sábado, 28 de mayo de 2016

Edgar Petit, los signos del arte rebelde

(Orlado Villalobos Finol)
I
Dice Edgar Morin que somos seres complejos y multidimensionales. No se puede separar una parte del todo que somos. Complejo o complexus significa que todo va tejido junto.
Esta previsión o postulado se cumple en Edgar Petit, en toda la extensión de la palabra. Fue un artista de todas las horas. Vivió y actuó en diversas dimensiones. Fue artista plástico, poeta, escritor, editor, investigador de la historia del arte y atento intérprete del mundo que le tocó vivir.
Fue un creador de siempre. Nunca dejó de pintar, esculpir, escribir, revelar sus certezas y dudas a sus estudiantes; pensar y reflexionar sobre la época venezolana que nos tocó vivir. Según la circunstancia, fue militante, crítico, maestro, estudiante, curioso, colega e irreverente.
Participó de los grupos rebeldes que proclamaban el advenimiento de un cambio de época y de otros reinos.
Aquí conviene recordar lo que Víctor Valera Mora dice de los Beatles: “Se salvaron porque le hablaron largamente de algo parecido a la caída de un reino”.
Edgar Petit participó en los grupos Bajareque, Liberación por asalto, Guillo, Taller de Telémaco y el Movimiento de los Poderes Creadores del Pueblo Aquiles Nazoa. Fue coeditor-fundador de las revistas literarias “Bajareque” y “Por asalto”; fue el editor de “El ojo de la mano”, una revista de reflexión sobre las artes visuales.
Publicó un libro de poesía: “Aspero sueño”.
Su obra plástica ha sido expuesta en Francia, Mónaco, Rumania, Bulgaria y en los museos nacionales, en algunos de los cuales está representado. Se hizo presente en numerosas exposiciones colectivas. Algunas de sus exposiciones individuales son “Signos de los reinos”, de 2012; “AzeUxis” de 2007; y “Forestal” de 2003.

