(Orlando
Villalobos) Cuando Heitor Villa-lobos llegó a París en 1922, al ser consultado
acerca de sus proyectos respondió, con cierta arrogancia o quizás dejando
escapar sus aires de seguridad: “No vengo a estudiar con ninguno. Tal vez,
venga a enseñar”. En ese momento este brasileño nacido en Río de Janeiro
frisaba los 35 años y era dueño de una alentadora producción no suficientemente
apreciada, pero que le permitía disponerse a alcanzar lo que declaraba; tenía
madera para enseñar y mostrar, de modo que no se asomaba por tierras europeas
para que le dijeran dónde comenzaba el camino. La anécdota habla del ímpetu de
este nombre que América Latina le regala al catálogo de la música.
En 1953 el
maestro estuvo en Caracas, y en conversación con Alejo Carpentier, para el
diario El Nacional, dejó este mensaje para los compositores venezolanos: “Dígales
que estudien el folklor de su país; que lean los trabajos de Juan Liscano, que
oigan las grabaciones de los cantos populares de Isabel Aretz y Ramón y Rivera…
que se empapen de su música popular… mas no para hacer “folklor”. ¡No!... no
para copiar los temas o los ritmos… lo que deben hacer es encontrar su propia
personalidad a través de la música nacional”.
Sus
palabras, pero sobre todo su música, constituyen una referencia básica,
indispensable, para esta América Latina urgida de canciones, razones e
inspiraciones para ponerle alas a los sueños y para que la esperanza no le
falte, ni le falle.
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