reunión estuvo Miguel Ordóñez. Dijo que le maravilló aquella idea
fuerza. “Yo lo conocía por un disco que nos llevó el Negro Fucho Sánchez al
barrio. Era un disco que tenía rayada la primera canción, “Perdóneme tío Juan”.
La podíamos escuchar pero ya comenzada. Como cinco años después supe como empezaba
esa canción”.
Prosiguió
su relato: “Cuando terminó de cantar, yo tuve la determinación de
presentármele. Yo hago esto, hago canciones. Esa fue mi primera conversa con
él. Un tiempo después lo conseguí en Caracas y forjamos una estrecha amistad.
Nos apoyó desde el sello Cigarrón. Me convertí en el enlace de Alí con
Maracaibo, junto con otros compañeros: Efraín Bruges, Ramón Soto Urdaneta,
Leonardo Núñez, entre ellos. Organizamos un acto que se hizo en Maracaibo con
Alí, en la Plaza de Toros. Fue masivo. Su poder de convocatoria era inmenso.
Ese fue un evento de los Comités de Unidad con el Pueblo, los CUP, que él
promovía”.
A finales
de los 70 y principios de los 80, Alí promovió un movimiento al que llamó la
canción solidaria, que luego se transformó y ganó amplitud, la canción
bolivariana.
Ese
espíritu de canción rebelde y solidaria lo vivió a plenitud Miguel Ordóñez. Recibió
esa influencia y la expresó en canciones, coherencia y convicciones.
Dejemos que
Miguel lo cuente: “Comencé desde muy niño a componer algo parecido a canciones.
No existía Alí en el camino y cuando lo conozco vino a reforzar lo que hacía. Mi
encuentro con su influencia me nutrió desde el punto de vista de la estatura humana
del cantor. Su ejemplo de solidaridad, abrazo, calidez… Esa era su huella”.
Miguel
vivió de niño en La Salina, entre el 18 de Octubre y Santa Rosa de Agua, en el
barrio adentro. Nació en Maracaibo el 1 de noviembre de
1953.
Se veía a sí mismo como alguien que proyectaba
el sentimiento y la rabia, desde la palabra hecha canción. “Las palabras están cargadas de música
y las podemos traducir en canciones. Eso es lo que en mi caso llamo la canción
popular, que es al mismo tiempo la canción vanguardia o de
compromiso. Alí la llamó la canción necesaria. Aquello que dice Neruda sobre el
poeta, que es la más alta estatura del ser humano, y Alí lo repetía a su
manera. La canción es una aliada de los pueblos y es parte de la esencia humana,
como lo es la danza y otras expresiones. La canción permite llevar el mensaje,
la rítmica y la melodía, para hacerte bailar, sentir o pensar. La canción es
una forma, un camino para unirte a otros, vencer barreras, enterrar las penas”.
Para Miguel Ordóñez hay una
distinción entre ser cantante y ser cantor. “Alí decía el cantante tiene con
qué y el cantor tiene el por qué. Hay una brecha entre ser cantante y cantor.
La industria busca encandilar para vender y crea los cantantes. El cantor en
cambio responde a una necesidad intima, personal; es lo que llevamos por dentro;
la que abre caminos”.
Uno de los
proyectos musicales que promovió fue la agrupación Mayatei; maya por la
civilización de mesoamérica, y tei, un vocablo indígena añú, que significa
padre. Buscaba resalta la condición indígena originaria. De este grupo es la
canción “Indoamérica”, beneplácito de los melómanos.
La gaita como bandera
“Un pueblo noble/ y creyente fe reclama/ y entristece la penumbra/ en su
dolor/ casi se esconde de su sol/ como apenado por el olvido/ en el que se
encuentra su región”. Esta letra está en Maracaibo Marginada. “Ese es Ricardo
Aguirre. Solo lo pudo hacer él, porque expone un sentimiento que viene de la
gente”, reflexionó.
