Orlando Villalobos Finol
“Los
bárbaros, al descubrir que los romanos los tomaban en serio, seguramente
intuyeron que el imperio estaba en decadencia y que por increíble que pareciera
caería pronto. No sé porque habré pensado esto después de leer en una revista
académica una lista de tesis doctorales norteamericanas sobre argentinos y
latinoamericanos”, palabra de Adolfo Bioy Casares (2001: 69), en Descanso de
Caminantes, Buenos Aires, Editorial Suramericana.
Salgo de un
programa en la televisión de Maracaibo, en el que lanza en ristre presentamos y
proponemos el libro Reinventar la
Comunicación, y un compañero me pide que le regale un ejemplar. “Caramba,
lo ando proponiendo como una manera de mostrar su contenido y también de lograr
que circule”, le digo. No me escucha o no parece entender. Quiere un libro pero
regalado. Explicarle que no se puede, qué cómo nos cuesta, que es una
iniciativa que le cuesta a Editorial Galac que publicó este libro, me lleva
unos 15 minutos largos.
Me salgo por la
tangente. Acudo a la filosofía. Me apasiono con el discurso. Un libro, como un
CD de música, o un cuadro, no es solo un objeto para tenerlo y disfrutarlo, es
algo más. Si eso es así, entonces toda persona con gustos culturales tiene el
reto de ver cómo hace para tenerlo, porque estamos hablando de objetos que
tienen un costo. Lógicamente cabe la pregunta, ¿cómo comprar un libro con lo
que ganamos?
Vuelvo a la punta del hilo. Un libro es un
objeto o producto que tiende a ser caro, a menos que el Estado lo imprima y lo
regale. Esa sería harina de otro costal, puede verse como un estímulo a la
lectura pero también sucede que “lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta”, y no
se aprecia. El caso es que este no es el caso.
Un libro como Reinventar la Comunicación tiene que
sortear otras celadas. Cumple con lo que dice la sagrada escritura. Intenta
darle voz al mudo. Dice, cuenta y no se calla. Se nutre del pensamiento crítico
y recela de la comodidad académica.
Predica y le mete el hombro al pronombre nosotros. Es palabra, bisturí y
megáfono. No se conforma con los 140 caracteres de gloria que presume regalar
Twitter. Defiende la utopía porque aunque no se diga, en cada texto recuerda lo
que dejó dicho Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que
no incluya la utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio
en el que la humanidad atraca siempre, partiendo de nuevo hacia una tierra aún
mejor».
Asume como propia
la recomendación de Boaventura de Sousa
Santos, de sumarse a la construcción
de un pensamiento alternativo de alternativas, porque si no las alternativas
conocidas van a repetir los mismos errores de siempre.
El libro expone que para defendernos de este
capitalismo salvaje que se nos vino encima, hay que volver a la cultura de lo
colectivo, para lo cual son indispensables las redes sociales; esas donde la
gente se ve cara a cara, en una comunidad de intereses, y no simplemente las
redes virtuales y las “nubes” electrónicas. Pero no hay redes si no hay el
tejedor de la red, ese que es capaz de mirar a su alrededor y salir a buscar a
los otros, para compartir y dialogar, para juntar esfuerzos y promover
universos posibles e imposibles.
Siendo
así hay quienes se interesan en sus páginas, hacen todo lo posible por
arrimarse a su luz. Viene a cuento que en esta línea diga que antes de comenzar
una clase en la Escuela de Comunicación Social una estudiante me esperó para
comprar el libro, le dije con duda el valor del ejemplar, pero ella ya había
tomado la decisión y uno a uno fue sumando el valor monetario.
De
vez en cuando salta un contradictor a ciegas. No faltaba más. Ese que dice “eso
no me interesa” o simplemente no lo dice. Lo ignora y hace todo lo posible para
que la ignorancia siga y se confunda comunicación con manipulación.
A
veces el viento trae un aire pesimista que no sabe que se equivocó de camino,
porque no podrá con tantas corazonadas juntas. Sabemos lo que significa poner
en papel y tinta esta palabra que descubre, innova y reinventa. En medio de
esta crisis declarada, algo o mucho constituye este acto de poner en la
librería la propuesta hecha, en formato libro, de otra comunicación, distinta a
tanto “pote de humo” de autoayuda o restaurador del privilegio de los que
siempre fueron los dueños de la palabra.
Finalmente, “se supone que estamos hechos
de barro, pero yo estoy hecho de viento”, dice la frase conocida de Jean Paul
Sartre. La repetimos para seguir adelante aprovechando cada posibilidad para
mostrar esta manera de Reinventar la
Comunicación y no conformarnos con tener un libro clandestino.
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