domingo, 4 de noviembre de 2007

Amores y desventuras de Maracaibo


(Orlando Villalobos) La mala noticia saltó de un lado a otro. “El Olonés ya cruzó la boca del lago”, espació el rumor y cada quien salió a ponerse en resguardo del temible pirata francés Francisco Juan Daniel Nau, conocido como L’ Olonnais, o El Olonés a lo maracucho.
Cuenta la leyenda que el aventurero se apareció con siete barcos y 440 hombres, que barrieron literalmente con la mercancía y el vino que encontraron en los almacenes. Luego prosiguieron a Gilbraltar, donde sumaron nuevos saqueos y crueldades, pese a la infructuosa oposición del gobernador de Mérida, quien pagó con su vida el intento de defenderse.
Sucedió de ese modo porque desde sus días de aldea de casas vacilantes, provisorias y perdidas, mucha antes de que don Ambrosio Alfínger y Alonso Pacheco desmontaran de la odisea conquistadora, esta villa, pueblo o ciudad ha tenido su suerte colgando de lo que pasa en el inmenso lago que cabalga sobre sus costas.
No por casualidad los primeros españoles que llegaron dijeron: “este es el sitio, aquí se queda Maracaibo”, siguiendo la senda ya trazada por la población indígena que estaba en el lugar, justo entre el lago y la montaña, entre el Caribe y los Andes.
El lago era la vía natural que urgían para ir y venir y adentrarse en tierra firme hacia el norte y hacia el sur.
Esta condición convirtió a la naciente ciudad en un puerto estratégico, para el tránsito del transporte de la colonia; un punto de fácil acceso a las Antillas, al Caribe y a este pedazo del mundo.
A mediados del siglo XVIII y durante el XIX el cálculo había rendido sus frutos. El puerto de Maracaibo había adquirido protagonismo. Desde sus muelles salía la producción que bajaba de las sabanas de Carora y toda la producción agrícola y ganadera de las tierras ribereñas. Por aquí pasaban los productos que venían de Pamplona y de los campos y ciudades más cercanos a la cuenca del lago.
Hasta bien entrado el siglo XX la página no había terminado de dar la vuelta. Maracaibo continuó siendo una ciudad que dependía del puerto para moverse. El intercambio comercial portuario constituía su base económica, condicionado por la facilidad del transporte más accesible: el lacustre. La vida gravitaba alrededor del puerto, de la producción agrícola que allí descargaban las piraguas, del mercado que creció a sus alrededores y de los ferrys que unían a la costa oriental y occidental del lago.
Esto permitió que el suelo zuliano se distinguiera del resto de las otras Venezuelas de la época. Aquí había una sostenida actividad de exportación y de importación; los productos iban y venían y con ellos los libros, las ideas y la prensa europea.
Pero un buen día llegó la hora triste de la despedida. El lago, el puerto y la ciudad dejaron de aventurar juntos. Maracaibo se extendió por los cuatro costados, pero empezó a hacerlo de espaldas al lago.
El viento cambió de dirección. La ciudad-puerto empezó a desvanecerse cuando Juan Vicente Gómez trazó una estructura de carreteras que enlazaban a los Andes con el centro de Venezuela. El transporte empezó a ser otro. Llegaron la Machiques-Colón y otras vías, y ya las piraguas dejaron de tener el valor de antes. El puerto quedó para las importaciones. En el país se impuso la cultura del supermercado y desaparecieron los mercados tradicionales.
Según la explicación del arquitecto Pedro Romero dos factores resultaron cruciales en el desencuentro de la ciudad y su puerto. Primero, el proceso de renovación urbana de los años 70, donde hubo una definición de políticas de intervención del área central de Maracaibo que trazó otras arterias principales, la avenida Libertador por ejemplo, la cual cortó la integración del caso central con el puerto.
El otro hecho es el Paseo del Lago, aunque suene contradictorio. Este se construyó con el propósito de vincular la ciudad al lago, pero en realidad tuvo un efecto contrario, en lugar de integrar terminó siendo un elemento separador. Se creó para el uso exclusivo de la recreación y entonces para ir para allá hay que tomar esa decisión, hay que apartar un tiempo especial. Antes, en cambio, la costa de El Milagro formaba parte de la vida cotidiana.
Ahora, en estos días de nuevo milenio, una interrogante anda buscando respuesta. ¿Podrá recuperarse el contacto perdido entre la ciudad y el puerto? Si usted tiene una respuesta hágala saber.

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