martes, 21 de diciembre de 2021

La lógica del yo

(Orlando Villalobos Finol)


La explicación de Byung Chul Han sobre las consecuencias de la digitalización apunta a que ya vivimos en un mundo de divulgación informativa, ahistórico, numérico, de algoritmos. Tienes el dato pero no el contexto, ni los antecedentes, ni la interpretación. Te informas, con un milímetro de profundidad. Así se produce un giro en el comportamiento humano: prevalece el yo frente al nosotros… cada quien se conforma con su burbuja, replica y reenvía, sin verificar noticias falsas. El pensamiento crítico queda borrado.
Hay más individualismo. La juventud actual es más egocéntrica que la de hace varias décadas, dice Howard Gardner, en La Generación App. Este es el resultado de que se genere una identidad con orientación externa, hacia afuera. No se cultiva la vida interior, lo que a veces llamamos el espíritu.
Dice Chul Han, en su libro “No-cosas. Quiebras del mundo de hoy”: “hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia”. Nos hacemos un selfie y ni lo guardamos. Antes atesorábamos una foto.
Eso es justamente lo que hace falta para que surjan expresiones neoliberales, que quieren hacer pasar el contrabando de la desigualdad social, personajes siniestros como Bolsonaro, en Brasil, o para que pueda ser electo un gobernador que asaltó una empresa del Estado venezolano y la arruinó, con la complicidad de factores extranjeros, el caso Monómeros. Luego el electorado ni lo piensa y le da carta de impunidad.
Olga Tokarczuk dejó dicho en su discurso de recibimiento del Nobel en literatura, en 2019, que “el mundo es un tejido que tejemos diariamente en los grandes telares de informaciones, debates, películas, libros, chismes, pequeñas anécdotas. Hoy, el alcance de estos telares es enorme: gracias a Internet”.
Al principio, sobre las redes electrónicas, sociotécnicas, ¿sociales?, prevaleció la idea de que pudieran generar más democracia y convivencia. Poco tiempo después nos encontramos con algo diferente, cada persona se cree un universo. Olga es muy clara: “Vivimos en una realidad de narraciones polifónicas en primera persona, y nos encontramos rodeados por ese ruido polifónico”. 
Narrar y ver el mundo en primera persona es “ser consciente de ti mismo y de tu destino”, bien, sin embargo -sigue Olga- también significa construir una oposición entre el yo y el mundo, y esa oposición puede ser alienante a veces”. Es la lógica del yo. Ella habla de “un coro compuesto solo por solistas, voces compitiendo por llamar la atención”. Las redes pues.
¿Cómo dar cuenta de esta época? ¿Cómo dejar de ser solo consumidores de datos? Olga advierte que “nos falta el lenguaje, nos faltan los puntos de vista, las metáforas, los mitos, las nuevas fábulas y las parábolas”, que permitan intentar conseguir las explicaciones que necesitamos… porque paso a paso se van configurando sociedades desiguales, que naturalizan injusticias y discriminaciones.
Solo con información no llegamos lejos. También es preciso que surja un periodismo interpretativo y con memoria, con identidad y otra palabra mágica: ética. De acuerdo con los parámetros del mejor periodismo, para interpretar un acontecimiento, es preciso revisar seis dimensiones: historia, alcance, causas, impacto, contracorriente, y futuro. A partir de allí podemos aproximarnos a sus explicaciones profundas.
“La vida es creada por los acontecimientos, pero solo cuando somos capaces de interpretarlos, tratamos de entenderlos y de darles un significado, se transforman en experiencia”, dice Olga. Es eso lo que necesitamos.
No es suficiente, no alcanza con contar la vida cotidiana y sumarnos al reino de la banalidad. Las palabras son necesarias, también tener disposición para entender e interpretar el mundo que nos toca vivir. 
 
 

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