viernes, 21 de enero de 2022

Mambrú, el teatro del milagro

 

(Orlando Villalobos Finol) En Cien Años de Soledad dice Melquíades que “Las cosas, tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”. Romer Urdaneta, conocedor de la piedra filosofal que convierte el teatro en magia, siempre lo supo: “El acto de crear está en servir de puente para la transformación del objeto. De allí la belleza del arte. Desde que nacemos empezamos a animar el mundo tocando y buscando. En nuestro caso se trata de tocar el alma de los objetos, conversando con ellos, recreándolos”.

Mambrú es sinónimo de títeres, circo, teatro, cultura. Pero es mucho más. Es la demostración de algo difícil de creer: el que resiste gana. Esta es la gente que se salió del rebaño y, sin temor, sembró vientos y cosechó tempestades de cambio. Es un verdadero patrimonio cultural inmaterial. Si ya lo leíste, no se lo digas a nadie, porque ya el rumor anda suelto.


Romer Urdaneta está en la sede de Mambrú, en la avenida Urdaneta, en la esquina con la calle Colón, edificio Don Corleone, local 6, a una cuadra del bar Palmarejo. Desde allí suelta esta crónica del arte maracaibero: “Desde el principio nos empeñamos en hacer un teatro de títeres que no se quedara en el muñeco, sino que fuera al encuentro de la gente. Empezamos a experimentar para darle vida a objetos y a la comunidad, como parte de la metáfora que queríamos practicar. Con ese propósito hemos emprendido nuestros proyectos”.

-Cuando nacimos nos preguntaban dónde están sus títeres y yo les decía, mira las varas, las taparas, telas, las máscaras. Con eso aprendimos a contar historias. Eran títeres de varilla que se tornaban lápices para dibujar en la tela, animar y contar. Esa es la esencia del teatro de títeres. El primer títere que usamos era un muñeco de guante. Se transformaba en ser humano. Si, de guante, con limitaciones, sin embargo, hacíamos los muñecos y contábamos historias. Decíamos: “Por aquí pasó un pájaro de colores. Yo voy a pintar mi casa así, de amarillo, azul y rojo”. Hacíamos desaparecer al muñeco en las telas. Buscábamos la magia de la comunicación para llegarle a niños y adultos, para que cada quien se encontrara.


Qué dolor, qué pena

El teatro de Mambrú es una historia que comenzó hace 49 años, un 24 de junio, fecha patria de la Batalla de Carabobo. Romer lo va contando: “Veníamos del grupo Colorín, de un aprendizaje con Sol Sosa y Luis Carrero, maestros que nos dieron el impulso y nos mostraron las rutas del arte”.

El grupo comenzó a reunirse y formarse en una sede del MAS en Santa Lucía, que habían logrado convertir en una casa de cultura. “La llenábamos de vida, allí hacíamos unos títeres a partir de la vida diaria. Empezamos con la obra “El zapato contra la cucaracha”. En nuestras actuaciones el público no estaba ausente; debatía sobre el destino de aquellos personajes; reaccionaban y decían qué hacer”.

La cultura dominante impone una forma de ser. La gente de Mambrú lo sabe y busca generar cambios. ¿Cómo? No se queda en echar el cuento. Desde la irreverencia cosecha las transformaciones. Va sumando con los zancos, los títeres, los malabares y las acrobacias escénicas. Fue contando historias cuando parecía que el circo era solo mostrar habilidades. Es una referencia para los artistas jóvenes. Lo dicen Mandarina Urdaneta y otros que reconocen los caminos abiertos por Mambrú.

La poesía de la propuesta comienza por el nombre: Mambrú. Es la canción infantil que no ha parado de proyectarse. “Mambrú se fue a la guerra qué dolor, qué dolor, qué pena”.

Cuenta la leyenda que la canción la echaron a rodar los franceses cuando a principios del siglo XVIII perdieron una batalla contra los británicos, sin embargo, pensaron que habían aniquilado a uno de sus enemigos, el duque de Marlborough, John Churchill, nombre que llegó a nuestras costas como Mambrú, más fácil de pronunciar. La argentina María Elena Walsh contribuyó a popularizar esta canción en las décadas de 1960 y 1970. Además, compuso “La canción del estornudo” dedicada a este personaje.

El Mambrú de Maracaibo, sigue aquí, pacifista, una escuela del espectáculo al aire libre en la que se han formado generaciones de artistas.

-¿Qué se aprende en Mambrú?.

-Aquí se forman seres humanos. Nos han acompañado verdaderos artistas pero sobre todo ciudadanos sensibles, conscientes, con capacidad para cambiar  el mundo en el que viven.

-¿De quiénes estamos hablando?

