miércoles, 12 de agosto de 2009

La formación que no queremos

“Junto a la búsqueda de una transformación dinámica y justa, la corrupción y la insania parecen crecer como siempre. Esperanza, delirio, renovaciones, podredumbre, caos: todo esto envuelve a un país cuyo eje, buscado por Pereira, sigue siendo: justicia y libertad: cultura”.
JOSÉ BALZA: Ensayos Crudos, p. 162

(Rigoberto Lanz) La educación de la Modernidad está en crisis. Llevamos tres siglos--por lo menos--arrastrando un modelo de educación cuya esencia es preparar el cuerpo para el trabajo. Ese modelo hace aguas en todos lados. En nuestro medio la crisis suele tener rostro de salarios bajos, de mala dotación de las escuelas, de lucha contra el analfabetismo, de cobertura y cosas así. Pero la otra crisis, esa que toca la médula epistémica y cultural de los sistemas de enseñanza, suele pasar “como si” se tratara de una cuestión ajena, de otros países.
El amigo Gabriel Ugas lleva años denunciando el “analfabetismo funcional” que campea en los gremios profesorales. Otro tanto viene haciendo el amigo Edgar Balaguera con su “Escuela enferma”. Las amigas Magaldy Téllez y Mariaegilda Castellanos, por ejemplo, tienen toda una vida consagrada a la investigación crítica sobre la educación que padecemos. Lo mismo vale para la larga trayectoria del amigo Arnaldo Esté batallando por una re-comprensión del hecho educativo. Cito una levísima muestra de vida y obra dedicadas a la tarea de pensar la educación desde una mirada cuestionadota. Gente que puede hoy aportar muchísimo a la hora de hacerse cargo de una problemática tan compleja.
Sabemos bastante contra qué nos enfrentamos en este terreno. Eso no basta pero es esencial para no perder la brújula. Veamos: contra todo fundamentalismo, contra la mercantilización, contra la espantosa mediocridad del gremio magisterial, contra el tecnocratismo, contra el neoliberalismo educativo, contra la escuela-cuartel, contra toda ingerencia religiosa en la actividad formativa (por una escuela laica), contra el pensamiento único, contra el paradigma de la simplicidad, contra el estatismo burocrático, contra el partidismo y el gremialismo decadentes, contra el disciplinarismo de las profesiones, contra la lógica del mercado, contra la exclusión social de la educación, contra la segregación étnica en la escuela, contra la violencia escolar, contra el sexismo en las escuela, contra la castración de creatividad, contra el disciplinamiento del cuerpo y la palabra, contra el anestesiamiento de la criticidad, contra el conservadurismo, contra la formación clasista, contra la ingenuidad de “moral y luces”, contra las relaciones de poder en el espacio escolar. ¿Le queda a usted claro qué es lo que no queremos en materia educativa?
Sabemos de los límites de una dialéctica negativa que se afinca precisamente en el poder corrosivo de la crítica, en el cuestionamiento de lo dado, en la puesta en tensión de un status quo que curiosamente suele ser funcional a la izquierda y la derecha. ¿Peo qué propone usted? Esa es la expresión típica de la gente que se aferra a lo que hay. “Haga una crítica constructiva” (Allí “constructiva” lo que en verdad quiere decir es “no se meta con el fondo”)
No es casual que después de una década no se haya podido contar con una decente “Ley de Educación Superior”. No es puro azar que el aparato escolar permanezca básicamente igual en lo que se refiere al nivel y mentalidad de la gente. No es un accidente la precariedad intelectual con la que nuestra ilustre Asamblea procesa la “Ley Orgánica de Educación”. Todo ello revela las potencialidades e inconsistencias de la coyuntura actual. Allí se ponen de manifiesto los logros y vacíos del proceso, los aciertos y las herranzas.
Las incoherencias se pagan, creo haber sostenido en varias ocasiones. No se puede improvisar un “teoría revolucionaria de la educación” con mitines y movilizaciones de calle. Para esta ocasión no hay más remedio que lidiar con lo que hay. Eso sí, sabiendo que estamos lejísimo del desmantelamiento del viejo Estado y de su parafernalia educativa.

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