(Orlando Villalobos Finol)
En el
multígrafo está la explicación de eso que despectivamente llaman el panfleto.
Esa máquina prodigiosa permitía desenmascarar la puesta en escena de las
formalidades del poder, donde las hubiere. No digo que esté en el origen de lo
panfletario pero si en su difusión masiva.
Esa fue la fuente de relatos,
publicaciones, periodiquitos o como se le quiera llamar, que le dio alas al discurso
perturbador que desnudó la expresión cómplice, chapucera y acomodada, que se
pretendía verdad verdadera e inconmovible, desde el poder político o la
plataforma de los medios dominantes y hegemónicos. Nada estaba a salvo del
panfleto, un género vilipendiado.
Alí Primera lo dice claro en su
Canción Panfletaria: “Será panfletaria, mi canción no tiene nombre/ pero milito
con ella”. De algún
modo buscaba sacudirse el anatema y la descalificación que se le atribuía al
panfleto. ¿Lo habrá logrado? Hoy día es uno de los cantautores venezolanos más
recordados.
El asunto
es que comunicarse siempre fue una necesidad para decirle al otro de qué van
las horas, el porqué de las injusticias sociales, lo jodido de conseguir un
empleo digno y por qué no tenemos que conformarnos con la frase, que un
compañero del liceo Octavio Hernández, donde estudié el bachillerato, decía que
había escuchado de su abuelo: “Dichoso
aquel que va a ser explotado porque por lo menos tendrá trabajo”.
Nosotros no
la teníamos fácil. Queríamos mostrar líneas alternativas, evidenciar los
límites del capitalismo, con su secuela de guerras, desigualdad, exclusión y
pobreza material y espiritual; la explotación y agresión contra los bosques,
ríos y fauna, poniendo en peligro las fuentes de agua; denunciar y proponer, para
no conformarnos con ser “servidores de pasado en copa nueva”, según la advertencia
de Silvio Rodríguez.
Para
apoyarnos en el poder movilizador de las ideas teníamos multígrafos y bateas –técnica
de serigrafía-, principalmente. No era lo único, obvio. Nunca hay un solo
camino. Los periódicos, emisoras de radio y televisoras dejaban colar lo distinto
por cuenta gotas, pero eso no era suficiente para la voluntad y el pensamiento
contra… contrahegemónico.
El multígrafo
era una herramienta poderosa. Permitía imprimir comunicados, volantes y
periódicos que luego se distribuían en empresas, pasillos universitarios,
liceos y mercados. Esos eran los lugares ideales por la concentración de gente.
Era una
labor artesanal y laboriosa. Primero redactar el texto, luego transcribir en
plantillas sensibles –esténciles- que se colocaban en el multígrafo, conseguir
resmas de papel y tinta, lo más costoso, y todavía faltaba la mano de obra que
se dedicara a imprimir, con paciencia, corrigiendo cada vez que se moviera el
esténcil. Era milagroso imprimir 300 o 400 periódicos, que luego se repartían de
mano en mano en las puertas de Sidor, en el mercado Las Pulgas, en el muelle de
La Salina en Cabimas, o en el pasillo de Humanidades o Ingeniería.
Aprendí el oficio de escribir
redactando volantes y panfletos, corrigiendo notas para periodiquitos, como le decíamos. Había que
rehacerlos, conseguirle orden y concierto, sintaxis y ortografía. Con esas
notas reunidas, hacía la transcripción a las plantillas que iban al multígrafo,
con el cuidado de no equivocarme. Una letra demás o cualquier otro error era
una catástrofe, había que ser muy habilidoso para que aceptara una corrección.
Así fui aprendiendo y sin saberlo era como un editor no declarado, clandestino,
a motu proprio, por cuenta de la militancia.
Más difícil
–al menos para mí- resultaba la serigrafía, que nunca terminé por aprender. Esa
técnica, la batea, hacía posible que aquellos movimientos políticos, centros
estudiantiles y sindicatos imprimieran sus afiches. Hubo compañeros que se
hicieron expertos en ese arte y por tanto, en la propaganda. Cástor en Caracas,
aunque procedía de oriente. Para muchas jornadas de propaganda de la Liga
Socialista se hizo imprescindible, porque llegaba con un equipo de panas,
generaba las condiciones mínimas y producía los afiches. Tenía un lema: “Si no
hay cervezas, no hay afiches”.
Para la
serigrafía eran necesarios los bastidores en marcos de madera con nuestros
diseños, la emulsión fotosensible, una madera con una tira de caucho para
arrastrar la tinta sobre el bastidor de manera uniforme, la tinta, preparación
previa al estampado y mucha mano de obra y mística, para ir poniendo cada
afiche sobre cuerdas para el secado. Más o menos así hasta conseguir aquella
revelación: los afiches con contenido revolucionario, a un precio alcanzable,
resultado del esfuerzo propio. Eso se hacía porque había militantes y no
empleados. Gente que no alegaba cada dos por tres que estaba en el “lado
correcto de la historia”, así no más por repetir un eslogan.
Multígrafos y bateas, técnicas
vintage, permitieron que aquellos escritos subjetivos y emocionales,
panfletarios pues, le dieran sentido y cauce a las luchas populares, porque
sembraron sentimientos e ideas de cambio. Casi nada. (Orlando Villalobos Finol/ Ilustración: Enrique Colina).
#Periodismo
popular.
1 comentario:
Esa faena laboral ha sido el camino hacia la sabiduría...éxito!
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