Miguel
entendió lo que era la gaita y asumió esa vertiente. Por allí se fue y ganó
tanta presencia que su nombre está ligado al movimiento gaitero.
Fue autor
de “Los Botelleros”, que recoge la estampa del cambio de botellas a los
muchachos por frutas; “Las Petacas”, ganadora del Festival una Gaita para el
Zulia, en los 80; “Rubén el Campanero”, sobre el eterno campanero de la Basílica,
Rubén Aguirre, grabada por los Cardenales del Éxito. “El ejemplo que Caracas
dio”, fue gaita del año en Caracas, en 1997, recoge una protesta: “Que bajen de
los cerros los rostros de la patria/ para que la esperanza se haga, panita, una
realidad/ que el corazón contento palpite amor, Caracas/ y que pronto todos
juntos alcancen la libertad”. No es fácil que una gaita con ese contenido
poético social pegara. Miguel lo logró y puso a cantar a los caraqueños.
En 2015,
con “Regresó la piragua”, ganó el Festival de Gaitas
Virgilio Carruyo, con la agrupación La Cuadra Gaitera y la interpretación de
Rafael "El Pollo" Brito. Repitió en 2016 en ese evento con “Para mí”,
con Danelo Badell y La Universidad de la Gaita.
Sigo con su
periplo. Rincón Morales le grabó “Canturreando”, en la voz Lula López. El
conjunto Saladillo de RQ, “Vivencia Saladillera”; Gaiteros de Pillopo, “Los
Botelleros”; el Grupo Candela, “Las Petacas” y después “El Credo”, una décima. “Apocalipsis”, una composición contra la guerra nuclear, fue
interpretada por Daniel Méndez con Los Zagales del Padre Vílchez y Ángel
Sarabia, en 1980, grabó “Rebeldía”.
Fulvia
Padrón en 1983 sembró el tema “La patria herida”, con Rincón Morales. “La
patria, la patria con sus heridas hoy ansía la libertad/entonces su dignidad
tiene la lucha cautiva/y un látigo la fustiga y le parte el corazón/quien quita
y vuelva un Simón a colmarla de quereres/pero patria no te desesperes que habrá
nueva lucha y nueva redención”.
Nada más esas dos gaitas, “Rebeldía” y “La patria herida”, dejan ver una
posición definida, “porque somos lo que somos”. Está en sus canciones, y en sus
gaitas, una carga de pasión social y política.
De
la mano de Miguel llegó una gaita que fundó o reforzó un espacio; una gaita
poético-social, que registró vivencias y le dio sentido a la identidad. Le puso
sabor pero también un contenido. “La
gaita es una crónica. A través de ella, a cualquiera que llegue de otro país,
le ponemos cinco o seis gaitas y sabe quiénes somos nosotros. Allí le hablamos
del lago, del vos, de las calles, de la religiosidad, no tenemos que explicarle
nada. Eso está en nosotros. Como en todo, hay el relleno fácil, pero siempre
hay quien salga y haga una gaita alegre y sencilla, que muestre lo que somos y
lo que queremos”.
Tenía el
ejemplo de Ricardo Aguirre que hizo una gaita “reclamante”, la tradición
fundada por Virgilio Carruyo; se nutrió de las composiciones de Eurípides
Romero y tuvo el talento para darle cauce al sentimiento rebelde en sus letras.
Dijo Miguel que en la gaita hay una carga de identidad y memoria que la
convierte en poesía perdurable, como pasa con “La grey zuliana”. Allí el
espíritu de un pueblo se siente reflejado. Lo comparaba con lo que hace la industria
que trabaja para vender canciones ocasionales y banales. “Es una fábrica de productos
efímeros”.
Miguel Ordóñez falleció el 28 de abril de 2021. Su obra perdura, la
rebeldía de sus canciones no se apaga. Su gaita está ahí, bonita, como “la
mejor petaca que en todo el barrio han volao”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario