jueves, 24 de febrero de 2022

NUESTRO CINE

(Orlando Villalobos Finol) 

En un “Un lugar en el mundo” (1992) de Adolfo Aristarain, dice un personaje (Cecilia Roth): “Yo extraño más a Madrid que a Buenos Aires. Fuimos muy felices allí. No sé por qué carajo nos vinimos”. Federico Luppi, le replica con su apego a la tierra: “Nos vinimos porque nunca nos fuimos. Teníamos que volver, no había otra”.

Es el cine nuestro latinoamericano que registra la mala hora, la desigualdad social y política; la hazaña del que supera las dificultades y la épica del que abre caminos.

Son las películas, hechas a pulso y convicción, que había que hacer y mostrar. Más por amor al arte que por obligación. Las que después rodaron por cines clubes, pasillos y auditorios universitarios, sindicatos y barrios con cines destartalados, como en el que yo vi la primera película. El techo eran las estrellas y si llovía se suspendía la función.

“Fue en ese cine, ¿te acuerdas?/ En una mañana al este del Edén/
James Dean tiraba piedras/ A una Casablanca, entonces, te besé.

Aquella fue la primera vez/ Tus labios parecían de papel/ Y a la salida, en la puerta/ Nos pidió un triste inspector nuestros carnets”, dice Luis Eduardo Aute como homenaje al cine.

En “La Patagonia rebelde” (1974), de Héctor Olivera, se relata la masacre de campesinos y obreros que buscaron salir de la desgracia y mejorar la vida. En “La lengua de las mariposas” (1999), de José Luis Cuerda, en pleno golpe de Estado español –lo que la liturgia oficial consagra como la guerra civil- el fanatismo hace de las suyas y liquida al maestro del pueblo, un republicano encarnado por Fernando Fernán Gómez.

Caín adolescente” (1959), de Román Chalbaud, es un torbellino de bajas pasiones, miseria y corrupción que atrapa y excluye a muchos; es la lucha entre la inocencia y la perversidad.

En “Pademonium, la capital del infierno” (1997), otra de Chalbaud, se narra lo grotesco y  el desbordamiento marginal en la sociedad venezolana. En “Libertarias” (1996), de Vicente Aranda, un grupo de milicianas anarquistas defienden ideas feministas, en medio del combate contra el franquismo.

En “Caño Mánamo” (1983), de Carlos Azpúrua, el mito del desarrollo queda al descubierto. Cerraron ese caño, en el Delta del Orinoco venezolano, para someter la naturaleza con la promesa de convertir el delta en un granero, y de paso a Guayana, “en la clave del desarrollo de Venezuela”, y aquello devino en la catástrofe de una mortandad de indígenas warao y la destrucción ambiental en la zona.

El profesor Benito Díaz organizó un encuentro con maestros y gente de la comunidad en el núcleo de la ULA, en Boconó, y me propuso que llevara unas líneas. Pasé varios días dándole vueltas al asunto, hasta que lo tuve claro: Caño Mánamo, que mejor. En el Centro Audiovisual de Humanidades conseguí una copia en BHS, un formato en desuso que había que copiar como video. Cómo nos costó. Cuando la vimos nos conmovió.

La ley de Herodes” (1999), de Luis Estrada, muestra como un funcionario sin historia, ni formación, es escogido a dedo por el partido para convertirse en el presidente municipal, algo así como un alcalde, y allí hace de la corrupción la práctica cotidiana. “Te tocó La Ley de Herodes, o te chingas o te jodes”.

En “Los olvidados” (1950), del estelar Luis Buñuel, aparece la vida criminal y violenta de adolescentes y jóvenes que viven en la marginalidad.

Estas películas -y tantas otras de nuestras pasiones- ofrecen marcos de interpretación de los que nos toca vivir; dejan al descubierto los mitos y leyendas que el cine predominante y hegemónico exhibe, como parte de la comunicación que viene principalmente de Hollywood, para colonizarlos y desencaminarnos.

#Cine.

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