(Orlando
Villalobos)
En
una decisión controversial, Jean Paul Sartre rechazó el Nóbel de literatura en
1964. Lo criticaron y acosaron pero el escritor se mantuvo inalterable. Le
dijeron, “acéptalo aunque sea por el dinero, porque tú no tienes casa propia”,
pero nada. Era Sartre.
El
tiempo va mostrando, fuera de toda duda, que el Nóbel es un premio que sirve
para arteras jugadas políticas. Se ha entregado a comprobados “señores” de la
guerra. Ahí está Juan Manuel Santos en 2016. Henry Kissinger, quien lo obtuvo
en 1973, después de haber estado entre los autores del golpe militar de
Pinochet y luego de la llamada Operación Cóndor, una criminal campaña
estadounidense de asesinatos, tortura y desapariciones en América Latina. "Lo ilegal lo hacemos de inmediato,
lo inconstitucional se tarda un poco más", según la revelación de
Wikileaks, fueron las palabras con las que Kissinger se dirigió alguna vez al
Ministro de Asuntos Exteriores de Turquía. La frase lo expone de cuerpo entero.
Obama otro laureado de la paz, en
2009, es considerado el presidente estadounidense que más agresiones lanzó
contra otros países. Su lista de ataques fue desde Paquistán hasta Somalia,
diseñó la operación de bombardeos contra Libia y en su administración se hizo
moneda corriente la deportación de inmigrantes.
Son demasiados los casos de
personajes de la guerra que han recibido ese premio. Por eso, la decisión de
Sartre gana cada vez más significado y se agiganta en el tiempo. No se dejó
someter y acabó con la frase hecha que dice, “déjalos correr que cada quien
tiene su precio”. Después de Sartre sabemos que eso no se parece a la verdad.
Después de ese gesto, la figura del
que se somete y doblega, por cuatro conchas de naranja, queda hecha pedazos.
Como este es un debate de todos los
días conviene recordar la explicación personal y política que hace Sartre de su
posición. Dice Sartre
(en Le Nouvel Observateur, París, 19 de noviembre de 1964): “Si hubiera
aceptado el Nóbel –y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo,
lo que hubiera sido absurdo- habría sido recuperado (por el sistema) (…) Cuando
se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones “extremistas” se le
somete o recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera
de decir: ´Finalmente es de los nuestros’. Yo no podía aceptar eso. Algunos
diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo
había obtenido antes… tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa,
a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo
una respuesta simple: Si tuviéramos un gobierno de frente popular –como yo lo
deseo- y que me hubiera hecho el honor de concederme un premio, lo habría
aceptado con placer (…) Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo
tiempo me explican que mis libros se venderían más porque la gente va a
decirse: ‘¿Quién es éste atropellado que escupe sobre semejante suma?’. Mi
gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La
paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera
hecho algo, me habría dejado conquistar por el sistema”.
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