domingo, 3 de febrero de 2008

LUZ(c)es y sombras

(Orlando Villalobos Finol)
Esta era de rápidas transiciones plantea a la universidad la exigencia de que se revise, se piense y se evalúe. Ahora andamos sobre los lomos de otro tren. La globalización e Internet marcan la pauta. Se reclama mayor flexibilidad y diálogo. La pátina del tiempo marchitó los viejos liderazgos y ya no alcanza con creer que "en todo conuco viejo siempre quedan batatas".
Ya no resulta suficiente con decir que la universidad es heredera del saber, con citar al maestro Lossada en cada discurso de ocasión o con proclamar que ésta es "la casa que vence las sombras", como se hace en pagos caraqueños.
Muchas interrogantes se le hacen a la universidad. Se le piden pruebas y cuentas, sobre todo ahora en estos tiempos de trasición y de cambio.
Por momentos, la universidad luce desbordada. Cuando una autoridad universitaria comparece en un programa de opinión es virtualmente acosada. Se multiplican las dudas y los reclamos, y unos cuantos mitos salen a relucir. Algunas voces agoreras y resentidas, incluso, machacan el argumento de unos supuestos privilegiados salarios universitarios. Muchas veces, yo me quedo esperando la respuesta contundente, que derrote la suspicacia y coloque a la ignorancia en su santo lugar. Caramba, pero no llega. Como dijo Cabrujas, uno está esperando un jonrón y lo que sale es un roling al cuadro.
A la universidad pública, la única que tienen la mayoría de los bachilleres que vienen de los barrios, pueblos y caseríos, le fallan sus mecanismos para comunicarse. Por eso tiene limitaciones para explicarse, le cuesta vencer las barreras para establecer alianzas con el sector productivo, no sabe cómo decir que en sus predios se cultivan decenas de investigaciones de primera prioridad, no puede comunicar que su tarea de extensión abarca una labor comunitaria, que se materializa en servicios médicos, odontológicos, de arquitectura; no encuentra la manera de motivar a su comunidad.
En resumen, la universidad -y LUZ lo sabe-, padece de un mal: el déficit informativo. En sus propios medios le facilita el centimetraje y le concede la audiencia al relato de gestión. Se cree demasiado en las bondades del "boletín de prensa". Se conforma con el discurso oficial y no se detiene, en detalle, en lo que el resto de la universidad hace, investiga y propone. Para decirlo con una fórmula que puede lucir pedante, en el área de comunicación no se trabaja para crear el feed back necesario, que haga posible la creación y construcción de la interrelación social.
Surge entonces un problema nada desdeñable, en la medida que la universidad no proyecta, con solvencia, una imagen que resuma sus realizaciones y potencialidades, deja en manos de otros la percepción que se pueda ofrecer, en cada momento, de su actuación y de su problemática educativa. Y no siempre esta percepción es benévola. Con exagerada recurrencia, se hace referencia a la universidad como una institución agobiada por las dificultades. Se resaltan sus dificultades y se opacan sus logros. Se pretende obviar que la universidad es una manera de ser y una propuesta de país, y no simplemente una fábrica de profesionales.
Hay que entenderlo, ésta es una época complicada preñada de retos y sobre todo de amenazas. Por eso hay que apelar a todo lo que se sabe hacer y a todo lo que se puede hacer, desde la comunicación, y desde luego desde otros ámbitos, para que ese recinto de esperanzas que es la universidad no se deje arrastrar por las olas del conformismo y siga siendo "un arma cargada de futuro", como diría el poeta.

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