(Orlando Villalobos Finol) En Cien Años de Soledad dice Melquíades que
“Las cosas, tienen vida propia, todo es cuestión
de despertarles el ánima”. Romer Urdaneta, conocedor de la
piedra filosofal que convierte el teatro en magia, siempre lo supo: “El acto de
crear está en servir de puente para la transformación del objeto. De allí la
belleza del arte. Desde que nacemos empezamos a animar el mundo tocando y
buscando. En nuestro caso se trata de tocar el alma de los objetos, conversando
con ellos, recreándolos”.
Mambrú es sinónimo de títeres, circo, teatro, cultura. Pero es mucho más. Es la demostración de algo difícil de creer: el que resiste gana. Esta es la gente que se salió del rebaño y, sin temor, sembró vientos y cosechó tempestades de cambio. Es un verdadero patrimonio cultural inmaterial. Si ya lo leíste, no se lo digas a nadie, porque ya el rumor anda suelto.
Romer Urdaneta está en la sede de
Mambrú, en la avenida Urdaneta, en la esquina con la calle Colón, edificio Don
Corleone, local 6, a una cuadra del bar Palmarejo. Desde allí suelta esta
crónica del arte maracaibero: “Desde el principio nos empeñamos en hacer un
teatro de títeres que no se quedara en el muñeco, sino que fuera al encuentro
de la gente. Empezamos a experimentar para darle vida a objetos y a la
comunidad, como parte de la metáfora que queríamos practicar. Con ese propósito
hemos emprendido nuestros proyectos”.
-Cuando nacimos nos preguntaban dónde están sus títeres y yo les decía, mira las varas, las taparas, telas, las máscaras. Con eso aprendimos a contar historias. Eran títeres de varilla que se tornaban lápices para dibujar en la tela, animar y contar. Esa es la esencia del teatro de títeres. El primer títere que usamos era un muñeco de guante. Se transformaba en ser humano. Si, de guante, con limitaciones, sin embargo, hacíamos los muñecos y contábamos historias. Decíamos: “Por aquí pasó un pájaro de colores. Yo voy a pintar mi casa así, de amarillo, azul y rojo”. Hacíamos desaparecer al muñeco en las telas. Buscábamos la magia de la comunicación para llegarle a niños y adultos, para que cada quien se encontrara.
Qué dolor, qué pena
El teatro de Mambrú es una
historia que comenzó hace 49 años, un 24 de junio, fecha patria de la Batalla
de Carabobo. Romer lo va contando: “Veníamos del grupo Colorín, de un
aprendizaje con Sol Sosa y Luis Carrero, maestros que nos dieron el impulso y
nos mostraron las rutas del arte”.
El grupo comenzó a reunirse
y formarse en una sede del MAS en Santa Lucía, que habían logrado convertir en
una casa de cultura. “La llenábamos de vida, allí hacíamos unos títeres a
partir de la vida diaria. Empezamos con la obra “El zapato contra la cucaracha”.
En nuestras actuaciones el público no estaba ausente; debatía sobre el destino
de aquellos personajes; reaccionaban y decían qué hacer”.
La cultura dominante impone una
forma de ser. La gente de Mambrú lo sabe y busca generar cambios. ¿Cómo? No se
queda en echar el cuento. Desde la irreverencia cosecha las transformaciones.
Va sumando con los zancos, los títeres, los malabares y las acrobacias
escénicas. Fue contando historias cuando parecía que el circo era solo mostrar habilidades.
Es una referencia para los artistas jóvenes. Lo dicen Mandarina Urdaneta y
otros que reconocen los caminos abiertos por Mambrú.
La poesía de la propuesta comienza
por el nombre: Mambrú. Es la canción
infantil que no ha parado de proyectarse. “Mambrú se fue a la guerra qué dolor, qué dolor, qué pena”.
Cuenta la leyenda
que la canción la echaron a rodar los franceses cuando a principios del siglo
XVIII perdieron una batalla contra los británicos, sin embargo, pensaron que
habían aniquilado a uno de sus enemigos, el duque de Marlborough, John Churchill,
nombre que llegó a nuestras costas como
Mambrú, más fácil de pronunciar. La argentina María Elena Walsh contribuyó a
popularizar esta canción en las décadas de 1960 y 1970. Además, compuso “La canción
del estornudo” dedicada a este personaje.
El Mambrú de Maracaibo,
sigue aquí, pacifista, una escuela del espectáculo al aire libre en la que se
han formado generaciones de artistas.
-¿Qué se aprende en Mambrú?.
-Aquí se forman seres humanos. Nos han
acompañado verdaderos artistas pero sobre todo ciudadanos sensibles,
conscientes, con capacidad para cambiar el mundo en el que viven.
-¿De quiénes estamos hablando?
Ana Torre, alma y figura de
Mambrú; Alexis Blanco, Luis Pérez, Carlos Valbuena, Pedro Leidenz, Wolfgang
Viloria, Alvaro Silva, Tina Blanco, Eikaris Calmon, Sonrisa Coral y muchos más.