Ana Torre, alma y figura de Mambrú; Alexis Blanco, Luis Pérez, Carlos Valbuena, Pedro Leidenz, Wolfgang Viloria, Alvaro Silva, Tina Blanco, Eikaris Calmon, Sonrisa Coral y muchos más. Cada uno de ellos sigue activo en su quehacer. El artista tiene una inspiración. Quienes han pasado por Mambrú se han lanzado a la búsqueda de nuevos lenguajes y al hallazgo de las expresiones culturales propias y ajenas.

-¿Cuál es la fórmula mágica?

-Como primera lectura observar al público, nuestra aldea. En nuestro caso, nuestra sociedad inmediata que es Maracaibo, con su forma de ser y su identidad. Así lo hicimos desde el principio. Captamos situaciones y ponemos empeño en transformarlas. Es la dramaturgia del actor. Nos preparamos y salimos a la batalla. Rompemos la forma convencional de relacionarse con el público. Lo nuestro es buscar y sorprender. Así nos empezó a gustar el escenario de la calle. La experiencia de “La vida es sueño” que vivimos en el barrio Los Pescadores nos marcó mucho. Hoy día conseguimos a quienes allí participaron y agradecen lo que aprendieron.

 

 

El cielo es una carpa

 

-¿Cuál ha sido el la relación de ustedes con otras agrupaciones?

-Pudimos vincularnos con otras experiencias. Llegamos a un acuerdo con un grupo de Yaracuy, con Germán Ramos; con los Niños Creadores de Lara, con Aveprote para crear el circo social. Siempre hemos asumido que somos parte de un movimiento. La obra de Mambrú: “El cielo es una carpa”, creó las vías para juntarnos con otros grupos. Mostramos nuestros conocimientos y formas para conseguir el equilibrio.

 

-¿Qué resaltas de los proyectos?

-Inicié un proyecto que se llamó Hermanos de Norte a Sur muy complementario con las ideas de Luis Pérez y Carlos Valbuena. Nos asomamos a la antropología del teatro, de Eugenio Barba, a quien estudiamos después para saber sobre el conocimiento escénico del actor.

Otra iniciativa fue el proyecto Dermis, con se propuso un acercamiento al teatro, a través del traje, "como me visto actúo".  “Asumimos el vestuario como piel o vestimenta para cubrirnos; lo llevamos al plano de la indagación interior para develar insólitas expresividades”, explica Romer.

 

Mambrú no se ha detenido. Prosigue reuniendo a los niños de la Calle Carabobo, haciéndolos partícipes del encanto lúdico. Ellos van sumándose y descubriendo la memoria de la ciudad, los personajes, el casco histórico, la tradición oral, el patrimonio material.

En palabras de Ana Torres: “Somos la mirada de otro teatro. No es un teatro común, no asumimos la memoria como un caletre; hacemos introspección y búsqueda ancestral”.

 

La investigación sobre el arte indígena

 

-Romer, Mambrú tiene una relación con el mundo indígena que lo ha expresado en obras.

-“Kai Kashi (sol y luna)” fue un maravilloso momento y así otras obras. “El Conejo y el Papurite”, “Carray el Alcaraván”, “Ojecma” y “Pulowi”, que es una recuperación de cuentos de Abya Yala.

-¿Qué han encontrado en esa narrativa?

-No hay animación del alma sin atender esa herencia ancestral que tenemos, porque las comunidades indígenas tienen en su imaginario colectivo la idea de animar el objeto. Esa presencia la encontramos en el chinchorro, las hamacas, la construcción de paredes de cardones, que son como aire acondicionado y mosquitero a la vez. Allí está la narrativa mitológica y las leyendas que nos dan bases y fundamentos de vida. Hay gente que dice indianidad, yo diría que de nuestros ancestros o antepasados recientes heredamos la habilidad de los equilibrios vitales. Tiene mucho sentido evocar esos orígenes para reencontrarnos con nuestras potencialidades y espiritualidades.

 

El teatro en la escuela

En su trayectoria, Mambrú suma la experiencia del trabajo con estudiantes y maestros, mediante convenios con la Zona Educativa Zulia. Allí se encontraron, o tropezaron, con la escuela formal. Añade Romer: “Con muchos docentes fuimos críticos de la idea de la dramatización. Está bien que se use como estrategia de aprendizaje, pero es clave que se acompañe con la escenificación pedagógica. Encontré esa alternativa como resultado de mis vínculos y orientaciones con los docentes. Hay drama y también comedia. Quedarse en la dramatización recorta las posibilidades de expresarse y de sentir. Ese es un punto crítico”.

Expone que el teatro en la escuela puede ayudar a generar creatividad, iniciativa, pero siempre y cuando se le dé el espacio que merece. “El teatro como algo vital, no como algo complementario”.

 


1 comentario:

Unknown dijo...

Orlando, cuando te leo, veo telas y telas superpuestas prestas para el adecuado corte (intervención) y ajustar el traje a su medida (debate) buen recorrido de tu escritura .