jueves, 24 de febrero de 2022

EL PODER DE LAS IDEAS

(Orlando Villalobos Finol)

En el multígrafo está la explicación de eso que despectivamente llaman el panfleto. Esa máquina prodigiosa permitía desenmascarar la puesta en escena de las formalidades del poder, donde las hubiere. No digo que esté en el origen de lo panfletario pero si en su difusión masiva.


Esa fue la fuente de relatos, publicaciones, periodiquitos o como se le quiera llamar, que le dio alas al discurso perturbador que desnudó la expresión cómplice, chapucera y acomodada, que se pretendía verdad verdadera e inconmovible, desde el poder político o la plataforma de los medios dominantes y hegemónicos. Nada estaba a salvo del panfleto, un género vilipendiado.

Alí Primera lo dice claro en su Canción Panfletaria: “Será panfletaria, mi canción no tiene nombre/ pero milito con ella”. De algún modo buscaba sacudirse el anatema y la descalificación que se le atribuía al panfleto. ¿Lo habrá logrado? Hoy día es uno de los cantautores venezolanos más recordados.

El asunto es que comunicarse siempre fue una necesidad para decirle al otro de qué van las horas, el porqué de las injusticias sociales, lo jodido de conseguir un empleo digno y por qué no tenemos que conformarnos con la frase, que un compañero del liceo Octavio Hernández, donde estudié el bachillerato, decía que había escuchado de su abuelo: “Dichoso aquel que va a ser explotado porque por lo menos tendrá trabajo”.

Nosotros no la teníamos fácil. Queríamos mostrar líneas alternativas, evidenciar los límites del capitalismo, con su secuela de guerras, desigualdad, exclusión y pobreza material y espiritual; la explotación y agresión contra los bosques, ríos y fauna, poniendo en peligro las fuentes de agua; denunciar y proponer, para no conformarnos con ser “servidores de pasado en copa nueva”, según la advertencia de Silvio Rodríguez.

Para apoyarnos en el poder movilizador de las ideas teníamos multígrafos y bateas –técnica de serigrafía-, principalmente. No era lo único, obvio. Nunca hay un solo camino. Los periódicos, emisoras de radio y televisoras dejaban colar lo distinto por cuenta gotas, pero eso no era suficiente para la voluntad y el pensamiento contra… contrahegemónico.

El multígrafo era una herramienta poderosa. Permitía imprimir comunicados, volantes y periódicos que luego se distribuían en empresas, pasillos universitarios, liceos y mercados. Esos eran los lugares ideales por la concentración de gente.

Era una labor artesanal y laboriosa. Primero redactar el texto, luego transcribir en plantillas sensibles –esténciles- que se colocaban en el multígrafo, conseguir resmas de papel y tinta, lo más costoso, y todavía faltaba la mano de obra que se dedicara a imprimir, con paciencia, corrigiendo cada vez que se moviera el esténcil. Era milagroso imprimir 300 o 400 periódicos, que luego se repartían de mano en mano en las puertas de Sidor, en el mercado Las Pulgas, en el muelle de La Salina en Cabimas, o en el pasillo de Humanidades o Ingeniería.

Aprendí el oficio de escribir redactando volantes y panfletos, corrigiendo notas para periodiquitos, como le decíamos. Había que rehacerlos, conseguirle orden y concierto, sintaxis y ortografía. Con esas notas reunidas, hacía la transcripción a las plantillas que iban al multígrafo, con el cuidado de no equivocarme. Una letra demás o cualquier otro error era una catástrofe, había que ser muy habilidoso para que aceptara una corrección. Así fui aprendiendo y sin saberlo era como un editor no declarado, clandestino, a motu proprio, por cuenta de la militancia.

Más difícil –al menos para mí- resultaba la serigrafía, que nunca terminé por aprender. Esa técnica, la batea, hacía posible que aquellos movimientos políticos, centros estudiantiles y sindicatos imprimieran sus afiches. Hubo compañeros que se hicieron expertos en ese arte y por tanto, en la propaganda. Cástor en Caracas, aunque procedía de oriente. Para muchas jornadas de propaganda de la Liga Socialista se hizo imprescindible, porque llegaba con un equipo de panas, generaba las condiciones mínimas y producía los afiches. Tenía un lema: “Si no hay cervezas, no hay afiches”.

Para la serigrafía eran necesarios los bastidores en marcos de madera con nuestros diseños, la emulsión fotosensible, una madera con una tira de caucho para arrastrar la tinta sobre el bastidor de manera uniforme, la tinta, preparación previa al estampado y mucha mano de obra y mística, para ir poniendo cada afiche sobre cuerdas para el secado. Más o menos así hasta conseguir aquella revelación: los afiches con contenido revolucionario, a un precio alcanzable, resultado del esfuerzo propio. Eso se hacía porque había militantes y no empleados. Gente que no alegaba cada dos por tres que estaba en el “lado correcto de la historia”, así no más por repetir un eslogan.

Multígrafos y bateas, técnicas vintage, permitieron que aquellos escritos subjetivos y emocionales, panfletarios pues, le dieran sentido y cauce a las luchas populares, porque sembraron sentimientos e ideas de cambio. Casi nada. (Orlando Villalobos Finol/ Ilustración: Enrique Colina).

#Periodismo popular.

 

 

 


1 comentario:

Hecha de oro dijo...

Esa faena laboral ha sido el camino hacia la sabiduría...éxito!