Cada uno de ellos sigue activo en su quehacer. El artista tiene una inspiración. Quienes han pasado
por Mambrú se han lanzado a la búsqueda de nuevos lenguajes y al hallazgo de
las expresiones culturales propias y ajenas.
-¿Cuál es la fórmula mágica?
-Como primera lectura
observar al público, nuestra aldea. En nuestro caso, nuestra sociedad inmediata
que es Maracaibo, con su forma de ser y su identidad. Así lo hicimos desde el
principio. Captamos situaciones y ponemos empeño en transformarlas. Es la
dramaturgia del actor. Nos preparamos y salimos a la batalla. Rompemos la forma
convencional de relacionarse con el público. Lo nuestro es buscar y sorprender.
Así nos empezó a gustar el escenario de la calle. La experiencia de “La vida es
sueño” que vivimos en el barrio Los Pescadores nos marcó mucho. Hoy día
conseguimos a quienes allí participaron y agradecen lo que aprendieron.
El cielo es una carpa
-¿Cuál ha sido el la relación de ustedes con otras
agrupaciones?
-Pudimos vincularnos con
otras experiencias. Llegamos a un acuerdo con un grupo de Yaracuy, con Germán
Ramos; con los Niños Creadores de Lara, con Aveprote para crear el circo
social. Siempre hemos asumido que somos parte de un movimiento. La obra de
Mambrú: “El cielo es una carpa”, creó las vías para juntarnos con otros grupos.
Mostramos nuestros conocimientos y formas para conseguir el equilibrio.
-¿Qué resaltas de los proyectos?
-Inicié un proyecto que se
llamó Hermanos de Norte a Sur muy complementario con las ideas de Luis Pérez y
Carlos Valbuena. Nos asomamos a la antropología del teatro, de Eugenio Barba, a
quien estudiamos después para saber sobre el conocimiento escénico del actor.
Otra iniciativa fue el
proyecto Dermis, con se propuso un acercamiento al teatro, a través del traje,
"como me visto actúo". “Asumimos
el vestuario como piel o vestimenta para cubrirnos; lo llevamos al plano de la
indagación interior para develar insólitas expresividades”, explica Romer.
Mambrú no se ha detenido. Prosigue
reuniendo a los niños de la Calle Carabobo, haciéndolos partícipes del encanto
lúdico. Ellos van sumándose y descubriendo la memoria de la ciudad, los
personajes, el casco histórico, la tradición oral, el patrimonio material.
En palabras de Ana Torres:
“Somos la mirada de otro teatro. No es un teatro común, no asumimos la memoria
como un caletre; hacemos introspección y búsqueda ancestral”.
La investigación sobre el arte indígena
-Romer, Mambrú tiene una relación con el mundo indígena
que lo ha expresado en obras.
-“Kai Kashi (sol y luna)”
fue un maravilloso momento y así otras obras. “El Conejo y el Papurite”, “Carray
el Alcaraván”, “Ojecma” y “Pulowi”, que es una recuperación de cuentos de Abya
Yala.
-¿Qué han encontrado en esa narrativa?
-No hay animación del alma
sin atender esa herencia ancestral que tenemos, porque las comunidades
indígenas tienen en su imaginario colectivo la idea de animar el objeto. Esa
presencia la encontramos en el chinchorro, las hamacas, la construcción de
paredes de cardones, que son como aire acondicionado y mosquitero a la vez.
Allí está la narrativa mitológica y las leyendas que nos dan bases y
fundamentos de vida. Hay gente que dice indianidad, yo diría que de nuestros
ancestros o antepasados recientes heredamos la habilidad de los equilibrios
vitales. Tiene mucho sentido evocar esos orígenes para reencontrarnos con
nuestras potencialidades y espiritualidades.
El teatro en la escuela
En su trayectoria, Mambrú
suma la experiencia del trabajo con estudiantes y maestros, mediante convenios
con la Zona Educativa Zulia. Allí se encontraron, o tropezaron, con la escuela
formal. Añade Romer: “Con muchos docentes fuimos críticos de la idea de la dramatización.
Está bien que se use como estrategia de aprendizaje, pero es clave que se
acompañe con la escenificación pedagógica. Encontré esa alternativa como
resultado de mis vínculos y orientaciones con los docentes. Hay drama y también comedia.
Quedarse en la dramatización recorta las posibilidades de expresarse y de
sentir. Ese es un punto crítico”.
Expone que el teatro en la
escuela puede ayudar a generar creatividad, iniciativa, pero siempre y cuando
se le dé el espacio que merece. “El teatro como algo vital, no como algo
complementario”.
1 comentario:
Orlando, cuando te leo, veo telas y telas superpuestas prestas para el adecuado corte (intervención) y ajustar el traje a su medida (debate) buen recorrido de tu escritura .
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