II
Petit se despidió hace poco pero sigue con nosotros a través de sus obras y de sus páginas. Hoy estamos aquí convocados por las imágenes y las enseñanzas de su libro “Las artes plásticas en Maracaibo 1860-1920”, que dejó en trámites de publicación. En él muestra las huellas del movimiento plástico del Zulia.
Este es un ensayo literario; es un libro histórico, donde se hace un seguimiento cronológico a las artes plásticas del Zulia y de Venezuela; es un libro sociológico, que piensa y analiza una época del movimiento de las artes y la cultura; es un libro imprescindible, por todo lo que nos cuenta, sugiere y propone; es un libro que hacía falta, en ese intento por saber sobre las artes plásticas de Maracaibo, desde sus lejanas raíces en el siglo XIX.
En aquel Maracaibo finisecular la historia registra un dinámico circuito agroexportador que gravitaba alrededor del puerto. Por acá salía la producción agrícola y ganadera que venía de las sabanas de Carora y del occidente venezolano. Por aquí pasaban los productos que venían de Pamplona y de los campos y ciudades más cercanos a la cuenca del lago.
Era una región con vida propia, a despecho de la presión centralista que ejercía el gobierno de Guzmán Blanco, lo cual se tradujo en acciones agresivas como  el cierre de la aduana de Maracaibo en 1874, la imposición de un presidente de Estado enviado desde Caracas, y la fusión en 1881 de los estados Zulia y Falcón, designando a Capatárida como la capital del estado fusionado.
Pero la gente de Maracaibo, su ciudadanía como se dice en las palabras de hoy, no se amilanó; mostró su ímpetu indoblegable y multiplicó la veta intelectual, cultural y política.
En esos años surgen la Sociedad Dramática de Maracaibo y la Sociedad Gimnasio del Progreso. Petit refiere en su obra que “el ambiente artístico en la ciudad tanto a nivel teatral como literario, musical y de artes plásticas, fue creciendo durante ese período” (p. 27). “Las actividades tea­trales eran algo común en la ciudad así como las veladas literarias y musicales; al punto que, tanto el quehacer teatral como el literario, llegaron a tener, inclusive, publicaciones específicas durante la última mitad del siglo XIX” (p. 28)
En 1873 se decidió la edificación de lo que sería el Teatro Baralt. Venancio Pulgar, presidente del estado Zulia decretó la cons­trucción de un teatro “cómodo y aparente en la ciudad de Maracaibo”. Ya en 1859 se había edificado un primer teatro en la ciudad.
Documenta Petit (p. 30) que “en cuanto a las artes plásticas, a partir de 1860 se ubica el paso de varios artistas por la ciudad y algunos de los cuales dictaron clases particulares a la par que ejecutaban su obra de taller. Artistas como los colombianos Luis García Hevia e Ignacio García Beltrán y el venezolano Carmelo Fernández son algunos de los que iniciaron la enseñanza artística en Maracaibo”.
El movimiento artístico de Maracaibo gana verdadero impulso con la creación y el inmediato funcionamiento de la Escuela de Dibujo Natural del Zulia, en 1882.  En el libro se privilegia este acontecimiento y se le dedica un capítulo de los tres de la obra.
Esta escuela fue dirigida, entre 1882 y principios de 1886, por el artista italiano Luis Bicinetti,  luego estuvo bajo la conducción de Manuel Salvador Soto, hasta finales de 1892 cuando fue nombrado Julio Árraga como su tercer y último director.  Se mantuvo hasta 1898 cuando, por decisión del gobierno, el plantel fuera cerrado definitivamente.
Esta escuela se convirtió en un centro artístico que permitió la formación de un considerable grupo de jóvenes artistas, entre los que destacan Julio Árraga y Manuel Puchi Fonseca, quienes serán los artistas fundamentales de la pintura zuliana de finales de siglo XIX y comienzos del siguiente. Por allí pasaron, y se formaron, otros notables artistas marabinos como Armando Troconis, Neptalí Rincón, Manuel Trujillo Durán, quien se convirtió en un reconocido fotógrafo y, conjuntamente con su hermano Guillermo, habrá de ser uno de los iniciadores del cine en Venezuela.
El cierre de la Escuela de Dibujo Natural del Zulia acabó con la labor de esa primera institución para la enseñanza artística en el Zulia.
En 1916 se creó el Círculo Artístico del Zulia, experiencia crucial dentro del ámbito cultural de la región. En la línea de análisis de Petit completa un cuadro  que comienza en la segunda parte del siglo XIX y culmina en 1920.
Después vendrán las transformaciones  económicas, políticas y sociales que se generan con el inicio de la explotación petrolera. Lo que viene es un cambio drástico y dramático. Empezábamos la ruta que permitió el advenimiento de la cultura rentista que nos atrapa hasta hoy y disminuye nuestras opciones como país. Nunca fuimos una tierra próspera en agricultura, pero después de cien años de producción de petróleo, los resultados son dignos de estudio y asombro, importamos buena parte de lo que consumimos. La idea de vivir de una renta, que no producimos, está en la cultura venezolana, que lleva a muchos a presumir y exhibir lo que tienen, y se olviden de lo que son.
Queda esta obra de Edgar Petit como un aporte valioso para conocer nuestros orígenes, para saber de dónde venimos, y para ubicar las posibilidades de cambio verdadero que tenemos ahora, en la cultura, las artes y en el colectivo venezolano que somos.
Su estudio debería ser materia obligada en escuelas y facultades de arte, sociología, historia, comunicación y en ciencias sociales.
III
Edgar Petit nos deja como legado su búsqueda permanente, su utopía y su constancia. Su huella está en el arte y en la literatura. Su pasión queda plasmada en campos diversos que tienen un común denominador, la intención manifiesta de dar cauce a la esperanza artística, cultural y política.
Lo conocimos desde aquellos tiempos del Movimiento de los Poderes Creadores del Pueblo Aquiles Nazoa. Coincidimos en el riesgo en aquel país de más limitaciones, con democracia disminuida y maltratada. Golpe a golpe, verso a verso, vimos crecer su obra artística y humana.
Ahora nos corresponde aprovechar su legado y continuar con su ejemplo, en beneficio de las generaciones actuales y futuras, para que su siembra de la sensibilidad cultural y política siga dando frutos.


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