viernes, 25 de julio de 2008

La cultura del engaño

(Por Boaventura de Sousa Santos*)

El ex secretario de prensa del presidente Bush, Scott McClellan, acabade publicar un libro titulado "Lo que pasó: dentro de la Casa Blancade Bush y la cultura del engaño en Washington". El furor político ymediático que causó proviene de dos revelaciones: cuando ordenó lainvasión de Irak, la administración Bush sabía que Irak no tenía armasde destrucción masiva y montó una poderosa ―campaña de propaganda‖para llevar a la opinión pública norteamericana y mundial a aceptaruna ―guerra innecesaria‖; los grandes medios de comunicación fueron―cómplices activo de esa campaña, no sólo porque no cuestionaron a lasfuentes gubernamentales, sino también porque encendieron el fervorpatriótico y censuraron las posiciones escépticas contrarias a laguerra.Estas revelaciones y las reacciones que causaron tienen implicacionesque las trascienden. Ante todo, es sorprendente todo este escándalo,pues tales revelaciones no traen nada nuevo. Las informaciones en quese basan eran conocidas al momento de la invasión, a partir de fuentesindependientes. En ellas me basé en aquel momento para justificar envarios artículos mi total oposición a una guerra que, además de―innecesaria‖, era injusta e ilegal. Esto significa que las vocesindependientes fueron estigmatizadas como ideológicas yantipatrióticas, tal como hoy criticar a Israel equivale a serconsiderado antisemita. En 2001, en Egipto, antes de que la máquina depropaganda comenzara a devorar la verdad, el propio secretario deEstado Colin Powell decía que no había ninguna información sólida deque Irak tuviese armas de destrucción masiva.Esto me lleva a la segunda implicación de estas revelaciones: elfuturo del periodismo. La máquina propagandística del Departamento deDefensa se asentó en tres tácticas: imponer la presencia de generalesde reserva en todos los noticieros de televisión, con el objetivo dedemostrar la existencia de armas de destrucción masiva; tener a todoslos medios bajo observación y llamar a sus directores o propietariosante la mínima señal de escepticismo u oposición a la guerra; invitara periodistas de confianza de todo el mundo para convencerlos de laexistencia de las armas y luego enviarlos de regreso a sus paísesposeídos de la misma convicción belicista. Vimos esto, trágica ygrotescamente, en muchos países de Europa y América latina.La verdad es que en Washington y en todo el país circulaban por losmedios independientes informaciones que contradecían ese ―lavado decerebro, muchas provenientes de generales y de antiguos funcionariosde la Casa Blanca. ¿Por qué no se les ocurrió a esos periodistas ―deconfianza verificar en forma cruzada las fuentes, como les exigía sucódigo deontológico? Para bien del periodismo, algunos de ellosprocuraron resistir la presión y sufrieron las consecuencias. JessicaYellin, hoy en la CNN, en aquel momento en el canal ABC, confesópúblicamente que los directores y dueños del canal la presionaron paraque escribiera notas a favor de la guerra y censuraron todas las queeran más críticas. Un productor fue despedido por proponer unprograma con la mitad de las posiciones a favor de la guerra y la otramitad de las posiciones en contra. Quien resistió fue consideradoantipatriota y amigo de los terroristas. Esto mismo ocurrió ennuestros países. ¿Cuántos periodistas fueron sujetos a la mismaintimidación? ¿Cuántos artículos de opinión contrarios a la guerrafueron rechazados? Y los que escribieron propaganda e intimidaron asus subordinados, ¿alguna vez se retractarán, pedirán disculpas,presentarán su renuncia? Es que ellos colaboraron con un crimen: unmillón de iraquíes muertos, decenas de miles de soldadosnorteamericanos heridos y muertos y un país totalmente destruido.Todo esto habrá sido el precio no de la democracia –ridículo concebircomo democrático a este Estado colonial y más fracturado que Somalia–,sino del control de las reservas de petróleo en el Golfo y de lapromoción de los intereses petroleros, de la industria militar y de lareconstrucción, en la que los dueños de los medios tienen fuertesinversiones.Para disfrazar el problema moral de los cómplices de la guerra y ladestrucción, algunos comentadores de derecha han recurrido a la másdesconcertante y desesperada justificación de la guerra: si no estabanlas armas de destrucción masiva, por lo menos estaba la convicción deque ellas existían. Ahora, el libro de McClellan acaba de eliminar eseargumento. ¿A qué recurrirán ahora? Lo trágico es que la máquina depropaganda continúa montada y ahora está dirigida a Irán. Sufuncionamiento será tanto más difícil cuanto mejores condicionestengan los periodistas para cumplir con su código deontológico.* Doctor en Sociología del Derecho; catedrático de las universidadesde Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.).Traducción: Javier Lorca.

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