(Orlando Villalobos Finol)
La
comunicación cambia de soportes, pero su esencia continúa siendo la de siempre.
Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información están sustentadas en
dos grandes acervos de la humanidad: la lectura y la escritura.
Remítase a la siguiente prueba: los adictos a Internet, se pasan horas y
horas frente al monitor viendo imágenes, pero también leyendo lo que se publica
en páginas digitales e intercambiando mensajes con otros usuarios.
Esta comprobación resta trascendencia a la trasnochada idea que habla de
las horas contadas que tiene el periodismo. En realidad esa discusión no tiene
sentido, ni pertinencia. Como en todo, el tiempo, el implacable, terminará
imponiendo la hora del cambio. El ser humano no se detuvo en el papiro y, como
ya se está viendo, tampoco se quedará en la tinta y en el papel, como recursos
para registrar el tic tac de la cotidianidad.
Lo relevante, y lo que no puede dejar de decirse, es que el periodismo
escrito, en papel o en un monitor, seguirá vivo, cumpliendo con su milenario
deber de reconstruir y de reflejar la realidad y de propiciar espacios comunes
entre los seres humanos.
No obstante, la caída del imperio de Gutenberg no está a la vuelta de la
esquina. Eso también tiene que exponerse con toda claridad. Todavía las
campanas no están doblando para el papel impreso. Y quizás falten varias
generaciones para que esta predicción se concrete. Sigue siendo muy cómodo, y
usted que sigue estas líneas lo sabe, llevar un libro o una página de periódico
a cualquier rincón.
Estas circunstancias plantean nuevos retos al periodismo. En primer
lugar, el concepto de la noticia, acuñado en los viejos manuales académicos, ha
cambiado. Ya no tiene sentido la reproducción mecánica de la realidad, porque
la televisión, la radio e Internet, dicen primero lo que sucedió. Si antes no
pudo, ahora cada vez menos el impreso puede ir contra la instantaneidad de
estos medios.
La pirámide invertida, las famosas cinco interrogantes del periodismo
objetivo y aquella extravagancia que le dio a la noticia el nombre de “tubazo”
se corresponden con otra época, pertenecen al pasado. La mejor noticia no es la
que se dice primero, sino la que se dice mejor y sobre todo, la que mejor esté
contextualizada. De qué le sirve a usted que haya habido cien muertos en
Uzbekistán, si no tiene familia allá, ni sabe dónde queda ese país.
Diarios líderes, como The New York Yimes, saben de esta realidad y echan
mano del recurso de oponer el periodismo narrativo a la competencia de los
medios electrónicos. Cuando los demás se conformaron con repetir los datos
básicos acerca de la tragedia ocurrida en Waco, Texas, que conmovió al mundo,
el Times buscó las historias de los protagonistas del suceso, dónde habían
comprado la ropa, de dónde venían, cuál era la profesión de cada uno. En fin de
cuentas, cuando la gente desembolsilla su dinero para comprar un diario lo hace
porque quiere encontrar historias, atractivas y de interés, y no simplemente se
conforma con lo que ya sabe que sucedió, porque lo vio en el noticiero de la TV
o en las redes virtuales. Muchas personas ven el partido de béisbol en el
estadio y al día siguiente buscan el diario –impreso o digital- para leer la
crónica de la jugada más discutida o de un momento particular del juego,
buscando confirmar sus apreciaciones o para saber cómo lo vio el periodista.
La mutación del
periodismo pasa por la reconfiguración de cuatro asuntos esenciales. Primero,
el tiempo disponible de la audiencia es menor y está mucho más fraccionado.
Internet genera la sensación de rapidez y el usuario o lector va surfeando en
medio de datos dispersos que recibe de manera incesante. Antes la información
era escasa y el tiempo abundante, ahora la información es abundante y el tiempo
es escaso (Mancini, 2011[1]).
Segundo, cambia la
audiencia. Antes era más o menos pasiva y algo crítica. Ante era el blanco del
mensaje, es decir, uno –el famoso emisor- se dirigía a muchos, la audiencia.
Ahora muchos se dirigen a muchos, de manera intensiva, a través de las redes
virtuales. Tercero, muta el valor de la información. En una época en la que hay
una amateurización masiva de información, en la que cualquiera se siente
facultado para decir, opinar y proponer, cobra un nuevo sentido eso que
llamamos el valor agregado, que podemos traducir como el contexto de la
información. ¿Qué ha cambiado? El texto de la información es una invitación,
pero ahora se depende del contexto que se genera desde Internet. “Google es un
proveedor de paratextos”, dice Mancini (2011: 68).
Y cuarto, cambian
las organizaciones periodísticas. Las redacciones constituían el espacio
sagrado. Allí confluían los redactores, escritores, fotógrafos, diseñadores, y
se generaba un ambiente de intercambio, amistad y consulta. Ahora los medios
electrónicos se mueven en un entorno diferente, en el que se puede “coincidir”
sin estar físicamente. Vale para los periódicos, emisoras de radio, canales de
televisión, y por supuesto para los medios digitales.
Quizás suene sencillo y hasta obvio, pero no puede dejar de decirse. La
palabra escrita tiene, hoy por hoy, sus mejores aliados en el relato –y en el
reportaje- y en la crónica de los hechos. El lector de periódicos y medios
digitales quiere saber de historias con buena prosa, inteligentes, honestas,
verdaderas y profundas. La ventaja comparativa del texto escrito está en la
atmósfera que pueda generar, en el tono y en la capacidad para establecer un
diálogo íntimo, directo e interpersonal, entre el periodista o escritor y el
lector. Ese lenguaje no necesariamente es el mejor, pero es único e
insustituible, por eso se siguen leyendo “Don Quijote de la Mancha ”, “La Ilíada ”, “Cien años de
Soledad” y “Canaima”, de Rómulo Gallegos. Por eso siguen vigentes Julio
Cortázar y José Saramago.
La visión fragmentaria de la realidad, el título sensacionalista, la
última página manchada de sangre, la versión interesada que busca favorecer a
los editores, el criterio que privilegia la cantidad en el texto y no su
calidad, la fotografía que se ubica para llenar el hueco que queda en la
página, son conceptos de la era del “mediosaurio”, condenada a perder
influencia, lenta pero irremediablemente, como diría un bolero.
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