jueves, 1 de noviembre de 2007

Entre tapias y memorias

(Orlando Villalobos) Mérida es un chocolate a las nueve de la noche, en el hotel Park. Es brisa mañanera de centro urbano con olor a manzanilla y voces del campo, que andan soltando su fábula con altivez y orgullo, sin ocultar el acento, ni la coma, ni el desenfado.
Es el “Soto Rosas” un domingo a las once de la mañana, con todos los tambores de la montaña metiendo bulla, para que nadie se quede en casa y venga a ver al “ulita de mi vida”, que hoy no tendrá equipo que pueda con su dribling y su pelota escondida.
Es sazón y razón de un intento de restauración que se propone mantener vivo el testimonio. Es Casa Valeri, justo en la esquina. En Casa Paredes y Hacienda La Victoria. El bulevar de los pintores y un café en el Santa Rosa antes del cine.
Son cuatro películas de Kurosawa y una cadena interminable de cine español en el Sjene.
Es una conversación con Fabiola Bautista, sin principio ni fin, sobre las ruinas de Mucuño y el periplo de los primeros españoles que llegaron y se quedaron maravillados con las acequias que encontraron.
Es la imagen rota de la ciudad. El deterioro del casco urbano con valor histórico y el daño ecológico. Sus monumentos históricos: casas, plazas y fachadas que esperan reunir defensores.
Es una proclama de Amalia un 23 de enero en la plaza Bolívar. Un volante convocando a la marcha estudiantil. Una caravana con los últimos graduados de Ingeniería, con la inscripción: “Se instalan bombillos”.
Mérida es una discusión en el parque Beethoven sobre las roscas de la ciudad, la biblioteca de don Tulio Febres Cordero y las intenciones del Gobernador. Es el aliño que nos hizo caminar kilómetros, en medio de la neblina, por el puro gusto del desafío.
Es pan y circo ferial. Rumba del sol y alturas. Es la danza del último de los Girón en la plaza.
Es la cuesta interminable de La Mucuy y sus talladores de vida y esperanza. El barro de Aguas Calientes y la cerámica del Museo de Arte Colonial.
Es una conversa sobre la ocurrencia de tal y cual texto, la página que pudimos llenar a fuerza de fabulación, la fotografía que no apareció y el chiste amargo del día, después de haber tecleado largamente en la redacción.
Mérida es este pedazo de papel que guardaremos para que no sufra el rigor de la pátina del tiempo.

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